Pepe Muelas y su museíllo de una vida pastoril en Almeida de Sayago
José Martín López atesora en su casa de Almeida de Sayago un evocador museo de aperos, tallas y cuadros creados con sus manos
"Todo está en la cabeza, ni un libro. Puede estar mejor o peor hecho, pero no falta un detalle"
El trabajo de este nonagenario es también un monumento a un vocabulario riquísimo que penosamente va desapareciendo

GALERÍA| El labriego artista de Almeida de Sayago / Miguel Ángel Lorenzo
La casa de Pepe Muelas y Teresa Martín en Almeida de Sayago es memoria viva de un tiempo cada vez más lejano y a la vez aún muy presente en el imaginario. Un pequeño universo donde tornaderas, celemines o zarandas conviven con figuras de bueyes, ovejas, lobos o retratos y escenas pastoriles dibujadas con las mismas manos que igual tallan madera o la piedra que levantan una pared. "Es mi obsesión y sin un libro por medio. ¡Eh!. Todo está en la cabeza y en estas manos" revela este artista hecho a sí mismo mientras mueve los diez dedos de unas manos curtidas por el tiempo y el trabajo.
Esa habilidad innata explica el variopinto museíllo en torno una labor agraria y ganadera que José Martín López, Pepe Muelas para todo el mundo, desempeñó desde niño. También le dicen Pepe "lobico", puede que por el oficio con el que se ganó la vida, pastoreando las ovejas por los campos de Sayago.
Esta vez de casta no le venía al galgo. Pepe era hijo de carabinero, por eso nació en Hermisende, en las tierras de la Alta Sanabria donde su padre vigilaba la frontera con Portugal. Misión especialmente compleja en los convulsos años de la guerra y la posguerra.
Después la familia se estableció en Almeida, "porque descendíamos de aquí", y este fue el pueblo donde definitivamente Pepe se labró un futuro junto a Teresa, con quien se ennovió siendo un mozo y se casó con apenas 20 años. "Aquí hemos pasado toda la vida juntos".

Pepe Muelas con su mujer, Teresa Martín / Miguel Ángel Lorenzo
A sus 90 años, Pepe conserva una memoria y energía envidiables, cultivadas a lo largo de toda una vida de trabajo mano a mano con Teresa, de 86 primaveras. "Hemos peleado mucho, teníamos tres hijos y una cartilla muy chica". Además de las ovejas y la labor, el matrimonio criaba cerdas de cría y cuatro vacas de leche. "Con una sola cosa no se puede vivir en Sayago ni antes, ni ahora, ni nunca. Éramos los dos solos para trabajar (señala a su mujer con admiración), lo hacíamos todo nosotros. Date cuenta que los tres hijos (dos hijas y un hijo) han hecho carrera. Una cosa con la otra y así íbamos ganado algo".
Con semejante faena era difícil encontrar un hueco para entregarse a la pintura, la escultura o la madera. Pepe Muelas siempre fue un maestro con las manos. Pero es una vez jubilado cuando este artista, sin otros títulos que su propia destreza e ingenio, dio rienda suelta a las habilidades que ya adivinó su maestro, Juan Antonio Casanueva, cuando era un niño. Fue quien le regaló las pinturas con las que realizó los primeros trazos.
Y de aquella etapa infantil le viene lo de "Muelas". "Cuando llegué a la escuela, me dice el maestro, cómo te llamas. Y yo, José Martín Muelas. Así se quedó. Hasta que a los pocos días lo cuento en casa y me dicen, eres José Martín López. Al final, pues lo que éramos los muchachos, me quedé con Muelas".

Figuras realizadas por Pepe Muelas, entre ellas la iglesia de Almeida / Miguel Ángel Lorenzo
Pepe Muelas el artista del pincel, el artesano y maestro de los aperos de labranza, construidos hasta el mínimo detalle. Una institución para quien guste de saber cómo era la vida de antaño, la de la economía de subsistencia, cuando se vivía de lo que se producía en casa, cuando las familias tenían que aprender a administrar sus recursos.
"Lo único que no es mío de todo esto son las tejas de la iglesia y los cántaros" precisa el anciano mientras muestra el sensacional museíllo construido en casa, a base de piezas que representan las vivencias pastoriles y agrarias de este creador autodidacta.
De sus manos ha salido una admirable recreación –"a escala y con la ayuda de un hijo que tengo arquitecto"–, de la iglesia de San Juan Bautista, el patrón de Almeida de Sayago. O el San Roque tallado en piedra. "¿No ves que todo tiene una proporción?". Entre las piezas sobresale el busto de una mujer. Es Teresa, su compañera de vida. "¿A que parece ella?" pregunta orgulloso.
O las medidas de capacidad de antaño que el anciano describe de carrerilla: fanega, ochava, media ochava, celemín, medio celemín y cuartillo. "Todo está aquí", cuenta mientras señala su cabeza y unas manos que igual han valido para la definir un trazo perfecto que para construir un cuarto de baño, reparar un carro o afilar la guadaña.

Pepe Muelas muestra una ochava en miniatura / Miguel Ángel Lorenzo
Es hablar de los aperos de labranza y al artesano se le iluminan los ojos. En esta colección no podían faltar los aperos de la trilla, la tornadera, la raspadera, la pala, el trillo, la ochava, el briendo do y la brienda (bieldo), la zaranda, la baladera... Los bueyes tirando del carro de dos ruedas con la viga para enganchar el tiro y los costales de varales y tablas que sujetan la carga. Yugos con sus camellas, el barzón y la clavija. El arado con los cabijales, la cama, el dental, los tondos, vilortas y su mancera.
La majada con el rebaño de ovejas y el lobo, las cañizas y el pastor con su morral y la cayada. Y todos los animales que han contribuido al sustento familiar. Marranos, gallos y gallinas, vacas y hasta una familia de perdices con sus perdigones.
La obra de Pepe Muelas es un recorrido por un modo de vida que ya es historia, ligado a la dureza de la labranza, cuando las máquinas eran una fantasía. El legado de este artesano y maestro del acontecer agrario es también un monumento a un vocabulario riquísimo que penosamente va desapareciendo.
"Yo veo una cosa y digo, hay que hacerla; me pongo y sale". No hay más explicación a la genial maestría de este nonagenario testigo de una generación irrepetible. "Todo esto puede estar mejor o peor hecho, eso no lo discuto, pero no falta detalle; yo miro mucho los detalles" explica con la tranquilidad de quien ni busca nada ni pretende halagos. "Como no soy pintor ni escultor, como lo hago porque quiero, pues no me importa que pongan faltas. Esto lo he hecho por gusto". Es el tesorillo de un labriego y pastor de raza.
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