Tradiciones que repueblan
Alba Velasco, asentada en Tardobispo tras la pandemia, ha erigido un grupo de bailes desde los 4 a los 83 años
De esta manera palían los vecinos la falta de oferta cultural impulsada por la asociación de vecinos

Alba Velasco guía a la pequeña cantera al ritmo de las panaderas durante una actuación en Tardobispo. | J. L. Leal
Estefanía Vega
Reunidos en torno a la mesa, un grupo de cinco niños de 4 a 8 años reproducen con infalible destreza el ritmo de las panaderas. Cada puño, vuelta, palmada y golpe resuena al unísono bajo la directriz marcada por Alba Velasco; ejercicios que recrean enfundados en la indumentaria tradicional en combinación con juegos de antaño, jotas, charros y villancicos. Un verdadero tesoro cuyo valor se engrandece si lo enmarcamos en un pueblo de apenas un centenar de vecinos con una voluntad de hierro para conformar su propio espacio cultural.
Es el legado de una zamorana que tras el estallido de la pandemia optó por dejar atrás la urbe para mudarse al medio rural. Sus maletas apenas se movieron los diez kilómetros que distan entre la capital y Tardobispo. Y no fueron los únicos. Esta localidad perteneciente al municipio de El Perdigón, fue una de las grandes beneficiadas por los estragos de un confinamiento que ahogó a familias completas durante unos interminables meses erigiendo a los pueblos en el reclamo perfecto para quienes buscaban el espacio acotado en las urbes. El "efecto llamada" atrajo a al menos seis familias a este punto del alfoz que sólo durante el pasado 2023 sumó veinte habitantes elevando el censo hasta los 106. Todo un logro para un pueblo afectado por la falta de servicios "porque, por no tener, no hay ni bar".
Como tampoco había oferta cultural. El cierre del último restaurante, dejó a sus vecinos sin más opciones que coger el coche para desplazarse hasta Zamora. "Lo usamos para todo". Con una entonces jovencísima asociación, la llegada de los nuevos moradores impulsó la creación del Grupo de Bailes Tradicionales de Tardobispo que el próximo mes de octubre cumplirá sus primeros dos años de vida. "Yo siempre he estado ligada a este mundo de las jotas –ha formado parte de Doña Urraca, la asociación La Morana así como de la desaparecida asociación cultural Sedeiro– y cuando me vine aquí me lié la manta a la cabeza".

La agrupación cuenta con integrantes de 4 a 83 años. | J. L. Leal
Un sondeo entre los vecinos le animó a dar el paso con la idea de impulsar una actividad que sirviera de punto de encuentro más allá de las semanas estivales en las que la población flotante motiva a engrosar el calendario festivo.
Lo que comenzó siendo una propuesta con perspectivas inciertas se tornó casi de inmediato en un ejemplo de la capacidad de las tradiciones para afianzar lo que el Covid nos impuso a golpe de confinamiento. Los números hablan por sí solos: una veintena de integrantes conforman a día de hoy esta agrupación, la mayoría censados en el municipio, aunque hay quienes semanalmente viajan desde Zamora para cumplir con el calendario de ensayos. Los bailes y cantes atraen a un colectivo marcadamente intergeneracional y que atesora un innegable futuro por delante. Porque, más allá de implicar a mujeres de hasta 83 años -hay familias representadas por abuela, madre e hija-, el Grupo de Bailes presume de una envidiable cantera infantil dispuesta a empaparse de las tradiciones y del folclore local.
De la semana cultural al baile del ramo en el ofertorio de octubre, pasando por las Navidades a ritmo de villancicos y las Águedas en febrero, este grupo ha permitido revitalizar la oferta cultural de la mano de la Asociación Vecinos de Tardobispo. Y lo ha hecho dentro y fuera del término en lo que han ideado como "intercambios culturales" con los pueblos vecinos como Casaseca de Campeán y San Marcial del Vino estableciendo una serie de "conciertos" que permitan ampliar la oferta de actividades adaptándose a la escasez de medios económicos.
Una lucha por dinamizar los pueblos, pero también por transmitir a las nuevas generaciones la importancia de un legado que bien ha estado a punto de perderse, pero que el temido Covid reactivó. Pasó con el arte de tejer que hoy se convierte en elemento decorativo en buena parte de los pueblos de nuestra provincia, tan concienciada por otro lado con el folclore local como afectada por una despoblación galopante que convierte la previsión cultural en una auténtica odisea más allá de los meses de julio y agosto.
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