Aliste
El legado del último romanero alistano, Felipe Rivas
El "herrero de Rabanales" falleció en 2011, pero su recuerdo permanece imborrable en el corazón y la memoria de aquellos que conocieron al ilustre empresario

Felipe Rivas Blanco, en una de sus últimas fotografías posa junto a su bisnieto Elías. | CHANY SEBASTIÁN
La Raya de España y Portugal ha sido fuente y cuna de ilustres alistanos y alistanas, unos hombres y mujeres de pura sangre, honrados y honestos que, con su pericia, su tesón y esfuerzo han contribuido a escribir las más insignes páginas de la historia de nuestros pueblos, haciendo de Aliste una comarca acogedora, además de un paraíso para disfrutar de la vida y del descanso eterno.
Felipe, "el herrero de Rabanales" y el último romanero alistano falleció en 2011, pero su recuerdo permanece en la memoria de todos aquellos que conocieron a tan ilustre vecino. Y es que, quizás no tenga un monumento o una calle bien ganada y merecida como muchos otros de sus paisanos, pero tiene y siempre tendrá lo más importante en esta vida: la gratitud y el respeto imperecederos en el corazón de los hombres y mujeres que trataron a "Felipe el de Rabanales".
Felipe Rivas Blanco nació en la calle Villa de Rabanales el 2 de junio de 1916 en el seno de una humilde familia alistana, la formada por su padre Lino Rivas y su madre Justa Blanco, mostrando desde su infancia una inquietud innata por aprender y progresar haciendo suyo el dicho de "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Nacía así una familia numerosa con seis rapaces: Felipe, Domingo, Diego, José, Teresa y Julia.
Era una persona de carácter abierto, sencilla, honesta y trabajadora, gente de buen corazón, que día tras día, desde el amanecer hasta el ocaso de su existencia, fue granjeándose la amistad y el respeto entre sus paisanos hasta convertirse en una de las personas más sabias e ilustres, a la vez que conocidas y queridas, de su amada tierra alistana.
Pablo Codesal y Sutil, cura que fuera de Rabanales, fue una de las personas que más influyó en Felipe, marcando su infancia y su vida, eso sí, para bien; él le bautizo y con él fue monaguillo y de él aprendió incluso latín, en sentido literal y figurado, pues cuando Felipe cantaba en la epístola enmudecía la iglesia de San Salvador para escuchar su sublime voz. Una confianza que era mutua, aunque el cura alguna vez le regateaba la propina por San Blas y Felipe, el monaguillo se tomara la libertad de probar, sin su permiso, el vino sagrado de la sacristía "para ver como sabía", que más vale ver que preguntar.
Una niñez feliz de escuela rural durante el reinado de Alfonso XIII con recreos al ritmo del "Pión" y la "Buyaquina" de roble, mañanas invernales de calles embarradas y con carámbano bajo el caminar de los pies resguarnecidos del frío en las cholas; de verdes primaveras y polvorientos veranos. Listo era y mostraba maneras, pero el hombre propone y Dios dispone, eso dicen, y a sus hermanos José y Diego les tocó ir a aprender en la Orden Mercedaria y a Felipe quedarse en Rabanales.
Quería estudiar el niño Felipe, pero hubo de conformarse con leer todo lo que llegaba a sus manos, hablar lo justo y escuchar. No tuvo sitio en "Los Curas", pero sus padres lograron mandarle a Zamora a aprender un oficio, algo inusual allá por 1930.
Los entresijos de un buen herrero
Su maestro fue el industrial zamorano Favoriciano Vega donde durante tres años, hasta 1933, aprendió todos los entresijos de un buen herrero. La familia no tenía dinero para pagar, por lo cual, lo comido por lo servido: aprendía, trabajaba y no cobraba.
Era Felipe genio y figura, pero chiquito, por debajo de los 158 centímetros, un contratiempo que asumió en la adolescencia y que le salvaría la vida. Llegada la juventud eso le libró de la mili y le salvó, el 18 de julio de 1936, con 20 años, de tener que ir al frente de la Guerra Civil.
Que los días solo tienen 24 horas era un hecho, pero allí estaba él, sacando siempre tiempo donde no lo había, para hacer lo suyo y ayudar a los demás, aunque el traqueteo del martillo no dejara de sonar golpeando el yunque hasta más allá de la medianoche y luego hubiera que madrugar antes de que cantara el gallo pedrés y saliera el sol.
Fue "Felipe el de Rabanales" un hombre adelantado a su tiempo, de mente preclara y prodigiosa, de mañosas manos, artesano y carpintero, herrero y labrador, realista y soñador, comerciante y autoridad, pero ante todo una ejemplar persona y cristiano de los buenos, de los de palabra y obra, en la misa y fuera de ella, de los que predicaban con el ejemplo y si había que dar pan lo daban. Corría el año 1934 cuando su padre Lino Rivas, sus hermanos José y Felipe salieron camino del Castrico a cavar un pozo y a metro y medio hallaron un mosaico romano.
Entonces no sabían lo que era y cavaron hasta los 11 metros, en los que salió agua para la casa y el riego, sin darse cuenta que se habían cruzado con los vestigios de los tiempos de Cesar Augusto. Fue Felipe "el herrero de Rabanales" un artesano de la fragua tradicional de fuelle y carbón vegetal de cepas de urce de la Sierra de la Culebra, que a golpe de martillo y yunque convertía el incandescente hierro en auténticas obras de arte, desde las rejas y orejeras de un arado romano o de hierro a los redruenos de los molinos harineros de agua de los ríos Aliste, Cebal, Mena y Frío a los "sajos", "azadas" y "picachones" para cavar la huerta o arrancar la leña en el monte.
De sus manos salieron las históricas "romanas de pilón" de las que cada pueblo tenía y tiene una que a la "roda" se utilizaba para pesar los animales o las "romanas de plato" de cada familia para el uso diario. Auténticas joyas, como obras artesanas de arte y equilibradas por Felipe donde no fallaba ni un gramo.

El "Herrero de Rabanales" posa junto a Elías, su bisnieto. / Ch. S.
Como buen herrero hacía las herraduras que el mismo ponía a los caballos y yeguas de la Guardia Civil. Su primer medio de transporte fue una bicicleta a la que puso dos "serones" (alforjas) y con ella se iba a herrar con los "callos" en los "potros" las vacas y y bueyes desde Fornillos a Riomanzanas, desde Gallegos del Campo a Valer, Bercianos o Campogrande.
Feriante fue también Felipe allá por el "Veintiocho" de Gallegos del Río y el "Tres" de Riofrío y nadie que a aquellas ferias fuera regresaba sin saludarle, sin pedirle consejo o comprarle algún artículo, ya fuera una herrada para el agua, una hoz para la siega o una tornadera para la trilla.
Uno de los días más felices de su vida llegó en 1947 cuando se casaba con su amada María Luisa Gago Cruz. Abrieron su morada en la calle La Feria y en 1948 nacía su primer hijo, Felipe, y luego María Teresa, que le dieron tres nietos. En vida conoció a su primer bisnieto, Elías.
Una de sus grandes apuestas fue la compra de su primer camión Sava con el que iba a vender a las ferias. Incluso se atrevió a fundar, cuando no había llegado "La Casera", una fábrica de gaseosas junto a Domingo Gago Cruz y su hermano Domingo Rivas Blanco. Además, fue con Isaac Mayor su representante en Aliste de las motos segadoras Olympia.
Siendo Felipe presidente de la Hermandad de Ganaderos tomaba Rabanales la primera medida para almacenar el líquido elemento construyendo abrevaderos campestres. Ya jubilado, allí estaba Felipe en su supermercado saludando a unos y a otros, ojeando a primera hora el periódico. Falleció el día 13 de marzo de 2011 a los 94 años de edad acudiendo a darle su último adiós cientos de alistanos y alistanas a la iglesia parroquial de San Salvador de Rabanales.
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