Devoción de altura en Los Viriatos de Fariza
El Bajo Sayago se hermana para arropar a la Virgen del Castillo en el camino de vuelta a su santuario a los pies del Duero
Cientos de romeros han acudido fieles a la cita que cada primer domingo de junio congrega a los ocho pendones, pendonetas y cruces en una procesión de altura

José Luis Fernández
La devoción se vive en los Arribes tornando la vista al cielo. El foco de atención de vecinos, visitantes y, por supuesto, cordeleros y pendoneros se dirige cada primer domingo de junio hacia los nueve metros de altura que de media miden los pendones que conforman una de las romerías más características del oeste zamorano. Es la romería de la Virgen del Castillo o de "Los Viriatos" de Fariza.

Los Viriatos de Fariza sortean el calor en su ascenso hasta la ermita / José Luis Fernández
Los tres kilómetros que distan entre el núcleo urbano y el santuario de la talla románica se convierten cada año en una muestra de hermanamiento más allá de los ocho pueblos que conforman la romería. Lugareños de toda la comarca, incluso de la vecina Portugal, acuden fieles a una cita que se tiñe de blanco para anticipar el camino emprendido por la patrona de vuelta a su morada estival, en la coronación de un castro que mira hacia el río Duero.
Como coronados lucen los pendones sayagueses con sus características copas armadas con manojos de carrasco del diablo debidamente recortados para otorgarles una apariencia de semiesfera. Los preparativos entre cordeles, frenos y tijeras de esquilar discurren en pequeños grupos que rara vez superan las tres o cuatro personas. El proceso individual se puede prolongar unos 20 minutos de media hasta completar los siete pendones y el "pendonín" (a excepción de Argañín) que descansarán en el templo junto a la imagen de una Virgen ya ataviada con su traje de gala.
La misma imagen que un día antes era despedida por las calles del pueblo sale en la mañana del domingo para dar la bienvenida a los hermanos procedentes de Argañín, Badilla, Cozcurrita, Mámoles, Palazuelo, Tudera y Zafara. Tres puntos de encuentro en los que la comitiva formada por vecinos, el párroco Juan José Carbajo y el alcalde Manuel Ramos acompaña a la Virgen para disfrutar ya en comunión del tradicional aperitivo a base de escabeche, aceitunas negras y vino.
La misa solemne cierra la segunda de las ceremonias eucarísticas del día tras la llamada a los "madrugadores" del pueblo, sirviendo de alivio para quienes aprovechan la primera hora de la tarde para avanzar las jeras y ultimar los preparativos de la comida familiar. Una doble cita que el municipio lleva celebrando por expreso deseo de su actual sacerdote para dar cumplimiento a los deseos de todos los fieles.
El canto a la Virgen anticipa la salida de una procesión cuyo aroma se respira ya en las calles del municipio, con los pendones debidamente alineados y dispuestos para emprender la marcha. Cordeleros y pendoneros toman las riendas de los monumentales palos elaborados con madera prensa frente a los antiguos troncos de negrillos, ya relegados ante la incapacidad para dar con ejemplares que cumplan con los criterios de altura exigidos.
La armonía de los pendones, este año más distanciados entre sí para salvaguardar la estética de la procesión, debe hacer frente a los obstáculos en forma del cruce de cables primero y copas de los árboles una vez superado el primer tramo de la romería. Aquí la destreza es manifiesta demostrando un continuo ejercicio de equilibrio que comienzan a emular las nuevas generaciones. Son ellas las encargadas de portar el "pendonín" y de asegurar la cantera de una tradición que hunde sus raíces en 1611, según los primeros libros que mencionan la romería.
Pendones, pendonetas y cruces marcan una salida entre cohetes y repique de campanas que se sucederán a su llegada a la ermita en una llamada a la alegría de un Bajo Sayago unido en la devoción. Arropada, la Virgen del Castillo retorna a su santuario invitando a los allí presentes a disfrutar del encanto del balcón que asoma al Duero entre una orografía quebrada. Es la segunda despedida previo al retorno, ya sin la imagen de "la Señora" de Fariza a hombros.