Con la lana a cuestas en un pueblo de Zamora
La localidad de San Marcial reúne a unas 80 mujeres con motivo del primer Encuentro de Tejedoras Rurales, una tradición con futuro

GALERÍA| San Marcial, epicentro de las tejedoras rurales / JOSÉ LUIS FERNÁNDEZ
Estefanía Vega
El arte de tejer se escribe por igual en pasado, presente que en futuro. Esas imágenes, antaño un clásico, de mujeres sentadas al fresco del poyo entregadas a sus labores -esas que constaban bajo las siglas S. L. -, se llegaron a declarar casi en vías de extinción hasta la llegada de la pandemia. Porque si algo logró el confinamiento fue recuperar de los altillos y baúles aquellas tradiciones que amenazaban con perderse con las últimas generaciones.
A sus 96 años, la vista de Rita le ha impuesto un alto tras toda una vida aprovechando el sobrante de lana de las ovejas en su casa de Videmala. De ella se cuenta que pasaba noches enteras en la rueca o concentrada en el zurcido de calcetines con los que proveía a una familia de tres hijos que aún recuerdan las múltiples vidas de cada prenda. “Pasaban de hermano a hermano, se adaptaban y, con todo, aún daba para otros usos” porque “entonces no se desperdiciaba nada”, señala su nieta Noelia Fraile.
La falta de tiendas en el medio rural, más aún de recursos económicos que obligaban a apostar por una economía casi de autoabastecimiento, conducían a una misma salida: tejer. Este hobby recuperado, se torna en pura necesidad hace poco más de medio siglo: “Era la única alternativa si querían calentarse durante las faenas en el campo en invierno”.
Desde entonces, la rueca y el huso han pasado de generación en generación en la familia Fraile Prada hasta llegar a su bisnieta. Un huso que ha salido de la casa familiar para adentrarse en la Tierra del Vino que ayer acogía el primer Encuentro de Tejedoras Rurales. Unas 80 mujeres de toda la provincia –desde El Cubo a Porto de Sanabria y de Fermoselle a Casaseca de las Chanas pasando por Valdeperdices y Videmala- se entregaban durante toda la mañana a las labores de encaje, hilado de bolillos, bordado carbajalino o hilado con lana de oveja. La plaza de San Marcial, localidad perteneciente a El Perdigón, se convertía en un museo al aire libre -desde cojines a trajes pasando por amigurumis- y en una exhibición del arte con la aguja. Una afición que “engancha” por su poder desestresante incluso a las más jóvenes.
Desde los nueve años de una Henar capaz de dominar la técnica del encaje de bolillos que ya practicaba su madre a una Claudia Fraile que, en el stand contiguo, lleva a la práctica sobre el uso centenario familiar las lecciones de su vecina sobre el hilado de lana tradicional en la comarca de Aliste. A su lado, una Noelia capaz de sacar las lanas de colores en pleno metro para abstraerse del ritmo frenético de Madrid. Un aprendizaje por herencia y amor hacia un arte de pura supervivencia, entonces económica, ahora mental.
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