La noticia corrió como la pólvora durante aquella calurosa tarde del 29 de agosto de 2001. Por todo el país, por la Región, pero, especialmente, por el municipio de Águilas, su Águilas. "¡Ha muerto Paco Rabal!". Entonces no había redes sociales, pero ningún aguileño se acostó aquel día sin saber que su paisano más universal había fallecido. Al hombre que dio vida en el cine a Azarías en Los santos inocentes o al Señor Cayo de su querido Delibes –entre otros muchos personajes ilustres– le lloraron todos, desde Calabardina a su Cuesta de Gos natal.

El laureado intérprete se encontraba regresando a España tras ser homenajeado en Montreal (Canadá) cuando, en pleno vuelo Londres-Madrid sufrió un repentino ataque de tos. "No sé qué ha podido ocurrir..., estos días estaba muy bien de salud. Lo único malo es que fumaba mucho", señalaba horas después su añorada esposa, Asunción Balaguer. Rabal padecía una bronquitis crónica desde bastantes años atrás, lo que derivó en un episodio de insuficiencia respiratoria. "Rechazó el oxígeno, comenzó a ponerse muy blanco y tuvimos que aterrizar de emergencia en Burdeos. Cuando fue atendido por los médicos ya estaba muerto", explicaba a la agencia EFE su viuda una vez la noticia llegó a todas las redacciones del país.

"Teresa [Rabal, su hija] me llamó y me dijo que su padre quería ser enterrado en Águilas. Fuimos a la Cuesta de Gos y pensamos que el lugar más idóneo era junto a la ermita, al lado de un almendro que había allí. Se lo dijimos a la familia y les pareció el sitio perfecto", recuerda para LA OPINIÓN, diario perteneciente al mismo grupo de comunicación que este medio, Juan Ramírez Soto, quien en esos días era el alcalde de la localidad. El otrora primer edil, también amigo de la familia Rabal desde pequeño, explica que salió hacia Madrid sobre el mediodía del 30 de agosto. "Fuimos directamente al aeropuerto para esperar los resto mortales de Paco. Cuando llegaron, nos trasladamos por carretera con la familia Rabal hasta Águilas", añade. Conforme entraron por la playa de Las Delicias y avanzaban por los paseos de la Bahía de Levante, la expedición comenzó a sentir el lamento de su pueblo. "Fue muy emocionante. La gente, sus vecinos, esperaba a Paco en los paseos, en las plazas... Y conforme nos acercábamos a la Casa de la Cultura –que ya entonces llevaba su nombre–, fue impresionante ver la cantidad de personas que se habían acercado hasta allí para despedirse de él", rememora Ramírez.

Desde primera hora de la tarde, las inmediaciones del centro comenzaron a llenarse de gente; también las calles y plazas con nombres relacionados con el actor, como la dedicada a Asunción Balaguer o a su amigo Alfonso Escámez, quien más tarde encargaría la estatua de Paco Rabal que está en la Cuesta de Gos, bajo el almendro, una obra del escultor Santiago de Santiago.

La comitiva llegó a la Casa de la Cultura sobre las doce de la noche. Fue entonces cuando se vivieron los momentos más emotivos: un sonoro aplauso –entre el que se filtraban gritos de "¡Viva Paco!"– recibía a la familia, que una vez más pudo comprobar cuánto se quería (y se quiere) a Paco en casa, en Águilas. "Fue un momento muy especial –insiste Ramírez–: todo lleno de gente, muchos de ellos llorando y aplaudiendo... Fue muy emotivo; uno de los momentos más recordados de aquellos días", asegura el exalcalde.

Sus restos, incinerados y recogidos en una urna, fueron velados durante toda la noche en la Casa de la Cultura Francisco Rabal, por la que pasaron centenares de personas para despedirse de su paisano y apoyar a la familia. Sin descanso, a la mañana siguiente –ya 31 de agosto–, las cenizas fueron trasladadas hasta la Cuesta de Gos, donde fueron depositados en el lugar elegido: junto a la ermita, bajo un almendro, mirando a la Sierra Minera, a la casa en la que se crió y a la mar que tanto amó.

Todavía hoy, viendo las imágenes que dejó aquel 31 de agosto, es difícil calcular las personas que también se trasladaron a la Cuesta de Gos aquella mañana. Desde varios kilómetros antes, la estrecha carretera de la pedanía se llenó de coches a cada lado y, al llegar a la ermita, no se podía encontrar un sitio desde el despedir al actor aguileño: los cabezos estaban llenos, la pequeña plaza de la ermita, la rambla... Nadie quería faltar. Tampoco la Cuadrilla de la Cuesta de Gos, sus amigos, que, entre cantos y trovos, como a él le gustaba, le despidieron por última vez.