Los pueblos de Zamora como esperanza

Sitrama de Tera, donde las casas se levantan entre fértiles tierras y frondosas alamedas

El cauce del Tera pasa a pocos metros de las casas, dividiéndose en varios brazos que originan islas sombreadas por frondosos sotos ribereños

Vista general del pueblo de Sitrama.

Vista general del pueblo de Sitrama. / J. S.

Javier Sainz

Dentro de la vega del Tera, en unos espacios en los que el río se aproxima a las cuestas que cierran el valle por el norte, se emplaza el pueblo de Sitrama. Dista unos 18 kilómetros de Benavente y 60 desde Zamora. Este lugar fue siempre una zona de paso, pues por las lindes septentrionales de su término cruzó históricamente la Cañada Real de Sanabria, designada como La Brea, bien reconocible en nuestros días. Existió a su vez una vereda que se desviaba por la propia localidad. La citada Brea tuvo notable importancia para las comunicaciones de Galicia con la Meseta. Por ella, además de ser pateada por los rebaños trashumantes, cruzaron ejércitos en épocas de guerra y personajes influyentes en tiempos de paz. Entre éstos últimos son dignos de mención el rey Fernando el Católico y su yerno Felipe el Hermoso, los cuales tuvieron una tormentosa entrevista en el año 1506 en el lugar sanabrés de Remesal y retornaron por aquí separados. Heredera de esa calzada ancestral es la carretera N-525, ahora utilizada solamente para las comunicaciones locales, la cual atraviesa por el medio del casco urbano. El incremento de la circulación forzó la construcción de la autovía de Las Rías Bajas, que es la que canaliza el tráfico hoy en día, cuyo trazado queda a menos de un kilómetro.

El cauce del Tera pasa a pocos metros de las casas, dividiéndose en varios brazos que originan islas sombreadas por frondosos sotos ribereños, a los que se les agregan extensas choperas plantadas para su explotación maderera. Uno de esos cauces secundarios sirvió para llevar las aguas hasta la balsa del molino local, ubicado a dos kilómetros hacia el oriente, cuyos edificios aún perduran. Debido a la citada inmediatez entre río y cuestas, el pueblo posee pocas tierras de regadío, aunque muy fértiles, destacando las huertas contiguas con las propias calles locales, en las que se hallan viejos árboles frutales.

Al recorrer las calles locales vemos que han desaparecido casi por completo los inmuebles tradicionales, que eran de tapial. Prácticamente todas las casas son de nueva hechura, de buena calidad, dando una sensación muy acusada de bienestar y progreso. El casco urbano se divide en dos distritos, el Barrio de Arriba, ubicado en la ladera y el de Abajo, asentado en la vega, pero apenas existen algunos huertos de separación entre ellos.

Sombreando un tramo de la calle de las Paneras se yergue un enorme pino piñonero, muy querido por las gentes locales. Nos contaron que fue plantado antes de la Guerra Civil por un muchacho que perdió la vida en la contienda. Convertido en un emblema, ha sido donado al ayuntamiento, quien se encarga de su protección. Antaño fue muy famosa la "Encina Grande", una de las de mayor tamaño de toda la zona. Desapareció alrededor del año 1939, abatida por un huracán. Como recuerdo de su existencia, una calle local la evoca en su nombre.

Sitrama de Tera, donde las casas se levantan entre fértiles tierras y frondosas alamedas

El pino de Sitrama de Tera. / J. S.

Secularmente, para cruzar el propio río se aprovecharon ciertos vados, fáciles de usar en tiempos de estiajes, pero impracticables en los inviernos. Por ello se establecieron barcas, situadas en sitios fijos, cuyo control fue disputado. Ya en el siglo XIX hicieron puentes con apoyos pétreos y plataformas de troncos, los cuales eran destruidos por las frecuentes riadas invernales. Ante esa precariedad, a comienzos del siglo XX se edificó el puente actual que comunica con Santibáñez de Tera. Su construcción fue laboriosa y lenta, debido, sobre todo, a las dificultades económicas, pues se inició en 1906 y se inauguró en 1920. Surgió así una obra sólida, creada con sillería pétrea, formada por arcos escarzanos, tendidos sobre pilares con tajamares redondeados, la cual resulta un tanto angosta para las necesidades actuales.

Atendiendo ahora a las vicisitudes del pasado, existe en el término local un pago conocido como El Castro, ubicado a kilómetro y medio hacia el oeste. Por su nombre se ha supuesto que pudo asentarse allí alguno de los habituales poblados fortificados astures, en época prerromana. Su orografía sí lo propicia, pues es una especie de mesetilla, asomada hacia la vega, recortada, en tres de sus costados, por cuestas relativamente escarpadas. Sólo queda una zona de fácil acceso, en la cual hubo de instalarse algún parapeto con foso delantero, ahora inapreciables. La carencia de cualquier tipo de huellas se comprende al haberse utilizado esos espacios secularmente para la agricultura.

Sitrama de Tera, donde las casas se levantan entre fértiles tierras y frondosas alamedas

Iglesia de Sitrama de Tera. / J. S.

Ahora hacia el oriente, cerca del molino citado, se localizó durante una parte de la Edad Media una aldea denominada Sitramilla, yerma bien pronto, la cual sí dejó informaciones escritas. Al arar por allí aparecen tejones y fragmentos cerámicos que testifican su antigua presencia.

Sobre el propio Sitrama, se sabe que ya estaba activo en el siglo X. Al igual que en toda la zona, las noticias documentales que se conocen están mayormente ligadas a la existencia del cercano monasterio de Santa Marta de Tera, distante 7 kilómetros hacia el oeste. Ese importante cenobio poseyó numerosos bienes en toda la comarca, recibidos por donaciones, quedando constancia escrita de esas entregas. En el año 984 un hacendado de la zona, llamado Vimara, legó al mencionado cenobio todo lo que poseía en este lugar de Sitrama. Llegados a 1063 se registra otra concesión, en este caso realizada por Mumadona, en la que entre las numerosas propiedades que cede, situadas en la zona, se encuentran viñas, tierras, montes y fuentes aquí ubicadas. Pero también la gran abadía de Sahagún recibe mandas en el pueblo, pues se registra una fechada en el 1096 en la que un caballero, llamado Pelayo Xemeniz, entrega propiedades en diversos lugares, incluidas algunas aquí localizadas.

Con la repoblación y potenciación de Benavente, protagonizada por el rey Fernando II hacia 1181, este monarca, al dotar de una amplia demarcación a la expansiva villa, incluyó en ella las localidades de la vega del Tera, con Sitrama entre ellas, agrupándolas en la Merindad de Riba de Tera. Avanzando hasta el año 1387, la propia población vivió momentos difíciles en las guerras habidas durante el reinado de Juan I. Tras la contundente derrota de Aljubarrota en la que se esfumaron las pretensiones del rey castellano de coronarse soberano de Portugal, un ejército anglo-portugués, dirigido por Juan de Gante, Duque de Lancaster, invadió nuestras tierras y puso cerco a Benavente. Ante esa agresión y para impedir el suministro al ejército enemigo, las tropas de Juan I incendiaron los campos de Sitrama y de aldeas vecinas. Otros tiempos complicados fueron los de la Guerra de Sucesión española tras la muerte de Carlos II de Austria. En 1711 toda la zona fue ocupada por tropas portuguesas, las cuales saquearon diversos lugares causando numerosos daños.

El pueblo contó con ayuntamiento propio desde la instauración de la vigente división municipal en el siglo XIX hasta el año 1971, fecha en el que fue agregado al de Santibáñez de Tera. Desde 1987 tiene la categoría de Entidad Local Menor. La procedencia y significado del nombre Sitrama han intrigado a los estudiosos de la Topografía, los cuales no han encontrado una explicación convincente. Se sabe que en algunos escritos de antaño aparece como Siatrama o Sietrama y por ello se ha pretendido relacionarlo con el numeral siete, en latín septem, al que se añadiría ramas. Pero "siete ramas" no parece muy verosímil. Aunque hay otras teorías, lo más probable es que sea de orígenes ancestrales, prerromanos, manteniéndose el vocablo a lo largo de los siglos.

Sitrama de Tera, donde las casas se levantan entre fértiles tierras y frondosas alamedas

Ermita del Cristo de la Vera Cruz. / J. S.

En la zona baja, pero asomando con energía por encima de los demás edificios, se asienta la iglesia parroquial de San Miguel. En su presencia actual se construyó básicamente en el siglo XVI, habiendo sufrido algunas reformas y añadidos posteriores. Está constituida por una cabecera cuadrada, que destaca tanto en planta como en altura. A ella se une la nave, en cuya fachada meridional se abre la puerta. Se forma ésta con un arco de medio punto, rodeado de una sarta con bolas y otra en la que esas esferillas se alternan con florones. Como marco presenta una chambrana y un alfiz envolventes, ambos nuevamente erizados con las repetitivas pomas, todo muy del estilo del último gótico. Esta entrada queda amparada por un soleado portal, apoyado en una noble columna.

Sobre el hastial de poniente se yergue una esbelta espadaña de tres vanos, coronada por un remate llamativamente agudo. Arriba del todo campea una cruz de hierro provista de la habitual veleta. Curiosa es la existencia de un atrio abierto acotado de fuerte tapia, con el acceso enmarcado por sólidas pilastras. El material dominante utilizado en todo el edificio es una rústica mampostería en la que se mezclan bloques de cuarcitas con otros de gneis "ollo de Sapo" unificados con gruesas llagas de mortero. Los sillares sólo se utilizaron para la portada y parte de las esquinas.

Sitrama de Tera, donde las casas se levantan entre fértiles tierras y frondosas alamedas

Portada de la iglesia de Sitrama de Tera. / J. S.

Ahora por dentro, contó, como cubiertas, con interesantes armaduras de madera, fechadas posiblemente en el siglo XVI. La de la nave era de par y nudillo, ornamentada en su almizate con espiras y florones. Debido a su deterioro, en las últimas obras de restauración, hubo de sustituirse por otra nueva, más simple. Para la capilla mayor destinaron un artesonado octogonal muy suntuoso, de tradición mudéjar, dotado de una compleja trama con estrellas de ocho y diez puntas. Restaurado con esmero, muestra ahora toda su belleza. Descuella a su vez el arco de triunfo, redondo, muy moldurado, de perfiles góticos, apoyado sobre pilares de misma sección rematados en minúsculos capiteles. Preside los espacios un retablo principal neoclásico, provisto de columnas corintias de fustes lisos. En su centro se halla la imagen del titular, San Miguel, un crucifijo arriba y, coronando la obra, el busto de Dios Padre.

A las afueras del pueblo, siguiendo hacia el oeste por la calle Real, se emplaza la ermita del Cristo de la Vera Cruz. Es un santuario moderno, sustituto de otro ancestral creado con pobres materiales. Las promotoras de las obras de renovación fueron dos hermanas, conocidas como Las Benefactoras, las cuales cedieron sus fincas para ese empeño. Hasta aquí llegan en mayo para honrar a la imagen del Crucificado venerada en su interior.

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