Raigambre
El agua de la presa rota llega a Ribadelago
La tromba de agua alcanzó el pueblo a las cero horas y veinticuatro minutos de la noche del viernes 9 de enero de 1959

Cañón del Tera visto desde la llanura inmediatamente anterior a Ribadelago. / Mariano Cano Gordo
Mariano Cano Gordo
A media noche se oyó en el pueblo (más o menos en un radio de 10 km) un estruendo lejano en dirección a lo alto del cañón del Tera. Los vecinos que seguían despiertos, cuando cayeron en la cuenta de que su origen estaba en el estallido de la presa de Vega de Tera, presentimiento acrecentado con los estremecedores defectos del dique por todos conocidos, corrieron a sus casas para intentar salvar a sus familias poniéndose a recaudo en los lugares más altos, mientras iban dando voces por el pueblo alertando a los que no se habían enterado aún. Un electricista de la empresa hidroeléctrica subió al campanario civil y se puso a voltear sin descanso las campanas a rebato con frenesí, avisando a muchos de sus convecinos de que algo grave estaba sucediendo. Eso sirvió para que muchos despertaran, salieran a la calle y vieran cómo el agua comenzaba a engullir al pueblo, dándoles tiempo a ponerse a salvo. En uno de los tres bares que había en el pueblo se enteraron al entrar corriendo una niña que les alertó gritando.
Al poco de romperse la presa, el cabo de la Guardia Civil, que a su vez era el telegrafista, intentó desesperadamente pedir auxilio a los puestos cercanos, pero nadie le respondió. Afortunadamente, durante la noche su señal de socorro fue recogida por un radioaficionado de Valladolid que pudo contactar con el puesto de la Benemérita en Pías (cuyos guardias fueron los primeros en poder acudir y prestar asistencia) y desde aquí se pudo solicitar a las cinco de la mañana, mediante telegrama, ayuda a otros puestos de la Guardia Civil cercanos y de Zamora.
A bastantes vecinos la llegada del agua les cogió en casa de otros que vivían en los barrios más altos. Los que tenían familiares durmiendo en sus casas (hijos, padres…) corrieron angustiados a sus viviendas para intentar salvarlos. A muchos de ellos no se les volvió a ver.
Los residentes del barrio situado en la margen derecha del Tera (uno de los más castigados) que advirtieron a tiempo la catástrofe que se les avecinaba, cruzaron por el puente de abajo y se encaramaron instintivamente, junto a muchos supervivientes, a los terrenos más altos que encontraron, unos al campanario civil, otros a las peñas o "piñeos" cercanos (piñeo Simón, piñeo Ñugueiros), algunos a los barrios elevados (como el Outeiro) o hacia lo alto de El Castro, cerro situado entre el pueblo y el lago.

Desde el campanario civil se dio la alarma la fatídica noche. / Mariano Cano Gordo
Varios vecinos de los barrios bajos que estaban durmiendo se percataron de la tromba de agua cuando ésta cubría ya sus casas, filtrándose por el tejado y cayéndoles sobre la cara.
Algunos pudieron salir rápidamente con lo puesto, sin tiempo a abrigarse. Otros con más suerte tuvieron tiempo de coger una manta con la que sobrellevar la heladora temperatura del exterior.

Únicamente los escalones de piedra de la casa de Pedro y Pilar resistieron el embate del agua. / Mariano Cano Gordo
Una vez llegada la riada al pueblo la gente escapaba de sus casas por donde podía, unos por la ventana de atrás, otros rompiendo el techo como en el caso de Felipe (se quedó ciego tras un accidente trabajando en la presa), al que su mujer pudo encaramar al tejado a duras penas junto a su hijo de un año, segundos antes de ser engullida por las aguas.
Muchos se vieron obligados a aguantar estoicamente durante horas sobre el tejado de sus casas, soportando el gélido frío bajo cero, el viento que no paraba de soplar, la niebla y la humedad que calaban hasta los huesos, y el miedo de que, en cualquier momento, los muros se vinieran abajo y quedaran engullidos por el infortunio.

Del bar de Fidel sólo quedó el solar, en el que se levantó este monolito en su memoria / Mariano Cano Gordo
Un puente derribado empeoró la catástrofe
Dos puentes cruzaban Ribadelago. El primero, de madera, llevaba a Moncabril y era el más antiguo: la tromba de agua lo descuajó violentamente nada más alcanzarlo. Poco más abajo había otro de hierro y hormigón, construido 28 años antes, que comunicaba los barrios separados por el Tera.
Los restos del pontón derribado aguas arriba se mezclaron con los gruesos troncos de los castaños centenarios y otros árboles arrancados de camino al pueblo, taponando los ojos del puente de hormigón, comportándose como un dique de contención que provocó una alarmante subida del nivel de las aguas, que llegó a ser de 6,5 m de altura en su momento álgido.
Durante algo más de diez minutos interminables, encaramados a lo que podían, contemplaron angustiados cómo el agua iba subiendo progresivamente su altura, aproximándose cada vez más a ellos.
De repente se oyó un fuerte estallido y poco a poco el agua fue retrocediendo. El puente de hormigón había corrido la misma suerte que la presa, salvando de una muerte casi segura a los apesadumbrados vecinos que resistían subidos a las partes altas del pueblo y a los árboles. Por contra, se repite la misma historia y una nueva tromba de agua recorre furiosa el Ribadelago situado aguas abajo del puente, destrozando todo lo que encontraba a su paso. Las humildes viviendas de Peña Puente y de los barrios de El Raneiro o A Ribeira fueron literalmente barridas, llevándose consigo a sus moradores, ganado, enseres…
Tras la rotura del puente de hormigón disminuyó el ensordecedor ruido que acompañó la llegada de la riada al pueblo: el derrumbe de las casas, el descepe de árboles, las persistentes colisiones del material arrastrado contra las rocas o edificios, los desgarradores gritos de los vecinos, los gemidos del ganado…
Una vez que los supervivientes repararon en que sobrevivirían a la catástrofe, el estupor de los primeros momentos dio paso a la incertidumbre por el destino de los seres queridos, multiplicándose los gritos desalentadores en su búsqueda, todo ello ateridos de frío y en la oscuridad más absoluta, ya que la riada arrancó de cuajo los postes del tendido eléctrico en los primeros instantes, desapareciendo la luz, no así en el Poblado de Moncabril ni en la central hidroeléctrica, pues el Tera no llegó hasta allí.
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