Quienes no hayan conocido el trabajo de Sybilla van a descubrir un complejo universo de belleza, con planetas y satélites deslumbrantes. La exposición que acoge la Sala Canal de Isabel II hasta el próximo 15 de enero se titula El hilo invisible, y con buen juicio, no plantea un orden cronológico, sino conjuntos bien hilvanados entre sí –de prendas, accesorios y fotografías– que revelan las múltiples facetas y la riqueza creativa de una artista de la moda.

En Europa y EE UU siempre ha sido una diseñadora de culto (aunque en Japón su marca tiene un gran desarrollo y es muy conocida) porque no le gusta exponerse, la discreción está en su naturaleza. Le angustian las multitudes, las entrevistas, los halagos, exhibir su vida y sus sentimientos. Por eso se inventó un lenguaje de representación a través de la ropa, para que hablara por ella, y para entender también ella misma quién era.

Su madre murió cuando Sybilla tenía 14 años, y como tantos grandes de la costura, empezó muy joven en el oficio. A los 17 tuvo la suerte de entrar en el departamento de diseño de Yves Saint Laurent: “Yo era el último mono en una buhardilla”, dijo de aquello. Pero lo maravilloso fue encontrar a una persona como Anne Marie Muñoz, mano derecha del genio francés, que se ocupó de ella. “Anne Marie me exigía, y cuánto se lo agradezco. Era una mujer muy fuerte, enérgica, pero al mismo tiempo todo lo hacía con mano izquierda y dulzura. Fue muy importante para mí”.

Quienes ya conozcan a Sybilla también van a disfrutar admirando los diversos momentos cumbre de su creatividad. Podrán hilar cabos, encontrar respuestas y resolver algunos enigmas, pero no todos. Porque también el misterio, lo que no se puede expresar con palabras, el enigma del arte, ha conformado su personalidad desde niña.

Imagen de la exposición.

Hace muchos años me contó que su madre la enseñó a guiarse por su propio instinto. Nadie puede dudar de que Sybilla siguió su consejo. Cuando sus padres vinieron a España, ella tenía seis años. Vivieron en Mijas (Málaga), luego en El Escorial (Madrid) y siempre en el campo, su eterna fuente de inspiración.

Jugaba con su madre a los retales, hacía patchwork, bordados, aprendía cómo coser aplicaciones con cosas que encontraba por ahí. No es de extrañar que más adulta se interesara por el Arte povera. “Mis primeros muñecos de trapo, mis primeros cuadros de tela y mis primeras prendas estaban hechos de trozos de colores, parches y remiendos. Cuando empecé a trabajar como diseñadora no tenía presupuesto para diseñar mis propios estampados, así que los suplía con bordados y aplicaciones. Más adelante, ya en Japón, pude dar rienda suelta a la creación de estampados y tejidos propios y al uso de técnicas de punto cada vez más sofisticadas y complejas que me han dado mucha satisfacción”, escribe Sybilla en el catálogo de la exposición, un libro imprescidible.

El catálogo de la exposición.

El vínculo con el arte

Cuando sus padres vivián en Nueva York, ciudad en la que nació Sybilla en 1963, su madre diseñaba ropa para niños que firmaba con el nombre Condesa Sybilla de Saks Fifth Avenue. “Pero lo hacía para ganar dinero; yo no tengo recuerdos de ella trabajando. Ella era pintora, como su padre, y muy buena, pienso. Le interesaban MatisseBraque, el cubismo.”

Dos vestidos de Sybilla.

La curiosidad de Sybilla giró también hacia el cubismo, “Paul Klee sobre todo, el Arte povera, el pop art, porque formo parte de una generación donde todos esos lenguajes ya estaban integrados”. También menciona a Dalí, pero sobre todo a Klee: “Mi pintor favorito”. No es de extrañar. Se detecta en su obra, en sus vestidos de puzzle de colores y muy especialmente en el vestido chakras, que es pura alegría y celebración de la vida. También se ven claramente influencias del optical art en sus vestidos en blanco y negro cada vez más sofisticados, donde la mezcla de tonos no está estampada sino ensamblada a la perfección, al estilo de un gigante como Courregès, que lo hacía en la alta costura.

“La nuestra es casi otra profesión. No es alta costura. Tenemos que comprender muy bien las limitaciones y posibilidades que te ofrecen las máquinas para hacer el mejor 'prêt-à-porter' posible.”

Una vez le pregunté por qué se sentía incómoda cuando la comparaban con Vionnet Balenciaga, que son maestra y alumno de un capítulo superior de la costura, aunque inmensamente distintos. Me explicó que la maestría de aquella generación, y en especial de estos dos genios, era completamente distinta. “La nuestra es casi otra profesión. No es alta costura. Tenemos que comprender muy bien las limitaciones y posibilidades que te ofrecen las máquinas para hacer el mejor prêt-à-porter posible.”

De Nueva York a Japón

Me parece especialmente elegante su conexión con la moda neoyorquina, encabezada por Claire McCardell; esa frescura característica del sportwear americano que se observa en sus gabardinas, abrigos de viaje, forros de colores y en sus combinaciones de rayas, que nada tienen que ver con los estilos europeos y resultan poderosamente atractivos. Y con la moda japonesa de los 80, los anti-fashion como MiyakeYamamoto Rei Kawakubo. No por sus temáticas, sino por su placer de nadar contra corriente.

Cuando hablamos de similitudes entre sus creaciones y las de Elsa Schiaparelli —como sus vestidos con rellenos de algodón, el abrigo pájaro con grandes alas negras, la chaqueta verde con el perfil de una cara sonriente en el lado que abrocha, y le menciono una chaqueta suya con palabras escritas bordeando la prenda entera—, se ríe porque reconoce el parecido. Le recuerdo obras de pintoras surrealistas como Remedios VaroLeonor Fini, Maruja Mayo, y sí le sorprenden los parecidos con su universo, sobre todo al principio de su carrera, pero ella no conocía a esas autoras cuando diseñó aquellas prendas: “Ni siquiera a Schiaparelli”.

En el ambiente artístico donde creció, vio sin duda muchas cosas que quedaron durmiendo en su mente. Quizá asimilaba esas visiones femeninas, ese surrealismo tan visceral, tan real como la conciencia del propio cuerpo.

Sus familiares más cercanos daban por sentado que Sybilla sería artista, pero a ella le interesaba la política. “Quería cambiar el mundo y pretenderlo desde el arte me parecía una quimera”. Poco a poco la vida le fue señalando su camino, aprendió que arte y artesanía pueden conducir a cambios sociales, como pretendían los defensores del Arts & Crafts. Y empezó sus proyectos de agricultura sostenible, que tantas satisfacciones le proporcionan, así como los programas de educación y transformación personal que desarrolla en Mallorca.

Imagen de la colección primavera/verano de 1989.

Pero eso no le ha restado nunca fuerza creativa. Al contrario. Una de sus piruetas más radicales se produjo en 1991, cuando tuvo la sorprendente idea de unir piezas negras de crep con hilos invisibles de nylon de modo que parecían flotar en el cuerpo, cubriéndolo en partes estratégicas y formando un puzzle aéreo. Trabajó en esa idea mientras medio mundo la imitaba, pero la maravillosa abstracción del vestido España (1996), que antes el equipo llamaba provisionalmente vestido toro, no se puede igualar, y recuerda en cierto modo a los recortes de papel de Matisse, cuando ya no podía pintar.

Sybilla se ha ido y ha vuelto de la moda varias veces. Siempre ha esgrimido la misma razón: “Quiero recuperar la ropa a medida, la demicouture. Echo en falta el contacto con las clientas.” Para ella, vestir a las mujeres, ayudarlas a reconocer sus cualidades, ver cómo les cambia la cara cuando se miran al espejo y se sienten guapas, es un placer y una gran satisfacción.

También por el ambiente del taller de costura, donde ha vivido momentos maravillosos. Especialmente cuando montó el primero reclutando a extraordinarias costureras a través de un anuncio en los periódicos. Así fue como conoció a Carmen Andrés, su mano derecha, su jefa de taller y su maestra de costura en aquellos años donde todo era ilusión, y en los que con poco dinero —característica principal de la Movida madrileña— se conseguían cosas increíbles, como lanzar una marca rara, diferente, que solo conocían unos pocos, y verla crecer y volar a las grandes capitales de la moda.

A principios de los años noventa leí una entrevista con Bernard Arnault, el magnate de Louis Vuitton, en la que sentenciaba que cuando un gran creador resiste cuarenta años aportando desafíos a su propia obra, inevitablemente pasa a la historia de la moda.

Con la distancia del tiempo, con nuevas exposiciones que sin duda se celebrarán en museos grandes y pequeños, descubriremos nuevos matices del enorme talento de esta artista cuya materia de trabajo ha sido la ropa de mujer. No la moda, que apenas roza el largo de sus faldas.