El alfarero de los gatos y el botijo mágico

Alberto Segurado es el artesano detrás del taller AlfarArenas, donde la innovación se mezcla con un oficio que nace de la misma tierra

Entre la niebla de Entrala, un joven alfarero amasa cada día el barro en el que vuelca siglos de tradición. En una lucha contra el tiempo moderno, Alberto Segurado Martín se aferra al medio rural gracias a un oficio que nace directamente de la tierra y en el que también ahondan sus raíces. Sus antepasados, «siempre habían tocado el barro» recuerda el joven artesano sobre la historia de su familia, oriunda de Pereruela, en la que el oficio, «se saltó una generación», explica sobre su reencuentro con una tradición familiar que llegó hasta sus abuelas y que ahora él «continúa», dice mientras trabaja en el torno, algo que ya vio hacer en casa y que parece un reencuentro inesperado para un joven como cualquier otro.

A pesar de las raíces, este alfarero es autodidacta. Él decidió recuperar un oficio desechado por los tiempos modernos con el que ahora moldea su futuro. Para ello, trabaja y aprende sin descanso en su taller, situado en una antigua nave que servía a su padre para guardar ganado y que él rescató poco a poco de las ruinas hace más de siete años y donde creó AlfarArenas, el nombre de esta alfarería que bebe del pasado pero con aires actuales.

El alfarero de los gatos y  el botijo mágico

El alfarero de los gatos y el botijo mágico / I. Barahona

Desde entonces, se encuentra cada día con la arcilla y algunos de los proyectos, que cuenta, son «la mecha» de su ilusión. Sus dos gatos, Rosca y Loki, son la otra mitad del alma de la alfarería, donde lo acompañan durante las largas jornadas: «Ellos son parte de esto» reconoce Segurado sobre dos mascotas increíblemente cariñosas que le quitan lo amargo de una profesión que aunque «solitaria», le ofrece la oportunidad de vivir y trabajar donde ha escogido y con quien él ha querido: dos compañeros con bigotes y zarpas han sido su elección.

Entre piezas de forja y pruebas, Segurado cuenta cientos de curiosos artilugios a su alrededor. Dos motores Lamborghini y un botijo mágico se suman a la lista de las cosas asombrosas que pueden encontrarse en el taller, un experimento de oficio que trata de encontrar nuevas maneras de ser alfarero. «Alfarero, no ceramista», confirma Segurado. Y explica, que tiene «una relación muy personal con el barro» y avanza en la jornada diaria del taller, donde acumula los nuevos encargos terminados y piezas que le sirven como referencia que jamás saldrán de allí.

Formado en Arte, para el joven alfarero el ingenio también es compatible con las piezas más tradicionales. Este es el caso de sus botijos, una pieza que, defiende, podrían formar parte de las casas de todos de nuevo. Y es que esta pieza tan familiar permite conservar el agua fresca en las viviendas sin necesidad de echar mano de botellas de plástico, vasos o refrigeración gracias a las propiedades del barro. Bautizado como Butticula, el botijo es perfectamente funcional y utilitario aunque parece un objeto decorativo.

La pieza esférica que lo conforma se soporta sobre un pie, que a la vez, sirve de boca para introducir el agua; la magia que hay dentro de él permite que al posarlo de nuevo no se derrame ni una gota, y al inclinarlo, un hilo de agua se desprende de una pequeña boquilla lateral. En esta invención cargada de innovación siempre hay un trago de agua fría disponible para beber, solo hace falta una pequeña inclinación y algo de maña para no mojarse.

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Crear objetos tan particulares ha sido el resultado de un camino que dura ya más de una década y que empezó cuando el joven salió de la escuela de Arte para ir directo a los alfereros de Pereruela «a currar»; allí aprendería lo básico sobre el oficio de la alfarería refractaria más tradicional, aquella enfocada a la cocina. Primero como peón, ayudaba a preparar las masas de barro hasta que empezó a elaborar algunas piezas, donde se reencontró con los recuerdos en los que sus abuelas cocían el barro en la lumbre de casa. Tras algunos años de aprendizaje, el contrató se acabó, y Alberto decidió apostar una vida entera por la alfarería y abrir su propio taller.

Desde entonces, las rápidas enseñanzas de Pereruela le han servido como base, aunque asegura, siempre intenta «darle una vuelta» a todos los proyectos, como ese del botijo que esconde el agua como por arte de magia. En sus piezas se entremezclan la imaginación, la forja o el vidrio, disciplinas que también conoce.

A pesar de que lleva más de una década en el torno, Segurado sigue en busca de su identidad como alfarero, una búsqueda que sospecha, puede que nunca dé por finalizada. Y es que el barro es una firma, «es como una identidad», explica. Encontrar la mezcla exacta de minerales que lo diferencien de los demás es una tarea que ocupa ratos de su vida, que ha dedicado en los últimos tiempos a atesorar pedazos de vetas y muestras de suelos de toda la provincia, donde asegura, hay arcilla en todas partes. Los colores, las cualidades y los minerales «en diferentes proporciones» tienen la capacidad de diferenciar el trabajo del alfarero, explica sobre la cantidad de caolín o arcilla blanca que necesita cada tipo de pieza. Él sigue aprendiendo y nutriéndose de una comunidad de alfareros que crece día a día y que sueña, pueda generar espacios para interactuar, conocerse y generar un tejido de oficios que nutran Zamora, una provincia donde cree, hay mucho potencial y mucha gente con ganas de recuperar y arrastrar las tradiciones al presente.

ZAMORA. JOVEN ALFARERO

ZAMORA. JOVEN ALFARERO / J. L. F.

Ese es el caso de la alfarería, una disciplina que cuando el llegó, «estaba como medio perdida», pero que tras unos años siente, «es un oficio que se está retomando», continúa sobre un trabajo que ensucia hasta los codos pero que atrae a «mucha gente joven» dispuesta a adentrarse en la elaboración de algo tan íntimo como los utensilios que acompañan a las personas durante una vida, en comidas, reuniones y cocinas, y que forman parte de los recuerdos y pertenencias de muchas familias.

«Creo que ahora se está valorando mucho más que sea algo único elaborado a mano», continúa con alegría sobre el oficio artesano que huye de las prisas y la economía de lo desechable, en el que todo lo que se hace es «para que la gente lo utilice y lo disfrute» y donde cada pieza es única, algo que «cada vez la gente valora más», explica sobre personas que prefieren invertir algo de dinero en unas piezas que jamás podrían encontrarse en los lineales de las grandes superficies.

Las propiedades de la arcilla y las manos del alfarero no son los únicos factores que distinguen el trabajo en el oficio: los barnices y la cocción constituyen el paso más importante para crear piezas amables y finas en la estética y a la vez resistentes y prácticas para aguantar años de servicio. Dos hornos con motor Lamborghini son la mejor herramienta del joven alfarero, que también sufre pesadillas con equivocarse en las cocciones y estropear cientos de piezas y horas de trabajo. Dobles horneados, barnices impregnados del revés y técnicas llegadas de todas partes, como el rakú, originaria de Japón, que ya es habitual en los talleres de muchos ceramistas aunque no tantos alfareros.

ZAMORA. JOVEN ALFARERO

ZAMORA. JOVEN ALFARERO / J. L. F.

Y es que Segurado satisface su curiosidad alfarera más allá de Zamora, ya que estudia el barro y la artesanía elaborada en China, en Perú y en cualquier lugar del mundo desde hace milenios, técnicas que absorbe y que espera poder reinterpretar en el futuro; de momento, intenta despachar el trabajo diario que acumula en AlfarArenas, gracias a que otros jóvenes emprendedores han confiado en él para que elabore las vajillas de sus restaurantes, donde la cocina tradicional necesita de el barro de toda la vida, pero eso sí, con un punto de juventud e innovación para una Zamora que mira al futuro.

Para seguir su camino adelante, el creador de AlfarArenas trabaja ya en una nueva página web para llegar a más sitios con su trabajo, porque aunque él no piensa moverse del campo de Zamora, reconoce que no estaría mal poder llegar a más lugares con sus piezas, motivo por el que también se ha adentrado en la redes sociales, donde comparte bajo el mismo nombre las artesanías que elabora en un taller, donde un día hubo vacas y en el que ahora conviven un alfarero, dos gatos y algunos botijos mágicos.

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