Joaquín Sabina está leyendo un libro de Juan Gabriel Vásquez, el novelista colombiano que acaba de pasar por esta casa blanca. El poeta que hace música espera sentado en su salón de leer, cerca de la bahía de Rota, no lejos de la base militar que marcó el destino de este pueblo con mar. Van a venir a estar con él algunos de los que comparten aquí, en su propia vecindad roteña, los veranos de hace años. A todos los ha marcado desde antiguo la amistad.

De ello van a hablar, de cómo se produce “el milagro”, diría él luego, “de mantenernos juntos tanto tiempo, de acumular talento tan concentrado y con tanta libertad”, y de prolongar luego, durante las intensas temporadas restantes, ese afecto que en Rota ya es cotidiano, una celebración tranquila de los conocimientos mutuos.

Hasta que ellos llegan él se anima hablando de su proyecto presente, la gira americana que hará en febrero, y de un libro que le ha encargado Chus Visor, el editor que vendrá luego, y que es parte de esa caterva de amigos. Visor, que se llama Jesús García y al que llaman Visor por la editorial de la que fue parte con su hermano Miguel (también dicho Miguel Visor), le ha encargado a su principal best seller, que es Joaquín, un libro con cien sonetos, y ha de tenerlo listo antes de que cante el gallo de diciembre. Su propósito, dice, era el de escribir un soneto al día en estos treinta días de asueto en Rota. ¿Y cuántos ha escrito? “Uno”.

La risa de Joaquín Sabina está llena de afecto. En un momento, para romper el hielo, en medio del calor de Rota, dijo: “Después de la ola de calor yo tengo hasta frío”, y la risa vino a la mesa. En un conflicto internacional, por ejemplo, él estaría mediando, con canciones o con risas. Así, riendo, con su voz ya tan sabinesca, en distintas épocas ha rejuntado a amigos que ya habían dejado de serlo, ha animado fiestas languidecientes, y ahora, además, ha prestado su casa para que este periodista y los amigos que vienen a Rota por el verano se juntaran a hablar de las razones, del pasado y quizá del porvenir de ese “milagro” de mantenerse cerca.

Esos amigos han ido viniendo como un mar de veranos, en pos de la amistad que primero que todo, en los ochenta, animaron Felipe Benítez Reyes, escritor roteño, y su colega granadino Luis García Montero. Felipe dice que fueron el actual director del Cervantes y Almudena Grandes los que atrajeron a los otros… “Luis elige Rota porque ya entonces éramos amigos, y tuvimos la suerte de que a Almudena le gustase el pueblo. Al poco se sumó Benjamín Prado”. Almudena y Luis trajeron a los demás. “Chus Visor se incorporó hace poco como estable, aunque siempre venía a pasar unos días. Miguel Ríos y el pintor Juan Vida vienen una semana todos los años. También venía siempre Ángel González, a quien tanto quisimos. Y de la parte sanluqueña, contábamos para las reuniones con Caballero Bonald y con Eduardo Mendicutti. Una tradición anual era la del concierto de Javier Rubial en un chiringuito. Otros que se han ido haciendo asiduos son Jesús Maraña y Juan Gabriel Vásquez. El grupo va ramificándose, aportando cada cual amistades”.

García Montero, pues, siguió estando aquí en esta estación caliente del año y nunca ha fallado, ha ocupado en Rota casas distintas, hasta que conoció a Almudena Grandes. Hasta el último verano fue la pareja imán de todos ellos.

Ella ya no está. Casi todas las semanas de este verano sin su poderosa presencia, ella ha recibido agasajos públicos y privados, y el último grande fue este sábado, cuando el Ayuntamiento la reconoció como Hija Adoptiva de la villa. Su recuerdo es una alegría, igual que es enormemente triste la evidencia de su marcha, también en los mercados de pescado, donde las vendedoras la querían tanto que le avisaban: “Shosho, hoy no compres de este género”. O bien le aconsejaban: “Shosho, mira qué pescado tengo hoy”. Luego, en la casa, a dos o tres pasos de la que habita Joaquín con su mujer, Ximena Coronado, Almudena cocinaba para todos, era su pasión, después de escribir toda la mañana.

"Su ausencia es una herida que todos esquivan con el silencio"

A veces, se recordará en la conversación, cuando ya han llegado los otros amigos de Rota, Almudena salía de su trabajo culinario con una espumadera amenazando a quien se le ocurriera meterse, por ejemplo, con don Benito Pérez Galdós, indicando, además, que ella era “mejor que todos ustedes juntos escribiendo”. Su ausencia es una herida que todos esquivan con el silencio, pero la evidencia es parte de la mirada de los que estamos allí para hablar de ese milagro, ser amigos tanto tiempo en el pueblo con mar de todos los veranos.

Homenaje a Almudena Grandes en Rota. Román Ríos.

En Rota Almudena está acaso más que nunca, escondida en el silencio que tienen todos los que van entrando a esta casa. El primero que viene, vestido como un rockero de los ochenta, todo de negro, es Luis García Montero, su marido, su viudo, el que más la ha perdido. Él salvó a Sabina cuando éste tuvo una crisis de ánimo y le compuso 'La nube negra', un relato de cómo se sale de la amargura cuando ésta te deja sin palabras. Y ahora esa nube se revuelve en la sala como un puñal sin estaciones.

Aquel puñetazo lírico lo recuerda Joaquín cuando ya están todos en la mesa que ese mediodía, parece mentira, se fue llenando de refrescos, excepto en el caso del anfitrión, que le pidió a su mujer, Jimena, “un tequilita” para entonarse.

Detrás de esa petición, y dentro de la figura con alma que es Sabina, un depósito enorme de deseo de que los demás lo pasen bien.

A Luis le ha precedido en la entrada a la casa una invitada especial, la cantante Vanesa Martín, que va a actuar por aquí y que desde hace tres veranos es invitada de Joaquín y de Jimena. Ella contará luego qué ha ido sintiendo en este pueblo con mar en la casa del que, por cierto, primero le dio voz a esa metáfora que también cantó Enrique Urquijo, de Los secretos, con una letra distinta que le añadió melancolía a la narración de esa noche que parece parte de los días de melancolía marina del propio Sabina. “Era un pueblo con mar…” Ahora es lícito que la versión triste de esa melodía se confunda con el silencio que a veces se produce, como si nadie hablara, pero cantara por dentro.

Vanesa Martín, Joaquín Sabina y Luis García Montero. Román Ríos

La mesa ya tenía, pues, tres o cuatro o cinco habitantes, y de pronto, juntos, vinieron los editores. Ángeles Aguilera y el ya citado Chus. En un momento de la charla que hubo en seguida entre todos, Ángeles sacó a la luz la presencia imperiosa de Almudena. Sin ella, vino a decir, todo es distinto, ni el verano se parece a la vida, es otro verano, como si fuera “el último verano de nuestra juventud…”.

Fue Ángeles la que lo dijo, como si le estuviera dando pie a Sabina para construir la canción de esta ausencia. Dijo: “Cuando ella se iba se acababa la fiesta”. Hubo entonces un instante en que todas las cabezas miraron hacia esa parte del cuerpo que tapan las mesas. Rompió ese momento grave la voz rota y recompuesta de Joaquín Sabina, siempre dispuesto a regalar ánimo, con esa frase que era como un parte meteorológico: “Después de la ola de calor yo tengo hasta frío”.

Para variar el rumbo del silencio, además, Chus Visor lo trajo a la conversación y hablaron todos de Ángel González, el poeta que halló en Rota el fin de las soledades o de los días de su largo exilio americano. Estuvieron nombrando ausentes: Benjamín Prado, un puntal también de esta “familia de verano” que constituyen los amigos de Rota, no ha podido venir porque tiene enfermedad en casa, y Felipe Benítez Reyes, el escritor que es de aquí, está ausente porque él cree que es mejor que se junten los de fuera.

A Sabina lo siguen algunos en su reflexión sobre la playa. Para él es “una curiosidad” a la que no desciende, como José Manuel Caballero Bonald, ocasional entre los que vinieron a Rota, quien, como comunica Chus Visor, una vez dijo, al final del verano, “aun no he tenido oportunidad de acudir a la orilla del mar”, del que distaba unos pasos.

Sabina contó que Felipe, por cierto, sabía más música que todos ellos porque por Rota (y por la Base) vino antes que por ningún sitio el espíritu del rock que venía de Luisiana, por ejemplo.

"Microclima de amigos"

En fin, todos aprobaron un hecho: Rota es, para ellos, “un microclima de amigos y de copas”, la oportunidad de disponer “de tiempo y cercanía”, no como en Madrid, donde la amistad no se prolonga, se pospone. ¿Y cómo se ha mantenido, tantos años? En los últimos tiempos esa pregunta la despejaba el nombre de Almudena. En todo caso, esa permanencia, dice Luis, es un misterio, “el misterio de permanecer siendo amigos”.

Hablaban como si entre ellos sonara una orquesta, al unísono a veces. Y a veces se posaba ese silencio que guardaba el sonido de un nombre propio. Hablaron de los agasajos, “pero no estaba ella”. “El microclima de amigos y de copas” ha perdido a su presidenta. Ese “talento tan concentrado y con tanta libertad” que ha llegado a ser Rota con Almudena y los demás ya suena distinto, como en medio de una conmemoración cuyo porvenir “lo dilucidarán los azares”.

Hablaron tanto, y tomamos tantas notas, que no le preguntamos a Vanesa como veía este mundo, “esta familia de verano” a la que ella se une. Uno de estos días iba a cantar en Puerto de Santa María. Sabina la anima, no permite que nos olvidemos de ella, la más joven del grupo, a la que incorpora siempre que parecen olvidarla la concurrencia o el periodista. “Aprendo un montón de él y de todos ellos. Son fuente de inspiración, momento de cargar pilas y conocimiento”. “Fue un día mágico cuando la conocí, con sus amigas”, recuerda el anfitrión. Vanesa lo reconoce: “Fue formidable, una noche inolvidable. Y con todos: siento que me abrazan y me dejan aprender”.

Todos aprendieron de todos, hasta ahora. “Para mí”, dice Joaquín, “lo que ha pasado aquí con nosotros es un milagro. Yo nunca he soñado con tener un grupo así, tan cohesionado, con tantas risas, con tanta solidaridad. Aprendo de todos, de Chus, de Luis…”. Luis habla del apoyo que tuvo siempre; Vanesa ha cantado en actividades que él ha concitado, Joaquín ha hecho lo propio, y además le regaló al Cervantes la colección impresionante de la revista Sur, que mostraba el hallazgo imprescindible del joven Jorge Luis Borges… Y en lo personal siempre los he tenido”.

En ese clima Ángeles Aguilera apunta al corazón de la nube que se percibe sin palabras. “Yo creo”, dijo, “que aquí la palabra amistad adquiere sentido. Aquí y en Madrid. Cuando el cumpleaños de Luis, el último cuatro de diciembre, días tras la muerte de Almudena [fallecida el 27 de noviembre anterior], sabíamos que nos teníamos que juntar. Porque ella siempre le hacía una fiesta en esa fecha. Y la muerte de Almudena estaba muy reciente y todos sabíamos que debíamos ir a estar con él. No hizo falta tanta organización. No se trataba sólo de darle un abrazo a él: era también dárnoslo a nosotros. Era cobijarnos entre todos. Este año, ay, todo ha cambiado. Estamos muy jodidos con la desaparición de Almudena y, claro, todo ha cambiado. Y aquí estamos, dándonos cariño”.

Ese breve recordatorio de la pérdida cayó como el silencio que marcaba el estado de ánimo de los amigos de Rota. Entonces, en medio de ese estupor que tiene su fecha inaugural aquel 27 de noviembre, se alzó la voz de Luis García Montero, que dijo, mirando al aire como si allí estuviera alojada aquella presencia que era una ausencia sin remedio. Dijo Luis: “He tenido mucho apoyo, en el trabajo y en lo personal. He tenido una pérdida importante y he contado con el apoyo de todos… Eso te permite seguir amando la vida… ¿Saben lo que pasa? En este mundo cultural hay mucha rivalidad. Sin embargo, entre nosotros nos alegramos de lo bueno que la pasa al otro. Mucho. Mientras se ensaya un disco o se prepara una obra, todo se puede criticar, pero cuando la obra está en la calle hay un espíritu que nos une. Eso es lo que ha pasado, que la alegría de otro es la alegría de todos. Yo siento ahora ese latido”. Y se calló para irse.

Luego, como si sobraran las palabras y se quedara así el silencio reinando, nos fuimos yendo de la casa de Sabina, uno a uno. Detrás quedaba la estela de un homenaje que no cesará mientras el aire de Rota siga soplando en honor de la mujer que escribió 'Los aires difíciles'.