Los pueblos de Zamora como esperanza
Ribas, privilegiado mirador sobre tierras alistanas y portuguesas

Vista panorámica de Ribas / J. S.
Ubicada en la cabecera de un fecundo valle, la localidad de Ribas goza en ese emplazamiento de amplísimas panorámicas abiertas hacia occidente. Queda rodeada de un cerco de tierras fértiles, pero también de amplias zonas bravías, ocupadas por los bosques y jarales. Su altitud es de unos 840 metros, cien por encima de los fondos de los valles inmediatos.
El propio nombre del pueblo indica con claridad los caracteres de ese asentamiento, pues posee el significado de “escarpe montuoso entre dos arroyos encajados” y en verdad existen esos cursos acuáticos, los cuales fluyen por angostas y sinuosas depresiones. El situado por el norte, más principal, se denomina arroyo de Campazas; discurriendo otro menor por el mediodía, con origen en las propias fuentes locales. Ambos, tras unirse, vierten hacia el fronterizo e internacional río Manzanas, emisor a su vez del Duero.

Ejemplos de arquitectura típica alistana en Ribas. / J. S.
La carretera principal de acceso arranca desde el vecino pueblo de Tola y comunica con Rábano, contando a media distancia con un corto ramal que baja hasta el propio Ribas. A través de bifurcaciones también es posible enlazar directamente con San Vitero y con Viñas. La distancia a Alcañices, su cabecera comarcal, es de unos 10 kilómetros, alargándose a 70 hasta Zamora. A su vez, el lugar está integrado en el ayuntamiento del mencionado Viñas, del cual le separan unos 4 kilómetros en línea recta, que casi se duplican al utilizar la carretera.
Las estampas que el propio pueblo ofrece desde sus proximidades son realmente pintorescas. Antes de llegar por el itinerario habitual, desde la zona superior, las vistas que se presentan resultan grandiosas. Las casas se escalonan bucólicamente por la cuesta, dejando entre ellas pequeños espacios poblados de árboles. Arriba, presidiendo el conjunto, se alza la iglesia, recia y potente, dotada de una espadaña de cumbre aguda que le agrega una discreta espiritualidad. Asimismo, por debajo, los espacios se distribuyen en huertas fecundas, cultivadas con esmero. En segundo plano se suceden diversas cadenas montañosas, unas tras otras. Las más lejanas, las que cierran los horizontes, son las cumbres sanabresas de las sierras Segundera y Cabrera Baja, a menudo coronadas por la nieve.

Iglesia de Ribas. / J. S.
Evocando tiempos pasados, poco se sabe de la historia local. Afirman que el lugar aparece citado por vez primera en la documentación con fecha de 1207. No obstante, unos expedientes conservados en la Real Chancillería de Valladolid, datados en el 1555, en los que se recoge el pleito que mantuvieron los marqueses de Alcañices con los poblados de su tierra, señalan a Ribas como aldea de nueva creación. Avanzando en el tiempo, en los conflictos posteriores que afectaron a la comarca, como las guerras de separación de Portugal, Sucesión española y Napoleónicas, con incursiones del ejército portugués, Ribas, al quedar a desmano de las principales vías de comunicación, no debió de sufrir demasiados destrozos.
Al llegar al casco urbano, a su entrada, a mano derecha, se sitúa una pista deportiva bien cuidada, provista de una alambrada protectora. Un poco más abajo, a la izquierda, queda una nave, el consultorio médico y un pequeño parque infantil. Avanzando algo más, las casas se distribuyen en cuatro calles principales, paralelas entre sí, trazadas a distintas alturas y enlazadas por travesías muy empinadas. Abundan las viviendas de nueva construcción y notable calidad, aunque quedan ciertos ejemplos de la arquitectura tradicional, bien es verdad que residuales. Esos inmuebles antiguos están construidos con una rústica mampostería de lajas pizarrosas y esquistos irregulares que, para aliviar tanta tosquedad, se cubrieron parcialmente con gruesos enfoscados. Para los tejados emplearon tejas curvas comunes, pero complementadas con losas en los aleros. Justo en el centro del pueblo hallamos una vetusta casa mantenida con esmero, con la fachada animada con un precioso balcón de madera. Por detrás se emplaza un modesto parque biosaludable, con aparatos para la gimnasia de mantenimiento de personas mayores. También se incluyen algunos juegos para niños.
La iglesia, con la compañía inmediata del cementerio local, corona el pueblo desde lo más alto. Semeja ser un fiel guardián siempre vigilante. Está consagrada a Nuestra Señora de la Asunción y ejerció antaño de matriz de la del vecino pueblo de San Blas. Hallamos un templo de formas sobrias y rotundas, constituido por una cabecera cuadrada y nave algo más ancha. Sobre el hastial de occidente se alza una espadaña de silueta escalonada, con dos vanos para las campanas y remate angular. A su vez, en la fachada del mediodía se agrega un portal que ha sido rehecho con bloques de hormigón no hace demasiados años, debido al peligro de ruina del anterior. Dentro de ese porche se cobija la puerta, para la cual se buscó piedra de grano fino apta para la talla. Crearon así un arco de medio punto con la arista aliviada por molduras y una especie de cartela cincelada en su clave. Sirven de marco dos pilastras estriadas, sobre las cuales se tiende un friso en el cual aparece grabada la fecha de 1575.
Tras acceder al interior, lo vemos formado por ancha nave, provista de dos arcos fajones que sujetan una techumbre funcional de madera. Un tanto peculiar se presenta el arco triunfal, redondo, llamativamente pequeño, apoyado en jambas rematadas por una imposta simple. Por esas formas, nos parece más antiguo que lo demás, acaso románico. Preside los espacios un retablo mayor neoclásico, el cual se atribuye al artífice Francisco Maestre, quien lo realizaría en el año 1805, siendo dorado y pintado en el 1821. Posee columnas jaspeadas con un expositor central muy grande. Las imágenes que contiene, bastante toscas, parecen más antiguas, destacando la de la Virgen de vestir que ocupa el ático. A los lados se añadieron posteriormente un par de nichos con efigies modernas de yeso. Aparte, en las esquinas frontales de la nave hay otros altares, uno con la Virgen del Rosario y un segundo con un Santo Cristo, probablemente del siglo XVII bastante expresivo. En un rincón de la capilla mayor se ha recolocado la pila bautismal. Es un voluminoso cuenco de granito, decorado en su exterior con tres cruces patadas dentro de círculos, además de trazos evocando gallones.

Interior de la iglesia de Ribas. / J. S.
Ya hemos señalado que abundan los árboles entre las propias casas y en las huertas inmediatas. Además de rebrotes de negrillos, muy pujantes, encontramos numerosos cerezos, a los que acompañan otros frutales como manzanos y ciruelos. Muy comunes son también los nogales y castaños. Creciendo entre las paredes de las cortinas aparecen endrinos, los cuales han invadido también fincas que han quedado en baldío. Los amplios terrenos de pastizales circundantes antaño estuvieron limpios de maleza, ya que en ellos pacían los rebaños que eliminaban cualquier brote tierno. Al haber disminuido la presión ganadera, el bosque ha colonizado todos esos dominios, presentando ahora una expansiva masa forestal.
Entre tanto árbol joven, descuellan algunos mucho más vetustos y de notable envergadura. Uno de ellos es el roble de las Mayadicas de Cabo, uno de los ejemplares más destacables de toda la provincia. Se ubica a un kilómetro al norte del propio pueblo, accediéndose hasta él por un camino que, para salvar la profunda vaguada, traza amplia curva. Dadas sus dimensiones, con un grueso tronco y amplísima copa, se le adjudican unos tres o cuatro siglos de antigüedad. Hace pocos años un ventarrón desgajó una de sus grandes ramas. Ante el peligro de perderse, se saneó la herida, consiguiendo su supervivencia. A su sombra se cobijaban los rebaños de ovejas en los momentos más calurosos de los días veraniegos. Esa utilidad como sesteadero de ganados hizo que lo respetaran y no fuera talado para madera o para leña como debió de suceder con los hubieron de crecer a sus orillas.
Otro ejemplar reseñable es la encina emplazada en el cerro que, de ella, lleva el nombre de Alto de la Encina. Antaño destacaba solitaria coronando la cumbre, quedando ahora camuflada, rodeada de otros vástagos que han crecido modernamente.

Molino tradicional en Ribas. / J. S.
Notable importancia tuvieron en el pasado la Fuente y el Cañico, pues de sus aportes acuáticos se abastecieron secularmente los vecinos. La primera posee un depósito encalado en el que se sujeta el caño. Los caudales que vierte se remansan en un pequeño pilón que sirvió de abrevadero a los animales. De allí pasan a las huertas contiguas, distribuidos para el riego. A pocos pasos de ese manantial aún resiste en pie la vieja fragua, la cual aprovechó las aguas frescas para que al templar el hierro éste adquiriera la dureza necesaria.
Alejado dos kilómetros hacia el oeste aún se conserva el denominado Molino Nuevo. Su nombre le hace diferenciar de otro ahora arruinado, el Molino Viejo, del cual apenas perduran restos de sus muros. Ese Nuevo no debe de serlo tanto, ya que sobre el dintel leñoso de su puerta se lee “año de 1899” que ha de señalar la fecha de su construcción. Estuvimos junto a él hace una década y lo hallamos restaurado con esmero. Mantenía todas sus partes en buen estado, incluso su utillaje interno, con sus piedras dispuestas para la molienda. Suponemos que aquella positiva estampa no se haya degradado, pues el rústico edificio y el grandioso entorno en el que se ubica generaban estampas de notable hermosura. Las aguas provenían del arroyo de Campazas, desviadas por un largo caz hasta conseguir la altura necesaria. Para almacenarlas existe una balsa dotada de recios muros de contención.
Hallar tan rústica y a la vez funcional construcción en esas soledades provoca sensaciones contradictorias muy intensas. Por el un lado, el modesto edificio encajado en medio de una pujante naturaleza proporciona preciosos encuadres. Pero resulta inevitable el evocar la sacrificada existencia del pasado. Hasta aquí tenían que acudir los vecinos para realizar la imprescindible labor de la molienda, accediendo por trochas irregulares, con los costales cargados a lomos de burros o caballos, para luego retornar cuesta arriba, desafiando cualquier inclemencia meteorológica. Y aún nos quejamos de la vida actual…
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