Tras el esfuerzo ingente que supuso escribir su última y monumental novela, ‘4321’, Paul Auster decidió tomarse un descanso frente a la ficción. Así lo anunció y así lo ha cumplido con ‘La llama inmortal de Stephen Crane’ (Seix Barral), un ensayo sobre la vida y la obra del malogrado autor de ‘La roja insignia del valor’, que en principio debía ser un librito breve y ha acabado alcanzando las mil páginas. Muchas si se tiene en cuenta que Crane tan solo vivió 28 años, pero muy pocas a tenor de la importancia de su legado en la literatura y el periodismo norteamericano.

Auster es todo asombro desde su casa de Brooklyn, desde donde atiende en rueda de prensa digital: tanto periodista interesado en Crane. Bueno, no es exactamente eso: más bien es que todo cuanto toca este rey Midas de la literatura norteamericana se vuelve objeto de interés. El regalo añadido es el descubrimiento de la ajetreada existencia de un autor, Crane, que en los últimos años del siglo XIX levantó acta de la miseria en las grandes ciudades que empezaban a imaginar sus rascacielos, escribió la novela bélica definitiva sin haber pisado el frente -luego cubriría la guerra en Cuba- y sin el cual muy posiblemente, como él dice, no habrían existido Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald, que le admiraron muchísimo. La reivindicación de Auster coloca a Crane entre los padres fundadores de la gran literatura norteamericana junto a Melville o Hawthorne, aunque la crítica oficial lo haya situado muchas veces en un escalón por debajo, sin apreciar su modernidad.

Stephen Crane. Archivo

“Somos dos autores muy distintos -explica Auster, que ha intentado alejarse de esas críticas literarias y biografías académicas que le aburren soberanamente-.Y o soy un contador de historias y me inspiro en la tradición, pero Crane tenía una perspectiva visual sobre lo que observaba y llevaba a sus libros que le hacía único y lo hacía con un lenguaje hermoso y potente, porque para algo era poeta”.

Vida aventurera

Corresponsal de guerra, sobreviviente de un naufragio, cronista de los bajos fondos, la vida tumultuosa y oscura de Crane -que fue amigo de Conrad, otro autor inflamado por la aventura- daría para una gran película. Su biografía implica dificultad porque la primera que se escribió (Thomas Beer, 1923) fantaseó a placer con episodios de su vida. “Murió demasiado joven, no se metió en debates estéticos y no cultivó una verdadera vida literaria. Su figura ha sido olvidada y recuperada por lo menos en dos ocasiones aunque su obra maestra, ‘La roja insignia del valor’ jamás ha desaparecido de las librerías”. Crane, que trabajó como periodista y como tal firmó muchas páginas coloridas que hoy no pasarían la prueba de la verificación de datos, se enfrentó durante toda su corta vida a problemas económicos insolubles, lo que le agudizó la crítica a favor de las clases desfavorecidas.

Esa mirada liberal frente a la conservadora burguesía estadounidense tampoco le ayudó a colocarse en un lugar importante y sobre todo inamovible del canon, tal y como atestigua Auster: ”Tuvo una fama tan fulgurante y tan intensa que despertó muchas envidias. Él siempre fue a contracorriente lo que le deparó detractores y defensores, algo que a la larga suele ser muy bueno para un autor”. No hay mejor prueba para esto que enfrentarse directamente a la lectura del clásico ‘La roja insignia del valor’ que Austral ha recuperado estos días. Ahí se concentran la concisión, el vuelo lírico y la intensidad que son la moderna marca de la casa de un autor del XIX.