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Un pequeño pueblo de Zamora evoca sus recuerdos más dulces con la apertura de un nuevo museo

Miguel Ángel Morillo exhibe en la casa que habitaron sus padres maquinaria antigua y utensilios, fotografías y paneles sobre el proceso de elaboración de chocolate en la empresa familiar, que cerró sus puertas en 1989

Morillo muestra algunos de los fondos que forman parte del museo habilitado en Malva.

Morillo muestra algunos de los fondos que forman parte del museo habilitado en Malva. / Cedida

Los recuerdos más dulces de la vida de Miguel Ángel Morillo están impregnados del olor a chocolate que sus antepasados elaboraban en las fábricas que operaron en Malva.

Para salvaguardar la tradición chocolatera que existió en su pueblo, Morillo ha decidido habilitar en la casa que habitaron sus padres un museo dedicado al chocolate, en el que los visitantes pueden admirar máquinas artesanales del primer cuarto del siglo XX, fotografías de la maquinaria y utensilios que se usaban en la elaboración, así como dos murales en los que explica al detalle el proceso de fabricación y la genealogía de los chocolateros de Malva.

Destacó Morillo que en Malva existieron varias fábricas de chocolate, de las que recuerda las regentadas por su abuelo Belisario, al que posteriormente relevó su padre, conocido como "Eugenio el Chocolatero", y la que era propiedad de su tío Fernando, negocio que pasó a manos de su primo Tinin.

"El obrador" era, como remarca Morillo, el "sanctasanctórum" de la fábrica familiar, estancia en la que se encontraban las máquinas artesanales adquiridas de segunda mano en Astorga en 1940, en las que se manipulaba la materia prima de la que se obtenía el chocolate.

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Una de las máquinas que se exhiben en el nuevo museo inaugurado en Malva. / Cedida

El museo que Morillo ha inaugurado recientemente en la casa de sus padres también tiene un fin didáctico, ya que los visitantes podrán conocer al detalle el proceso de elaboración desde que el cacao procedente de Brasil llegaba en barco al puerto de Gijón y posteriormente era transportado, generalmente en tren hasta Toro, aunque en situaciones de urgencia su padre tenía que viajar hasta Asturias para recogerlo.

Ya en el "obrador", el primer paso era tostar el cacao en la tostadora, un cilindro hueco de chapa con una puerta corredera por la que se introducían los granos. Con una manivela, el cilindro giraba sobre una especie de artesa, también de chapa, donde se quemaban los sarmientos para que el cacao se tostara.

El siguiente paso del proceso de elaboración consistía en separar el grano de la cáscara, para lo que los chocolateros de Malva utilizaban una descascarilladora que, según Morillo, "era como una máquina de limpiar cereales, pero más pequeña".

Tras su paso por la descascarilladora, los granos caían en un recipiente y la cáscara, venteada por unas aspas, quedaba amontonada aparte. En una siguiente etapa, se procedía a moler el cacao, que antiguamente se realizaba a mano.

Trabajo manual

Los granos se molían con un rodillo de madera sobre una piedra de granito con forma de media luna. El esfuerzo que requería la molienda del grano propició que en 1955 la empresa familiar de Morillo adquiriera una máquina que facilitó la laboriosa tarea.

En la tolva, situada en la parte superior de la máquina, se vertía el cacao que caía entre dos piedras y, al girar una sobre la otra, trituraban los granos y los convertían en un líquido viscoso que salía por una canaleta hasta un recipiente de chapa galvanizada, en el que se mezclaba con azúcar y harina de trigo.

Para la mezcla, las proporciones aplicadas por la empresa familiar eran de un 32% de crema de cacao, un 18% de harina y un 50% de azúcar, a la que se añadía una cucharadita de lecitina. Esta era la "fórmula" de los chocolates "La Alicita", nombre elegido por sus abuelos en los años 40 del pasado siglo como marca comercial, en homenaje a su hija Alicia.

Alicia, la tía de Morillo muestra una de las tabletas elaboradas en la empresa familiar.

Alicia, tía de Morillo, muestra una de las tabletas elaboradas en la empresa familiar. / Cedida

El siguiente paso del proceso de elaboración se basaba en emulsionar los ingredientes, para lo que la mezcla se pasaba varias veces por los rodillos del molino hasta conseguir una pasta homogénea y moldeable con las manos que, posteriormente, se trasladaba a los moldes, que se colocaban en una caja de madera.

Los golpes acompasados de la caja sobre una mesa provocaban que los moldes se movieran y permitieran asentar el chocolate, que adquiría la forma de las tabletas. Una vez enfriado el chocolate, era necesario esperar un día para que estuviera completamente seco y se extraía de los moldes obteniendo las libras de doce pastillas que recibían este nombre porque, en principio, pesaban una libra, aunque posteriormente el chocolate se comercializaba en tabletas de 350 y 400 gramos.

El más demandado era el chocolate de hacer a la taza, aunque en determinadas épocas del año como Navidad y, siempre previo encargo, la empresa familiar también elaboraba chocolate con almendras, para lo que utilizaba moldes más pequeños y estrechos.

Para completar el proceso, las tabletas se envolvían en el papel que la imprenta Sevillano de Toro proporcionaba a la fábrica y que era de diferentes colores en función de su peso. Esta tarea, como explica Morillo, la asumían las mujeres de la familia, su abuela y su tía Alicia y, posteriormente, su madre y su hermana.

Mula "Bonita"

En los inicios de la empresa, Belisario, el abuelo de Morillo, se encargaba de la venta del chocolate por los pueblos próximos a Malva, para lo que utilizaba un carro tirado por una mula, de nombre "Bonita", que tenía el "don" de recordar la casa de cada cliente. Así, además de parar el carro junto a cada vivienda, "Bonita" lo arrimaba junto a la puerta para facilitar la descarga y sin recibir la orden expresa de Belisario.

Con el paso del tiempo, la comercialización del chocolate la asumió el padre de Morillo, que se desplazaba en una furgoneta, con la que recorría los pueblos de la provincia para ofrecer a sus vecinos el dulce manjar.

Con la apertura de un museo, Morillo también pretende compartir con los visitantes recuerdos de su vida vinculados al chocolate y a aquellas tabletas gruesas a las que "costaba hincarles el diente" y que, al partirlas, "mostraban su textura granulosa y desprendían un aroma a cacao recién tostado, con un sabor nada parecido a los chocolates que hoy en día se comercializan".

Uno de los recuerdos que Morillo evoca con mayor emoción es la imagen de su madre cuando, minuciosamente, raspaba las libras de chocolate para "arrancar" con un cuchillo las virutas que, posteriormente, vertía sobre la chocolatera, "una vasija alta y panzuda, bañada en porcelana, con un mango de madera, y que previamente había llenado de leche".

Morillo muestra antiguas máquinas y fotografías que conforman la exposición del museo.

Morillo muestra antiguas máquinas y fotografías que conforman la exposición del museo. / Cedida

Cada mañana, su madre sujetaba la chocolatera por el mango con una mano y, con la otra, empuñaba un cucharón con el que removía la leche y las raspaduras hasta que, a fuego lento, la mezcla espesaba y "la cocina se llenaba de un aroma intenso y nutritivo, al que no tardaba en sumarse el olor de las rebanadas de pan frito en la sartén, las pingadas", que espolvoreadas con azúcar se introducían en el chocolate. De hecho, Morillo recuerda a sus hermanos "relamiéndose los berretes que el chocolate dejaba alrededor de sus labios" mientras su madre mostraba su satisfacción por complacer a sus hijos.

De forma previa a la apertura del museo, Morillo ha realizado un trabajo de investigación sobre los orígenes de los chocolateros que pertenecieron a su familia. De este estudio se desprende que ya en 1811 su trastatarabuelo, natural de Vezdemarbán, se dedicaba a la producción de chocolate.

Además, su abuelo Belisario era hijo de un chocolatero natural de Bustillo del Oro y su abuela materna, Manuela, era hija de otro fabricante de Vezdemarbán. Su padre, Eugenio, también se dedicó al oficio y mantuvo la actividad de la fábrica de chocolates "La Alicita" hasta que cerró sus puertas en el año 1989.

Con el nuevo museo, Morillo ha pretendido poner en valor la extensa tradición chocolatera que en otras épocas impregnó Malva de un inolvidable y dulce aroma. Las personas interesadas en visitar el museo dedicado al chocolate de Malva deben concertar una cita previa a través del correo morillo1959@gmail. com.

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