Lamentos
¡Qué visión tan horrible y tremenda, la imagen cruel de lo que quedaba del pueblo!
Manuel
Manuel me transmitió la cara más amarga de la tragedia, en una entrega generosa de su experiencia íntima como un tesoro que se confía a alguien para que lo administre con cariño porque lo entiende y lo estima como él.
Como Manuel, la mayoría de nosotros tenemos muy presente siempre ese preciso momento en que la luz negruzca de aquella mañana parda y fría, hace 66 años, nos permitió ver el horror de la metamorfosis que se había producido:
"Contemplar aquel desastre, la escombrera en que se había convertido el pueblo, me produjo una angustia infinita. ¿Sería una pesadilla? Siempre pienso en el pueblo como era antes de la tragedia. La imagen del después me cuesta aceptarla"– nos dice Luti una niña de 10 años entonces.
Aquella mañana, la más indescriptible y oscura de nuestra vida, muy cerca del niño ahogado de Manuel, experimenté el sentido más transcendente al que nos aboca una sacudida de semejante intensidad. La abuela y el bebé de tres meses, estaban allí entre la maleza de su casa derrumbada. El recorrido sin pasos, como llevada en ondas por la muerte expandida, lo hice por un lugar transformado en pedregal que cubría los caminos de mi infancia. Piedras de agudas aristas desgajadas de los piñedos desde la Cueva a Bouciquia por la fuerza del Tera enfurecido, abriéndose paso por las montañas, implacable, vengador de su detención forzada.
Las tragedias para los niños son distintas, no necesitan muchas explicaciones porque la realidad se lo muestra, lo asumen y lo integran en su vida, luego los recuerdos irán haciendo el resto. La visión de mi amiga muerta fue un encuentro sin alharacas ni dramatismos, simplemente le hablé en silencio. No pude advertir en aquel momento un futuro sin ella, ni un pasado roto que reclamaría siempre su recuerdo.
El comienzo del camino que se abría era desolador y aumentaba el estupor y la locura: padres llevados fuera del pueblo contra su voluntad que no pudieron enterrar ni buscar a sus hijos, hijos separados de sus padres, familias sin casa que no tenían donde dormir ni llorar a sus seres queridos, congoja, confusión sin límites, incapacidad total para pensar, algunas figuras humanas que deambulaban buscando los cuerpos o algún resquicio de la vida anterior al que agarrarse: una foto, un objeto, un pedacito de la casa arrancada con furia.
Representantes del gobierno, de la de Sociedad de Moncabril y jefes de la Empresa, llegaron al pueblo al día siguiente y en la mesilla del plano inclinado subieron a la sierra para constatar la rotura de la presa y evaluar sus pérdidas. En el pueblo se hicieron las fotos pertinentes en el epicentro de la destrucción, la Ribeira, convertido en un inmenso amasijo de piedras y malezas en el lugar de las casas del barrio desaparecido por completo. ¿Después? Pocos volvieron alguna vez por allí. Fueron nulos su apoyo y su empatía; se centraron en que sus gastos fueran los menos posible aún a costa de aquellas víctimas que no tuvieron fuerza ni ayuda necesaria para reclamar lo propio. "Se atenderá al pueblo como siempre se ha hecho". A los damnificados se les abonarán las pérdidas y los daños del entorno si los hay – dijeron.
El trato de la empresa es aún hoy uno de los puntos clave del enorme sufrimiento que supuso para nosotros la sombra inmediata de la tragedia. Es la esencia del sentimiento de abandono con absoluto despego, fue el descubrimiento de lo poco que le importaban de verdad aquellos hombres, sus vidas, y sus familias, a quienes tantas veces alabaron por su valentía y valor, por su importancia en la excelsa labor de levantar España por medio del progreso que aportaría la energía que ellos estaban llamados a facilitar abriendo túneles, levantando muros construyendo centrales e izando torres que soportaran los cables de alta tensión para su transporte a toda España e incluso fuera de ella. Y de pronto se convirtió en nuestro mayor enemigo.
En la prensa amiga y el propio presidente del Consejo Directivo publicaron las consecuencias que la rotura había tenido para la empresa: Los daños habían sido pocos, la presa se podría reconstruir pronto a un coste asequible… La central, corazón del salto, no había sufrido ningún daño, solo se paró unas horas, incluso se registró una alta producción esos días.
La Empresa recibe felicitaciones, parabienes, apoyo y ánimo para remontar "el percance", promesas de ayuda del INI, de la Sociedad, de otras compañías amigas, para seguir adelante con más ilusión y fuerza si cabe. Pero dejan fuera a las víctimas.
Pienso muchas veces, qué distinto hubiera sido para nuestra incorporación a esta segunda vida el apoyo, el afecto, el aprecio, el contacto y calidez de aquellos hombres que habían estado 12 años dirigiendo las obras al lado de nuestros padres, si hubiéramos sentido su amistad, su ayuda directa, su consuelo. Si nos hubieran acompañado en el luto y nos hubieran compensado en lo posible a cambio de tanto daño. Fue cruel el comportamiento .
Manuel fue un icono en esta historia y de las relaciones de Moncabril con los obreros. Era un niño cuando comenzó a trabajar con las contratas anteriores a Moncabril. Desempeñó diferentes y variados trabajos, varias veces estuvo a punto de morir por falta de protección y de aprendizaje, que nadie le aportaba, hasta acompañaba como mozo para todo al señor Barceló en sus incursiones a Peña Trevinca, para esquiar. Tuvo una absoluta fidelidad y entrega a la empresa. En la tragedia pierde a su hijo de tres meses, a su madre y a sus hermanos, y él y su esposa no tienen donde vivir: "Las casas de los familiares estaban llenas, no había sitio para nosotros". Dos años después lo despiden estando ya en las obras de Galicia, sin ninguna consideración ni rasgo de gratitud. Tuvo que buscarse la vida en Madrid y partir de cero con una herida muy abierta que siempre se manifestó en esa pena, en esa tristeza que nos confiesa padecer.:
"Desde entonces, siento como si estuviera atrapado en una especie de cárcel. Siempre me acompaña una sensación de angustia que hoy se acrecienta con esta vida un tanto desesperanzada, insolidaria y hostil que yo percibo en el pueblo".
El hilo sin fin de la esperanza ya se ha roto para los supervivientes que van partiendo al viaje definitivo y para los que vamos quedando está demasiado débil, ¿qué podemos esperar a estas alturas? Simplemente ejercer de supervivientes abandonados.
La tragedia, sus consecuencias, no prescriben, nunca es tarde para resarcir la injusticia, pero hoy tampoco existen consideraciones ni respeto con el pueblo que puso todos los medios físicos y humanos para construir esa central enclavada en nuestras tierras, como las torres, la alta tensión, los caminos, las presas y sobre todo sacrificó en el sentido más extremo y más trágico a sus hombres y al pueblo entero. Sin embargo, hoy el pueblo está bastante desatendido, sucio, incómodo por problemas que las autoridades, más que nunca, no pueden o no quieren resolver. El Ayuntamiento endeudado, desde hace años, restringe los servicios como única posible medida… carencias que provocarían a veces una sonrisa si no fueran tan transcendentales para la placidez del espíritu.
¿No merecemos nada antes de que el tiempo destruya ese pequeño hilo de esperanza?
Quizá solo lo que los versos de Valente dicen en su segunda parte: "que la memoria dure bajo la luz tendida de la tarde". Pero casi anochece ya y hay que darse prisa, dejar esa luz bien encendida para que nuestros jóvenes y nuestros amigos la mantengan, en ellos tenemos la esperanza y la fraternidad que nos fortalece: en los que nos ayudan y están siempre ahí, en los que nos escuchan en el despacho o en la calle, en los que nos leen, se interesan por nuestra historia y la divulgan con respeto, en los que nos acompañan siempre, en los que nos consuelan con aprecio, afecto y consideración que no tuvimos. Ellos nos salvan. Ellos serán los portadores de esa luz de la MEMORIA. Gracias a todos, queridos amigos.
Algo de niños quedó en nosotros en aquella infancia rota. Es sabido que los supervivientes de una tragedia humana tenemos todos unas claves en nuestra vida y nos sujetamos en algunos anhelos o quimeras que sabemos imposibles pero el fuerte deseo los impulsa, y la magia de nuestros recuerdos los mantiene. Uno de esos sueños es volver a aquellos días de la infancia en que fuimos tan felices, aquel ambiente en el que pasamos nuestros mejores años, en una esencia espiritual que nos envolvía: "Aquellos días azules y aquel sol de la infancia", de Machado.
Me gustaría volver a ver el pueblo unido, como lo vimos siempre. Y aquel cariño que nos teníamos. Algo imposible, el agua nos destruyó. María
Nos abandonaron. Nos dejaron muy solos. No hubo nadie que cuidara a los supervivientes. Todo fue a peor. Salimos adelante como pudimos marchándonos cada uno por su lado, siempre solos, desarraigados y perdidos. ¡Cómo me gustaría que todos tuviéramos ahora mucha paz y poder reunirnos de nuevo con los vecinos que se ahogaron y los que no han vuelto! Luti
Nuestro deseo está claro. Se repite en muchos de los testimonios de los supervivientes. En mi sueño biológico lo he visto cumplido con frecuencia, pero predominan las imágenes de la tragedia. Eso me ha ayudado a no olvidar ningún rostro de aquellos compañeros que partieron.
Cuando por primera vez oí cantar a Rozalén estos versos, pensé que eran la expresión más certera de la nostalgia que nos ha acompañado siempre:
"No quiero volver aquí, / yo quiero volver a entonces. Yo quiero volver al cuando, / no quiero volver al dónde".
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