Los pueblos de Zamora como esperanza

Hoy conocemos... Valdemerilla, la modesta pero grata localidad zamorana

Recorremos Valdemerilla, la localidad de La Carballeda dispersa entre prados y arboledas

Antiguo emplazamiento de Anta de Tera

Antiguo emplazamiento de Anta de Tera

Javier Sainz

Dudan los estudiosos de la Topografía sobre los orígenes del nombre de Valdemerilla. Todos están de acuerdo que significa “valle de merilla”, pero el problema está en la procedencia de ese vocablo merilla. Según unos es un diminutivo de “mera” o “mira”, con acepción de corriente fluvial, pero que, en tierras gallegas también designa finca comunal que toca a cada vecino. Otra posibilidad es que derive del apelativo de su primer repoblador tras la Reconquista. Éste pudiera haber sido Mirellus, voz de ascendencia germánica, o Maiorellus, de raíz latina.

Centrados ahora en la localidad así denominada, la vemos asentada en parajes apacibles y pintorescos, situados entre el sierro de Rompealforjas, que linda por el norte y la vaguada por donde discurre el río Tera, ahora anegada con el embalse de Valparaíso, colindante por el sur. Su término, amplio y fecundo, se presenta mayormente llano, habiéndose destinado secularmente a actividades ganaderas, aunque parte de esos terrenos también se sembraron, sobre todo de centeno. Los espacios que históricamente formaron su circunscripción se han incrementado modernamente con la inclusión de los propios de Anta de Tera, población desaparecida en 1987, sumergida bajo las aguas del señalado embalse. Actualmente predominan los prados y pastizales, con sotos boscosos intercalados entre ellos.

Valdemerilla (La Carballeda) Modesta pero grata localidad, dispersa entre prados y arboledas

Vista parcial / J. S.

Desde bien antiguo cruzó por estos lugares el importante Cordel de Sanabrés o de Benavente, designado por aquí como La Brea. Aparte de itinerario ganadero, muy utilizado en la trashumancia, tuvo notable trascendencia para la comunicaciones entre el centro de la Península y Galicia. Heredera de ese camino es la carretera nacional N-525, cuyo intenso tráfico se canaliza ahora a través de la moderna autovía Rías Bajas o A-52. Recientemente se ha añadido el paso por ahí de las vías del AVE. Todos esos elementos viarios quedan relativamente distantes del propio pueblo, trazados al norte de él, sin perturbar para nada su ancestral sosiego. El acceso más común para llegar hasta su casco urbano es un ramal de unos dos kilómetros que se aparta de la mencionada carretera general en el llamado Alto de la Venta, paraje así designado por el viejo establecimiento hostelero que existió antaño. El pueblo dista unos 4 kilómetros en línea recta desde Mombuey, su cabecera comarcal, que son dos más si se va por la carretera. Acudiendo desde Zamora hay que recorrer unos 94 kilómetros.

Los orígenes de la localidad son sin duda antiguos, remontándose posiblemente a los tiempos de la Reconquista. Cierto es que no se conocen citas documentales primitivas como las halladas para pueblos contiguos pero, por los elementos que se perciben en su iglesia, el lugar ya existía en el siglo XII. Una de las menciones más añejas en las que aparece su nombre se encuentra en el “Censo de población de las provincias y partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI”; códice también designado como “Censo de Millones”, fechado en el año 1591. En él se nos informa que era anejo de Anta de Tera. Secularmente perteneció a la Tierra de Mombuey y como tal soportó todos sus avatares. Formó parte de las posesiones de los templarios, para pasar, por concesión de Enrique II, a manos de Gómez Pérez de Valderrábano. Más tarde cayó en poder de los Losada. Se sabe que, en el siglo XVIII, el señorío local era compartido entre el Marqués de Villasinde y un caballero de Palencia.

Valdemerilla (La Carballeda) Modesta pero grata localidad, dispersa entre prados y arboledas

Iglesia / J. S.

Con la instauración en el siglo XIX de los modernos municipios, Valdemerilla fue elegido cabecera de uno de ellos, en el que también se incluyeron Anta de Tera y San Salvador de Palazuelo. Tal demarcación desapareció alrededor de 1940, integrándose desde entonces en el ayuntamiento de Cernadilla, de cuya sede dista unos 3 kilómetros.

Según accedemos al pueblo, llegamos a los espacios rotulados como plaza de Castilla y León, acogedores y bien urbanizados. A su lado se extiende una amplia campa cuyo destino primero es muy probable que fuera el de eras de trillar. Allí, en uno de sus retazos se ha instalado un parque infantil y contiguo con él quedan alineados los aparatos de gimnasia para adultos. Completan la dotación urbana de este enclave varios bancos y una fuente cuyo soporte es una gran piedra circular, acaso rueda de molino. Atrás, a mano derecha hemos dejado el cementerio local, limitado por paredes de noble mampostería pétrea. Según la fecha marcada sobre su puerta, las formas actuales se deben a una reforma realizada en 1997.

También se alza ahí un hito jacobeo moderno, con larga y evocadora inscripción, el cual indica que el pueblo se incluye en el llamado Camino Mozárabe hacia Santiago. Antaño los peregrinos pasarían por la cercana calzada de La Brea, sin desviarse ni penetrar hacia el actual núcleo, pero ahora se procura que crucen por él, proporcionando cierta vitalidad.

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Retablo de la iglesia hace varias décadas / J. S.

San Tirso, que contó con una ermita propia, se ensalza con una fiesta el 28 de enero

Bien cerca de ese itinerario secular, dentro del término local, existió una ermita consagrada a San Tirso. Tal oratorio desapareció hace mucho tiempo y nada queda de sus muros, por lo cual es difícil de localizar el solar sobre el que se alzó sin la ayuda de alguien que lo conozca. Resiste allí una piedra en la que dicen se posaba la imagen del santo. Levanta un par de palmos del suelo y presenta formas de prisma triangular. Siempre fue respetada, asegurando de ella que no era posible arrancarla para dedicarla a usos profanos.

Relata una leyenda que cuando el santuario estaba en pie, unos arrieros sanabreses, de paso por estos parajes, tentados por la codicia, pretendieron robar la imagen del santo, con intenciones de venderla posteriormente. La cargaron en una de sus carretas y al iniciar la marcha no hubo manera de mover tal carro pese a fustigar con dureza a la reata de mulas que hacían de tiro. Ante ello, decidieron devolverla y pudieron reiniciar su viaje sin esfuerzo.

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Piedra de San Tirso / J. S.

Este San Tirso, originario de Asia Menor y martirizado el año 250 en la persecución de Decio, fue muy venerado en toda la comarca. En su fiesta del 28 de enero concurría numeroso gentío, pues se le tenía como protector frente a las roturas de huesos y los dolores reumáticos. Tras arruinarse el recinto de cultos, su efigie fue trasladada a la iglesia parroquial y en ella se sigue honrando, sin haber disminuido en nada el fervor. Muy abundantes fueron antaño los exvotos entregados como agradecimiento por favores recibidos. Eran fundamentalmente brazos y piernas realizados en cera, que se colgaban a orillas del altar, en ganchos dispuestos para ello. Parte de esas ofrendas aún se mantienen, como elementos evocadores de formas pasadas.

Al acudir ahora a ese templo, dedicado a San Lorenzo, comprobamos que es un edificio de orígenes románicos. Aunque ha sufrido reformas y ampliaciones, al menos la pared septentrional es originaria, pues conserva la línea de canecillos del primitivo alero, lisos todos, ahora sin función al haberse recrecido el muro. Existe además un sillar un tanto enigmático en la zona presbiterial. Muestra unos signos grabados muy rudamente, entre los que se reconoce la estrella de David. Debido a su ubicación en alto es muy posible que sea pieza reutilizada. El edificio actual está formado por una cabecera cuadrada que destaca en altura, a la que se adosa la nave, más estrecha y baja. Sobre el hastial de poniente emerge la espadaña, dotada de dos vanos y cumbre aguda. Este campanario llegó muy inclinado a nuestros tiempos, por lo cual, hace unas décadas lo desmontaron y rehicieron con las mismas formas. En esas mismas obras se restauró toda la iglesia, cambiando los tejados y adecentando el interior. También instalaron unas escaleras de hierro para acceso a las campanas. La puerta, formada por un arco de medio punto adovelado, se abre hacia el mediodía. Queda al resguardo de un soleado portalillo cuyas techumbres se apoyan sobre dos rústicas columnas.

Hermosos paisajes bañados por el embalse de Valparaíso

El interior se presenta cuidado y limpio. En la restauración rehicieron las armaduras leñosas de las cubiertas y eliminaron los enfoscados de los muros. Arquitectónicamente su arco de triunfo es sencillo, apoyado en pilares coronados con impostas clásicas. El retablo del altar mayor también se ha beneficiado de una profunda labor reparadora, realizada en el año 2021, con la que se ha consolidado y limpiado, realzando su vistosa policromía. Es pieza barroca en la que destacan sus columnas con los fustes dotados de estrías ondulantes. Su nicho central está ocupado por una imagen de la Reina de los Cielos, portando a su hijo en brazos, a la que acompañan desde los lados San Roque y San Antonio. A su vez, desde el ático preside la figura titular de San Lorenzo, portando la palma y la parrilla, símbolos de su martirio. Hallamos dos efigies del señalado San Tirso. Una de ellas es moderna, de escayola. La otra, la tradicional, fue la que trajeron desde la desaparecida ermita. Es escultura que, por sus formas, parece cincelada en el siglo XVII, enaltecida con una pintura muy matizada. Porta el emblemático serrucho con el que la tradición indica que fue martirizado.

Bien cerca de la iglesia se emplaza el edificio que fue sede de las escuelas. Se construyó con una cuidada mampostería pétrea, asentándose sobre una peña de las denominadas ollo de sapo, abundantes en la zona, la cual incluso fue recortada parcialmente para conseguir los espacios precisos. Para acceder al piso superior existe una escalera externa en su fachada norte. Al recorrer las pocas calles que forman el núcleo, las casas tradicionales repiten esa misma construcción en piedra. Muchas de ellas se han rehabilitado con esmero, presentando noble aspecto. Muy sugerente es la estampa de un antiguo horno, bien visible. También hallamos viviendas nuevas, que encajan a la perfección con el ambiente general. Todos esos inmuebles se distribuyen en pequeños barrios dispersos entre huertos y arboledas.

Dos kilómetros hacia el sur, caminando por sendas poco marcadas o dando la vuelta por pistas mejor señaladas, accedemos a las cercanías del paraje en el que se ubicó el desaparecido pueblo de Anta de Tera. Todavía queda allí un palomar y restos de otros más perdidos. La pintoresca masa azul del embalse se impone por su engañosa belleza. Un aspecto positivo, resulta muy apta para el baño veraniego, con acogedoras sombras inmediatas.

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