Hay muchas maneras de recuperar la figura paterna antes de que se deshilache en la memoria. Claro que el lector suele quedarle menos agradecido a quienes optan por el desnudo a bocajarro que a quienes construyen tramas para sus fantasmas. El argentino Eduardo Berti (1964), a quien no debería ser necesario presentar, lo sabe bien y ha edificado su reconstrucción sobre tres historias: la que se supone estaba escribiendo su padre, un inmigrante rumano, en los últimos días de su vida; la que a él mismo le va dando por hilvanar con su propia vida y, premio gordo, la que muestra a un escritor que, como el progenitor de Berti, cambió de nombre, país y lengua. Como la contraportada de Un padre extranjero no dice de quien se trata, conviene dejar su nombre en tinieblas y añadir tan sólo que los días del excelso novelista peligran. Un marinero convencido de que se ha servido de su figura para dar cuerpo al personaje de un cuento planea asesinarlo. El resultado, como siempre en Berti, es excelente.