El gaitero gallego Carlos Núñez llega a Aragón con su gira de celebración de A irmandade das estrelas, su primer disco, que cumple 25 años. Una carrera exitosa que le ha llevado por los mejores escenarios del planeta y que le ha hecho colaborar con los mejores artistas del mundo. Núñez actúa el 28 de diciembre en el Teatro de las Esquinas (Zaragoza) y el día 29 en el Auditorio de Boltaña.

Asusta la cantidad de conciertos con la que finaliza el año y comienza el 2022...

Es una gran alegría. El año pasado no fue posible hacer muchos conciertos, solo se salvaron los grandes recintos. Dentro de la situación, estamos muy contentos y creo que la gente está disfrutando de esta gira de Navidad.

Su último disco es la excusa que da nombre a la gira.

A irmandade das estrelas (25 aniversario) es la forma con la que vuelvo a los orígenes. Fui un chaval criado en La Movida y en el rock, en unos años 80 en los que España tenía ganas de abrirse al mundo. No era fácil ser gaitero en esos momentos. Decidí que quería ser músico profesional con 13 años. Fue positivo pasar toda mi adolescencia estudiando y aprendiendo de mis maestros. Tras eso, la luz en los años 90: la música celta vuelve a ser protagonista en todo el mundo y The Chieftains, mis maestros, grababan con todas las estrellas de la música. Ahí comenzaron las grandes giras y descubrí a los rockeros americanos, distintos a los de aquí, que te decían que la música tradicional era la base del buen rock and roll.

¿Cómo un adolescente de 13 años se enfrenta a la corriente y decide ser gaitero profesional?

Fue la propia gaita la que me guio. Y la tradición. Me sentí desde joven como un samurái al que le decían que tenía una misión por delante. El mundo del rock que se vivía en España iba por otro lado. Mi gran momento fue la llegada de The Chieftains a América: ahí me convertí en un rockero más. Me decían que la gaita era la "guitarra eléctrica de hace mil años". Todos los grupos llevaban una gaita entre sus instrumentos y me hizo darme cuenta de que toda mi vida tenía sentido. Un sentido que no estaba en España, donde la música moderna iba por un lado y la tradición por otra.

Y después de todo eso, 'A irmandade das estrelas'.

Tenía solo 23 años y me dieron libertad total para lanzar mi primer disco. Invité a músicos de todo el mundo, a Luz Casal, mezclé con el flamenco... A irmandade abrió definitivamente a este tipo de música al mundo. El secreto era que estaban dentro primeros espadas de todos los estilos, para mostrar que los grandes artistas pueden aportar su propia visión a la música tradicional. Todo esto ha funcionado y hay una nueva generación de artistas, como C. Tangana o Rosalía, que se basan en las músicas tradicionales. Viene una nueva generación inspirándose en estos estilos y creando un momento cultural muy interesante en España.

Usted rompe con el estereotipo de que la música tradicional no se quiere modernizar. ¿Por qué está extendida esta creencia?

Quien conoce bien la tradición sabe que esta vive en movimiento continúo. Si la tradición se estanca, desaparece. La tradición es movimiento desde hace miles de años. Hay que hacerlo desde el conocimiento: desde el conocimiento de los clásicos se deben trazar las nuevas líneas del arte. Se necesitan nuevos cerebros que creen esas nuevas líneas. Para mí un ejemplo actual es Rosalía, que eliminó la complejidad exagerada en busca de algo diferente. Por eso hay que ser muy abiertos, para que todo evolucione.

¿Cómo ve 'A irmandade das estrelas' 25 años después?

Tiene toda la sabiduría de las grabaciones acústicas. Fue grabado en los años cumbre del analógico, grabando con técnicas que ya no se estilaban ni entonces. Grabábamos todos juntos, en acústico y al mismo tiempo. Necesitabas unos grandes músicos que nunca fallasen, para no tener que repetir la toma al completo. Ry Cooder alucinó cuando vio cómo se grababa ese disco. 25 años después, ese disco suena muy actual y no pasa de moda.

¿Echa de menos esa forma de trabajar?

Cuando la cinta analógica pasaba al CD se perdía algo que ni los técnicos saben explicar. Es otra cosa, una luz fluorescente que no es igual que los rayos del sol. El nuevo A irmandade das estrelas busca eso: hemos grabado con el mismo técnico, para recuperar esa esencia. En los siguientes discos incorporamos a compañeros que dieron otro punto de vista: por ejemplo, en el segundo, aparecieron músicos que tocaban instrumentos de la Era del Hierro. Eso, apoyado en los arreglos de los técnicos, llevaba los sonidos del disco a la música electrónica, un género en el que yo siempre he tenido un pie. Me considero un pintor al que le gusta trabajar en el óleo, en la acuarela y en todas las técnicas: todas son válidas y sirven para mejorar tu trabajo.

Si hoy tuviera 13 años, ¿volvería a coger la gaita?

Sin duda. Estoy preparado para volver a empezar, una cosa que ya he hecho en varias ocasiones. Un ejemplo: con la crisis del 2008, cogimos las maletas y recorrimos América, para volver a sembrar en el mercado internacional. El volver a empezar es perfecto, porque te vuelves a sentir muy joven.

¿Le recomendaría este mundo a los jóvenes que quieren ser músicos?

Sinceramente, creo que el de la gaita es un mundo muy similar al de los grandes guitarristas eléctricos, cuando eran virtuosos. Donde hay un virtuoso hay un esclavo. Y para serlo debes pasar gran parte de tu vida encerrado y trabajando en ello. Hoy creo que los chavales prefieren que la tecnología sea la que les haga el trabajo, no tanto en que sea el cuerpo humano el que lo haga. Parte de la felicidad está en el esfuerzo. Yo puedo recomendar lo que he vivido: merece la pena dar la vida al estudio y la dedicación porque la música te devuelve muchas alegrías. La música no son solo las canciones o las melodías, hay algo mágico más.