Entrevista | Francisco J. Vaquero Robustillo Director del documental «Vidas irrenovables»

"El despliegue de renovables a lo bestia convierte a los territorios rurales en desiertos"

"Las nuevas fuentes de energía pueden ser una oportunidad para el medio rural, pero no a base de arrasar sino fomentando comunidades energéticas"

"La intención es dar todos los recursos a un puñado de grandes empresas para que hagan el agosto"

"Son muchos años de machaque para el sector primario, llega una empresa que te ofrece el oro y el moro y cedes"

El documental "Vidas irrenovables" se proyecta el miércoles, 23 de octubre, en Bermillo de Sayago y el 29 de octubre en Multicines Zamora

Francisco Vaquero

Francisco Vaquero / Metáfora Visual

El proyecto de instalación de un gran parque eólico a lo largo de los términos de Almeida, Bermillo y Muga sitúa a Sayago entre los territorios codiciados por grandes empresas de energías renovables. Es la razón de que Sayago tenga cabida en el documental "Vidas irrenovables", basado en testimonios de pobladores locales donde ya conviven con esta nueva industria y sus efectos. Dirigida por Francisco Vaquero (Cabeza del Buey, Badajoz, 1985), el documental se proyecta el miércoles, 23 de octubre, en el Salón de Actos del Ayuntamiento de Bermillo. Y habrá otra proyección el 29 de octubre en Multicines Zamora como parte de un ciclo de sine medioambiental. En esta entrevista, el director de "Vidas irrenovables" abunda en la razón de este trabajo que da voz a 47 protagonistas –entre ellos dos sayagueses– que sufren o temen el efecto negativo de las grandes plantas en sus negocios, tierras y pueblos.

–¿Qué quiere transmitir "Vidas irrenovables"?

–Pretendo alertar sobre el impacto que este despliegue desordenado y mal planificado está teniendo en la vida de las personas que viven en el mundo rural, en los ecosistemas y en todas las formas de vida natural. Y he querido dar voz a la parte que no la tiene. En los medios se habla mucho del despliegue de renovables y sus bondades, pero no se cuenta con la población local que es la más afectada.

–Lo que trasciende son multimillonarias inversiones en territorios despoblados y generalmente periféricos, ¿pero realmente cuáles son los impactos del gran despliegue de placas y molinos?

–Son muchos. De entrada, acaba con formas de vida tradicionales como la agricultura o la ganadería, y más actuales como el turismo rural o pequeños negocios que se han establecido gracias a que la gente busca sitios donde se respira un aire que no tienes en la ‘España amontonada’, como la describe un ganadero. Vienen a disfrutar de los placeres que tenemos y, cuando se instala una macroindustria, esa esencia se rompe completamente. Hemos podido comprobar que en las zonas donde llevan más tiempo desplegados esas instalaciones de gran magnitud, la población ha caído en picado y no vemos ni un solo pueblo que haya tenido un desarrollo. Solo se benefician las grandes empresas que no invierten nada en los territorios.

Las empresas buscan territorios despoblados sin capacidad para parar este monstruo

–¿Hay ejemplos concretos que aparecen en la película?

–Está el caso de Las Merindades, en Burgos, concretamente en el Valle de Valdivielso, donde antes de que se instalaran los molinos había 900 personas y varias explotaciones agrícolas y ganaderas. Hoy quedan 400 personas, hay pueblos ya completamente abandonados y solo subsiste una explotación ganadera porque son unos luchadores. Es un impacto brutal, al final se ha ido abandonado todo ese entorno porque desaparece la mano humana que lo conserva y mantiene un recurso fundamental para que esos ecosistemas puedan sobrevivir.

–¿Y desde el punto de vista medioambiental?

–Las consecuencias son muy fuertes. Por ejemplo, la falta de mantenimiento en los eólicos provoca vertidos de aceite que acaban filtrándose en los acuíferos. Tendremos aguas contaminadas, desprendimiento de piezas o material que se va degradando y campos llenos de plástico. Está mermando la población de aves hasta el punto de que están en peligro de extinción muchas de ellas en ciertas zonas, porque esos aparatos son trituradoras básicamente. Y también es muy complicado para la fauna terrestre. Un aerogenerador de 200 metros dando vueltas todo el día con el ruido que conlleva, con el campo electromagnético provoca la huida de los animales. Conclusión: que al final esos territorios se convierten en desiertos.

Francisco Vaquero durante la grabación del documental en Sayago

Francisco Vaquero durante la grabación del documental en Sayago / Metáfora Visual

–El documental pretende adelantarse también a consecuencias hoy más intangibles.

–Hay cosas que ya estamos viendo. Por ejemplo, las fotovoltaicas se ponen en grandes extensiones, a la intemperie y si viene una inclemencia meteorológica fuerte puede ocurrir lo que hemos visto en Almería, donde antes de estar conectada, una planta fotovoltaica ya estaba completamente destrozada por un temporal. Eso tiene unas consecuencias que veremos en un futuro porque las plantas fotovoltaicas están hechas de materiales que requieren un tratamiento especial. O lo que conlleva de pérdida de terreno agrícola y ganadero. Por ejemplo, en un pueblo de Córdoba se pretenden arrancar cien mil olivos. Además de ser una barbaridad, vienen los problemas de erosión y de pérdida de tierra fértil. Es un sinsentido.

–Sin embargo hay una realidad incontestable: la energía renovable es necesaria, ¿cómo armonizar la integración sin estos efectos devastadores?

–El problema no es el recurso sino cómo lo gestionamos. Se hizo mal con el petróleo y el carbón y volvemos a cometer el mismo error. Al final es un sistema extractivo que arrasa con todo. Las renovables podrían ser una oportunidad para el medio rural pero no arrasando la naturaleza sino fomentando comunidades energéticas y el autoconsumo. Y para las industrias hemos conocido casos en Bélgica donde en las puertas de cada nave en los polígonos industriales hay un molino que genera energía suficiente para desarrollar su actividad. Pero desde la administración se torpedea ese modelo y las empresas ponen muchas trabas a las personas. Hay una intención de dar nuevamente todos los recursos a un puñado de grandes empresas para que hagan el agosto y el resto a sacrificarse.

Es posible un medio rural donde la actividad económica gestione los recursos, no que los esquilme

–¿La elección de territorios despoblados y periféricos allana el camino para sus objetivos?

–Claro, son las zonas donde hay menos contestación. La capacidad de pueblos pequeños es más limitada, pues por mucho ruido que hagan son muy pocos y al final te acabas agotando y no tienes recursos para parar este monstruo.

–¿Es posible un mundo rural al margen de estos proyectos?

–Totalmente. Y eso se demuestra muy bien en mi anterior trabajo ‘Ganado o desierto’. El ganado lleva un tiempo muy demonizado, pero si se gestiona bien es una herramienta espectacular para mantener el ecosistema. Claro que es posible, a través de la agroecología, la permacultura o pequeños negocios artesanales o de turismo. Hay que apostar por negocios sostenibles con un valor diferencial. Y desde luego contar con el apoyo de las administraciones. No puede ser que estos pequeños negocios tengan que pasar los mismos requisitos que una multinacional. Es posible un medio rural donde la actividad económica gestione los recursos, no que los esquilme.

–¿No cree que esa visión a veces peca de romántica, cuando de fondo late una realidad marcada por la falta de servicios?

–Estoy de acuerdo, pero cuando hablo de que es posible sería de la mano de las administraciones. Sin embargo, han dejado el mundo rural de lado porque son pocos votos y al final es donde las grandes empresas pueden seguir haciendo su agosto. El problema de estos territorios es que no son decisivos a la hora de unas elecciones, entonces se han ido desmantelando los servicios y no interesa poner remedio porque así consiguen el propósito de que todos nos vayamos a la España amontonada, como un cochino metido en una macrogranja.

Las políticas de las últimas décadas generan la idea de que si te quedas en el pueblo eres un fracasado

–¿Tras conocer la realidad de Sayago, ve posibilidad de que se pueda parar el gran proyecto de molinos eólicos?

–Si se lucha se puede parar. En la película salen ciertos casos que ahora se han conseguido parar. Al final son tan chapuceros haciendo las cosas, que quedan resquicios para poner freno. Y si además hay personas al pie del cañón, como ocurre en Sayago con la plataforma creada y luchando mucho por su territorio, cabe la esperanza de que no se termine haciendo. El problema está en las zonas donde no se lucha y están haciendo tremendas barbaridades como en mi tierra, Extremadura, con una invasión fotovoltaica bestial en tierras que superan las mil hectáreas. Y sucede en decenas y decenas de fincas o pueblos sin nadie que proteste, excepto algún lobo solitario, mientras miles de encinas y olivos que se arrancan sin miramiento.

–¿No cree que el sector primario lleva tantos golpes que ha tirado la toalla y se deshace de sus tierras cansado de todo?

–Es cierto que son muchos años de machaque, de una burocracia excesiva, de productos no valen nada, de estar ninguneados. Entonces cuando llega una empresa, te ofrece el oro y el moro, en esa desesperación lo que haces es soltar. Y como no hay un relevo generacional se ha perdido ese vínculo con el territorio. Las políticas de las últimas décadas generan la idea de que si te quedas en el pueblo eres un fracasado. Son muchos años de machaque, incluso por eso nuestros padres nos han empujado. Pero hay una cosa muy clara: como el mundo rural caiga cae el país entero. Las ciudades viven de lo que se produce en los pueblos y las civilizaciones las sostienen los pueblos.

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