La leyenda zamorana de "La Comadreja", la mujer que aparecía en Corrales
¿Conoces esta leyenda de la comarca de Tierra del Vino?

La Comadreja
Gustavo Rubio Pérez
Los más ancianos de la comarca de la Tierra del Vino, cuentan que cuantos pasaban por esta contorna siempre marchaban hablando de su buen vino, de la hospitalidad de sus gentes, pero también de una oscura figura que rondaba los caminos conocida como «La Comadreja».
La Comadreja era una mujer encorvada, vestida siempre de negro, y que vivía apartada en una casucha al borde del Camino de la Zarza. Nadie sabía su nombre ni su edad. Algunos decían que había nacido mucho antes de que el Reino de León extendiera su influencia sobre estas tierras, y que quizás era un espíritu antiguo ligado desde siempre a estas latitudes.
Y tal era el respeto que aquella figura despertaba, que en el pueblo de Corrales del Vino todos los vecinos evitaban hablar abiertamente de ella, pues se decía que poseía poderes oscuros capaces de convocar tormentas, secar las viñas con sólo pasar cerca, e incluso causar toda suerte de males con su mirada. Pero quizás lo que más atemorizaba a la población era lo que relataban los pastores que decían haber visto extrañas luces danzando en el Camino de la Zarza, al son de unos cánticos proferidos en una lengua olvidada. «Son las brujas», murmuraban los pastores, «y La Comadreja es su líder».
Una noche, un joven llamado Martín, fuerte, testarudo, acostumbrado a trabajar las viñas desde niño, y que decía no creer en esas historias, mientras estaba bebiendo vino con otros tres rapaces en una de las numerosas bodegas de la localidad, embravecido acabó alzando la voz y lanzando un reto ante los presentes.
—¡No hay brujas ni hechiceras! —dijo con voz firme—. Son cuentos para asustar a los niños. Mañana iré al Camino de la Zarza y demostraré a todos que todo eso es mentira.
Los demás intentaron disuadirlo. «No te metas con lo que no entiendes», le advirtieron. Pero Martín no escuchó.
Al día siguiente, al caer el sol, tomó una antorcha y partió hacia el Camino de la Zarza. El aire estaba pesado, pero bien cargado con el aroma dulce y terroso de las viñas maduras. A medida que avanzaba por el sendero polvoriento, notó cómo el silencio se volvía cada vez más y más profundo, tanto que ni siquiera los grillos se atrevían a cantar esa noche.
De pronto, vio una negra figura junto a una zarza seca. Era La Comadreja.
—¿Qué buscas aquí? —preguntó ella con voz áspera.
Martín levantando la antorcha contestó.
—Sólo quiero demostrar que no eres más que una vieja loca.
La Comadreja lo miró fijamente desde las sombras, mientras sus ojos brillaban cual brasas verdes bajo el velo negro.
—¿Por qué piensas que puedes desafiar lo que no comprendes?
Y antes de que Martín pudiera responder, La Comadreja levantó su huesuda mano señalándolo. De repente, el suelo comenzó a temblar bajo sus pies. Las zarzas secas cobraron vida, retorciéndose como serpientes alrededor de sus piernas, mientras el aire se inundaba con un coro de voces femeninas que proferían antiguos lamentos que parecían manar de la misma tierra.
Martín intentó liberarse, pero era inútil. Entonces vio algo que lo dejó sin aliento: imágenes proyectadas en el aire de varias mujeres arrastradas por las calles del pueblo; hogueras encendidas en la plazas; gritos sofocados por el crepitar del fuego. Eran las brujas… o más bien, aquellas tenidas por tales.
—Estas tierras tienen memoria —dijo La Comadreja—. Y tú y tus paisanos lleváis en vuestras almas los pecados de vuestros antepasados. Martín quiso gritar, pero su voz se perdía entre aquellos atronadores lamentos. Sentía cómo si su orgullo e incredulidad se rompieran dentro de él, desmoronándose por completo ante aquella verdad incontestable.
Cuando amaneció, los vecinos encontraron a Martín junto a la zarza seca. Estaba vivo, pero cambiado. Su cabello había encanecido por completo y sus ojos reflejaban un vacío insondable. Lo llevaron a casa, pero nunca jamás volvería a pronunciar palabra.
Y así pasaron los días, y aunque todos intentaron olvidar lo sucedido, nadie volvió a atreverse a caminar en soledad por el Camino de la Zarza. La casucha de La Comadreja desapareció, como si nunca hubiera existido, y se volvió una creencia generalizada que Martín había pagado un precio por todos, y que aquellas almas en pena les habían perdonado... pero no olvidado.
- Tenso debate en el Pleno de un pueblo de Zamora por la licencia de un bar
- La carretera zamorana que incendia las redes sociales: 'El menor día ocurre una desgracia
- El último pueblo zamorano en sumarse a la búsqueda de habitantes: 'Es necesario conocer la demanda
- La playa Viquiella, clausurada por el rodaje de una película
- Un joven zamorano homenajea en un documental a los pueblos sanabreses que se encuentran al borde de la despoblación
- Tres jóvenes de Tábara revolucionan Telecinco
- El nuevo uso de la lana de oveja que podría salvar la ganadería en Aliste: aislante térmico en la construcción
- Dos vecinos entran a robar varias veces en la misma casa de un pueblo de Zamora y se llevan un botín de 50.000 euros