Ribadelago, la destrucción más absoluta
La visión de lo que quedaba del pueblo era dantesca, barrios enteros habían desaparecido

Algunos de los muros de la iglesia de San Juan permanecen en pie como mudos testigos de la tragedia de Ribadelago. / Mariano Cano Gordo
Mariano Cano Gordo (*)
Las peñas de granito diseminadas por el pueblo salvaron la vida de mucha gente, al permitir subirse encima o parapetarse tras ellas, posibilitando también que resistieran algunos edificios, como ocurrió con la escuela. Otras construcciones públicas, caso del campanario civil o el cementerio, se salvaron al estar situadas en altura.
Al encontrarse de servicio, se libraron del desastre muchos vecinos que trabajaban en la construcción de los embalses de Sierra Segundera. En otros casos porque coincidió que esa fatídica noche se encontraban en las casas de otros vecinos: niños que se quedaban a dormir con amigos, mujeres espadando lino…
Casi una hora tardó la mayor parte de la riada en evacuar hacia el lago de Sanabria, el más grande de génesis glaciar de toda Europa, que elevó su cota por encima de los 3 metros. Gracias a ello los pueblos situados aguas abajo, caso de Galende, El Puente o Puebla de Sanabria, no sufrieron el mismo destino que Ribadelago.
Sólo cuando se retiraron las aguas pudieron los abatidos supervivientes empezar a buscar a sus familiares, desgañitándose en el empeño, llamándolos angustiosamente por sus nombres. Sólo unos pocos fueron encontrados con vida. Un total de 144 personas no sobrevivieron a la catástrofe, 14 familias enteras, muchas mujeres y 52 niños, unos durmiendo, otros al intentar escapar horrorizados hacia las zonas elevadas próximas. Mucha gente perdió más de una docena de sus seres queridos. Se rescataron 26 cuerpos el mismo día, varios bajo los escombros de sus viviendas derruidas. Tres días después aparecieron 2 cuerpos más flotando en la superficie del lago de Sanabria. El resto, 116 personas, reposan desde entonces en su fondo, debajo de toneladas de todo lo que arrastró la furia incontrolada del agua: rocas, barro, cables, etc., a pesar de que durante meses mucha gente (civiles, militares, buceadores) estuvo removiendo sin éxito el material arrastrado por la riada.

Los supervivientes siguen recordando a sus familiares desaparecidos. / Mariano Cano Gordo
Las cuadras de la planta baja de las viviendas que no se desplomaron eran un amasijo de barro en el que se entremezclaban los cuerpos ahogados de muchos animales domésticos. Solo algunos resistieron nadando, subiéndose a los carros de madera o a cualquier apero que estuviera en alto. Más de un millar largo de animales se malogró esa noche, la mayor parte de la cabaña ganadera, entre vacas, caballos, burros, cerdos, cabras y gallinas.
Detrás de uno de los bares que había en el pueblo, una vivienda elevada encima del camino de El Portillón, ese mismo día hizo las veces de depósito para albergar a las víctimas que se iban localizando.
Los que tenían sus viviendas en la parte alta del pueblo se encargaron de reconfortar, en la medida de sus posibilidades, a los vecinos más afectados, proporcionándoles consuelo, ropa de abrigo, comida, bebida caliente…

Solo las casas situadas en barrios altos se salvaron de la riada. / Mariano Cano Gordo
La visión a oscuras durante la noche era infernal. Cuando amaneció, fue apocalíptica. Ese panorama fue el que se encontraron las personas que acudieron desde por la mañana para proporcionar toda la ayuda posible.
Donde antes había casas sólo había escombros, piedras, barro, animales muertos, troncos de árboles, cables eléctricos enrollados, postes de telégrafos, restos de enseres desperdigados, agua… El caserío quedó irreconocible, la riada aniquiló cualquier punto de referencia. Alrededor de un centenar de casas quedaron arruinadas. La mayor parte del pueblo desapareció.
En la iglesia del pueblo la crecida hundió el tejado y derribó muros, resistiendo la fachada principal al estar construida con sillares de piedra, portada que posteriormente se trasladó piedra por piedra a un pequeño jardín de Ribadelago Nuevo, junto al río. Tras el retroceso de las aguas, quedaron al descubierto los restos de un carro chillón empotrado en la puerta de entrada del templo y una vaca cruzada en una de sus ventanas con la cola fuera. Algunas de las imágenes de santos aparecieron encalladas en la orilla del lago.

La portada derruida de la iglesia de San Juan se trasladó a Ribadelago Nuevo. / Mariano Cano Gordo
El espectáculo sobrecogedor continuaba en el lago, donde flotaban multitud de muebles, árboles, postes, animales ahogados y un sinnúmero de bidones de combustible vacíos de la empresa Moncabril.
Tras agotadoras semanas de intensa limpieza, quedaron a la vista los solares vacíos de lo que antaño fueron humildes hogares. En Peña Puente, un pequeño anclaje retorcido de hierro de poco más de diez centímetros, es la prueba fehaciente de que antaño se levantaba allí la casa de Severina; de la vivienda de Pedro y Pilar tan solo resistió media docena de escalones de piedra, actualmente cubiertos por musgo y broza; el agua derribó la casa entera, sucumbiendo con ella sus cinco moradores.

Un anclaje retorcido fue lo único que quedó de la casa de Severina en Peña Puente. / Mariano Cano Gordo
El acceso al pueblo quedó dificultado, al quedar destruidos varios tramos de la carretera local asfaltada que hasta allí llevaba. Aún así, el mismo día 9 acudió a Ribadelago desde Zamora una sección del Regimiento de Infantería Toledo nº 35, llevando consigo material para levantar un puente provisional sobre barcas, que uniera los barrios de ambos lados del río. Diez días más tarde, ayudados por zapadores de Zaragoza y Salamanca, construyeron un puente metálico de 33 toneladas de peso.
Tras ser conocedores del suceso, inmediatamente se personaron en Ribadelago militares del ejército norteamericano de la base de Rota con dos camiones cargados de víveres, material de campaña, ropa de abrigo, etc., ayuda que, al no necesitar intermediarios, llegó íntegramente a los necesitados. Por su parte, Auxilio Social organizó un puesto en el que se repartía comida caliente a diario, fundamentalmente lentejas, a los vecinos que continuaban en el pueblo.
(*) Colectivo Ciudadanos Región Leonesa
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