Tábara, cabecera de una histórica comarca enclavada a ambos lados de la Sierra de la Culebra
Un recorrido por el municipio tabarés que no te puedes perder

Vista de Tábara. / J. S.
Javier Sainz
Indican los códices más vetustos que allá a finales del siglo IX, posiblemente en el año 878, el rey Alfonso III el Magno consiguió derrotar a los árabes en la batalla de Polvoraria, combate disputado en las cercanías de Benavente. Con esa contundente victoria ahuyentó durante algún tiempo la amenaza musulmana. Aprovechando el periodo de sosiego, el monarca dedicó todos sus esfuerzos a organizar y repoblar las tierras recién liberadas, pues había logrado trasladar la frontera de su reino hasta la línea del Duero. En ese contexto, una de las acciones que promovió fue la fundación de un monasterio en la localidad de Tábara, encargando ese cometido a dos famosos eremitas, Froilán y Atilano. El cenobio así creado se denominó de San Salvador y fue uno de los gérmenes de la populosa población actual.
Gran fama
Esa institución cenobítica alcanzó enseguida una gran fama, pues acudieron a sus puertas un tropel de gentes piadosas, llegando a profesar hasta seiscientos monjes y monjas. Fruto de ese esplendor fue la instauración de un escritorio, en el cual se caligrafiaron y dibujaron famosos Beatos o Comentarios del Apocalipsis. Aquí trabajaron los amanuenses y miniaturistas Magio, Senior, Monniu, Emeterio y la monja Ende, los cuales dejaron noticias testimoniales de su actividad. Perduran dos de esos señalados Beatos, considerados como notabilísimas obras bibliográficas, embellecidas con preciosas ilustraciones, que fueron imitadas repetidamente en volúmenes elaborados posteriormente. El ejemplar más relevante es el que se custodia en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, fechado en el 970, calificado como uno de los libros más valiosos del Mundo. Otro es el conservado en Gerona, del año 975. Un tercero, sobre el que quedan dudas de su realización aquí, es el de llamado Beato de Morgan o de San Miguel, guardado en Nueva York. Muy peculiar es la representación de la torre monacal, con su escritorio en la planta baja, motivo que se reproduce en otros Beatos más tardíos.

Iglesia de Santa María. / J. S.
Almanzor
Pero tan notable pujanza fue barrida por las campañas destructivas de Almanzor. El caudillo musulmán, en una de sus devastadoras incursiones, quizás la del año 988, destruyó este monasterio tabarés, saqueando e incendiando sus instalaciones. Los monjes, en una huida precipitada, se dispersaron, para no reagruparse nunca más, pero debieron de llevar esos libros con otros preciados tesoros. Tras ese ataque, aquella casa conventual nunca más volvió a restaurarse, pero dejó un recuerdo imborrable en la memoria colectiva local.
El cenobio
El señalado cenobio se ubicó en los solares ahora ocupados por la iglesia de Santa María. Este templo presenta en la actualidad unas estructuras mayormente románicas, muy notables dentro de las de su estilo en la provincia. Una inscripción incrustada en sus muros señala que fue consagrado por el obispo Roberto de Astorga en el año 1137. Su cabecera originaria la derribaron en el 1761, construyéndose una nueva; pero conserva los muros de las naves, con dos portadas románicas decoradas con tacos. No obstante, es la torre la parte más excelsa, dotada de tres cuerpos de ventanales, diferentes en cuanto a tamaños, coronada por una aguja posterior. Ahora por dentro, en el cuerpo bajo de la mencionada torre, perduran restos del ancestral monasterio mozárabe. Además de diversos capiteles y otras piedras con motivos ornamentales, hallamos un arco de herradura, testigo de aquella lejana época.
Dentro de esa iglesia, sin uso religioso desde hace bastantes décadas, se ha instalado un interesante Centro de Interpretación de los Beatos, en el cual se presenta con detalle cómo trabajaban aquellos sufridos copistas. También se muestran preciosos facsímiles de los prototipos que aquí se elaboraron y de los otros relacionados con ellos.
Siguiendo con la historia local, Tábara y su tierra perteneció a los templarios, debido a la donación realizada por Sancha, hermana de Alfonso VII, fechada alrededor de 1130. Tras la supresión de esa orden militar en 1312, la villa cayó en poder de Gómez Pérez de Valderrábano, entregada por Enrique II de Trastamara. Por enlaces matrimoniales revirtió después en Luis de Almanza y, al fin, tras ciertas vicisitudes, con hechos de armas incluidos, se hizo con el señorío Pedro Pimentel, hijo segundo de los condes de Benavente. Su heredero, Bernardino Pimentel consiguió el título de marqués de Tábara, otorgado en 1541 por Carlos I. Esa estirpe nobiliaria mantuvo el señorío de la villa y su tierra hasta el propio siglo XX, sometiéndola a un régimen feudal que en ciertos momentos asemejó una severa tiranía.
Aún perdura el palacio que fue la residencia oficial de esa familia aristocrática, aunque muy modificado. Se ubica en la Plaza Mayor, en su lateral del oriente, transformado ahora en diversas viviendas. Resiste su portada, de estilo plateresco, engalanada con fina decoración, entre la que destacan aves fabulosas y estilizaciones florales. También adquieren notable protagonismo diversos blasones y un balcón con barandillas de hierro. Esta mansión fue incendiada en 1911 en un motín protagonizado por los vecinos locales en protesta por la opresión y abusos cometidos por los marqueses y sus administradores.
Formando parte de la misma hilera de inmuebles se emplaza el que antaño fuera convento de Nuestra Señora de Jesús. Este cenobio fue fundado en el año 1559 por el primer marqués, don Bernardino de Pimentel y su esposa doña Constanza Osorio. En un principio llamaron a los monjes jerónimos para hacerse cargo de él, pero terminaron abandonándolo 20 años después. Ante esa defección se lo entregaron a los dominicos, los cuales lo mantuvieron hasta la Desamortización del siglo XIX. Estos frailes predicadores instituyeron en él un Colegio de Humanidades y Filosofía que adquirió considerable prestigio y dio realce cultural a la propia localidad. Se mantiene en buen estado la que fuera iglesia conventual, reaprovechada desde 1925 como templo parroquial con el título de Nuestra Señora de la Asunción. Por su exterior destaca la fachada, un tanto asimétrica. Abajo, su puerta queda al resguardo de un porche formado por tres grandes arcos. Arriba, además de una ventana y un blasón, descuella la espadaña, colocada a un lado y formada por tres ventanales. El interior posee una sola nave con crucero, techada con bóvedas de cañón y una hermosa cúpula, con yeserías como ornato. Preside los espacios un retablo mayor neoclásico, dotado de columnas con fustes jaspeados y un gran blasón en su coronamiento. El grupo de la Asunción titular es moderno, pero noble.
El crucero y la cripta
Debajo del crucero se emplaza una sólida cripta, de planta cuadrada, cubierta con bóvedas de nervios. En nuestros tiempos se halla vacía, pero antaño debió de servir de recinto sepulcral para los miembros de la familia nobiliaria. Al parecer se construyó en 1621, pero se mantuvo ignorada hasta el año 1991 en el que hallaron su entrada a través de una vivienda contigua.
Los edificios conventuales se adosan en el costado del mediodía. Fueron sobrios en sus formas, carentes de decoración, contando con un patio o claustro central, en torno al cual se distribuyeron las diversas estancias. Aunque se mantienen parcialmente sus volúmenes, tal conjunto se halla muy reformado al haberse dividido en diversas viviendas.
Plaza Mayor
La señalada Plaza Mayor es un generoso espacio bien urbanizado, dotado de árboles de sombra y un cuidado jardín. Formando parte de ella se emplaza una magnífica estatua que representa al poeta León Felipe, colocada en el año 2000, obra del escultor Hipólito Pérez Calvo. Ese escritor, cuyo nombre real fue Felipe Camino Galicia de la Rosa, nació en Tábara en el año 1884, pero la abandonó muy pronto, debido a los trabajos de su padre. Su vida fue bastante azarosa, con residencia en diversas poblaciones, desempeñando la profesión de farmacéutico. Tras la Guerra Civil tuvo que exilarse a Méjico forzado por sus ideas republicanas, donde murió en 1968. Nunca regresó a su localidad natal, pero añoró el conocerla y sentirla como propia, nombrándola con nostalgia en diversos de sus escritos. Su labor poética es extensa, siendo la obra más conocida «Versos y oraciones de caminante».

Estatua de León Felipe. / J. S.
Dentro del término municipal se sitúan parajes muy atractivos. Uno de ellos es el ocupado por la ermita de San Mamed, ubicada sobre un cerro poblado de robles, en un recóndito paraje de la Sierra de la Culebra, a unos cuatro kilómetros de las casas en dirección oeste. Es un modesto santuario de planta rectangular, construido con tosca mampostería, que adquiere intenso protagonismo en la concurrida romería celebrada el lunes de Pascua de Resurrección.
La Cruz del Perdón
A media distancia entre la ermita y la villa se emplaza la denominada Cruz del Perdón. Hallamos un signo cristiano elaborado con madera, rehecho cada vez que lo abaten las fuerzas naturales. Su interés reside en su enigma y en la tradición que señala que cada persona que pase por su orilla ha de rezar una oración y depositar una piedra como ofrenda. Debido a ello, se ha formado un voluminoso montón acumulado a lo largo de los siglos.
En esa misma dirección oeste, en el extremo de las tierras locales, se ubica la finca de El Casal, antigua propiedad de los marqueses. Fue comprada con mucho esfuerzo por los vecinos del pueblo de Abejera en 1922, pero se la expropiaron en el 1972, para crear la actual Reserva de Caza, a cargo del Patrimonio Forestal del Estado. Enclavada en el medio de una naturaleza generosa, sus espacios fueron repoblados con pinos, ahora diezmados.
Tábara, como cabecera de comarca, es centro importante de comunicaciones, convergiendo en su casco urbano diversas carreteras. De ellas, la N-631, que enlaza Zamora con Mombuey, es el eje principal. A su vez, por sus proximidades cruzan las vías del AVE, que disponen aquí de un Puesto de Adelantamiento y Estacionamiento de Trenes. El propio pueblo está bien dotado de servicios, con tiendas, panaderías, bares, restaurantes, farmacia, almacenes, oficinas bancarias…, que pueden cubrir todas las necesidades. Cuenta también con colegio e instalaciones culturales, como biblioteca. Es con todo ello una localidad pujante y expansiva en la que el progreso y modernidad resultan bien evidentes.
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