De ruta por... Justel

En los días muy claros se aprecian las sierras de Gredos, Béjar y Peña de Francia

Vista parcial del pueblo de Justel.

Vista parcial del pueblo de Justel. / J. N.

Javier Sanz

A los pies de la Sierra de Llamas, a su apacible solana, se ubica la atractiva localidad de Justel. Ese emplazamiento, al resguardo de los vientos más intempestivos, genera un microclima sumamente grato. Por ello, nada extraña que los prados del contorno presenten un fecundo verdor a lo largo de gran parte del año y que los árboles crezcan frondosos en lindes y baldíos. Existen además espesas matas boscosas, unas de robles y otras de pinos, estas últimas procedentes de modernas repoblaciones forestales.

La señalada Sierra de Llamas es una de las estribaciones más orientales de la imponente Sierra de la Cabrera. A pesar de su carácter secundario incluye cumbres que sobrepasan los 1300 metros de altitud, unos 300 por encima de las cotas propias del pueblo. Una de esas cúspides se denomina Peña Furada, debido a que en uno de sus roquedos existe una covacha ligada a diversos mitos y leyendas. Uno de los relatos asegura que allí se escondía un prófugo de los perseguidos tras la Guerra Civil. No obstante, el atractivo mayor de esas montañas es el de las amplísimas vistas panorámicas que se contemplan desde lo más alto. No es una exageración el afirmar que se domina gran parte de la provincia de Zamora, además de extensos retazos de las de León y Valladolid. Los días muy claros los confines meridionales se dilatan hasta apreciarse las sierras de Gredos, Béjar y Peña de Francia, distantes cerca de 250 kilómetros. Hacia el otro lado, por las laderas septentrionales se tiende el monte de Velilla, una gran masa boscosa que pertenece en gran parte al término de Muelas de los Caballeros, quedando para Justel sólo un retazo. En su centro se asentó la aldea que le da nombre, yerma desde hace siglos. Topamos por ahí con robles varias veces centenarios.

Ayuntamiento e iglesia de Justel.

Ayuntamiento e iglesia de Justel. / J. S.

Centrando la atención en el propio Justel, se sabe de su existencia desde la temprana fecha del 992. Por entonces hubo de pertenecer a los obispos de Astorga, pues ese mismo año el prelado de esa diócesis, Gonzalo, entregó el lugar por entero, con tierras, viñas y prados, a la abadesa del monasterio de San Pedro de Zamudia. Este cenobio tuvo corta duración y tras desaparecer, todos los bienes con que contaba, incluido Justel, retornaron a propiedad episcopal. Llegados al siglo XIII, un caballero residente en Cernadilla, llamado Pedro Rodríguez, intentó apropiarse del señorío del señalado Justel y de sus anejos Quintanilla y Villalverde y en algún tiempo lo consiguió. Ante ese atropello, el obispo de aquel entonces, don Martín, actuó con firmeza, hasta llegar a un acuerdo con usurpador. Le permitió disfrutar de ese dominio, pero con la condición de que a su muerte volviera íntegramente a posesión de la mitra. A cambio, el caballero hubo de donar al prelado toda su heredad en Cernadilla, excepto la casa en la que moraba. El documento que informa sobre ese trato está fechado en 1293. Como en muchos otros puntos de la zona, en el año 1447 nuestro pueblo fue agregado al señorío de Benavente, pasando a ser otro feudo más de sus poderosos condes.

El casco urbano se extiende mansamente por parajes despejados. Ocupa una planicie cortada en su centro por un vallejo recorrido por el arroyo de Las Carbas. Al oriente de esa hondonada se sitúa el barrio más populoso, en el cual su calle de Los Mayos es el eje básico. Esta vía arranca de la carretera y llega hasta la plaza principal. A lo largo de su recorrido, al igual que por las demás zonas, encontramos ejemplos de la atractiva arquitectura tradicional de la comarca. Son edificios alzados con muros de piedra, techumbres de pizarra y corredores tendidos todo a lo largo de la fachada. Algunos se hallan decrépitos, aunque otros se han restaurado y adaptado con esmero. Además, encajando sin demasiadas estridencias, existen numerosas viviendas de nueva hechura, de una notable calidad, en las que se ha procurado respetar el ambiente arquitectónico del pasado.

De todos esos inmuebles, descuella el llamado “Reloj del ti Casimiro”. En su conjunto es una vetusta casa, con una torre en su esquina en la que se halla colocado el reloj que le da nombre. Su historia es sumamente peculiar. A diferencia de los que suele ser habitual, ese instrumento de medir el tiempo no es de propiedad comunal o pública. Fue un vecino local, llamado Casimiro, el que hace ya casi un siglo, lo compró con su dinero y lo instaló en la atalaya que construyó con sus propias manos, adosada a su hogar. Asimismo, la campana para marcar las horas la colgó en un pequeño castillete encima del tejado, rematado con bola y cruz. Era el propio dueño el que daba la cuerda y cuidaba sus engranajes para que la maquinaria siempre estuviera a punto. Todo lo hizo de manera altruista con el fin de que las gentes del pueblo, sus vecinos, pudieran conocer la hora en todo momento. Fallecido el autor, sus descendientes han mantenido con esmero su obra, e incluso la han restaurado. Bien es verdad que no funciona de continuo, al no tener la residencia habitual en la localidad.

Interior de la iglesia de Justel.

Interior de la iglesia de Justel. / J. S.

Lejos de esta parte, en uno de los extremos del pueblo hallamos otra torre, en este caso coronada de almenas. Al igual que la vivienda a la que se adosa, es de construcción reciente. Pese a su novedad, consigue agregar un aspecto épico y legendario muy sugestivo.

Al final de la citada calle de Los Mayos se extiende la plaza de la Iglesia. Es una estratégica encrucijada que hace las veces de lugar de citas y encuentros. Posee planta rectangular, un tanto desigual, con suelos relativamente inclinados. A su vez, de ella parten otras rúas importantes. En uno de sus costados se ubica la sede del ayuntamiento, cabecera de un municipio en el cual también se integran Quintanilla y Villalverde. Es edificio relativamente nuevo, bien cuidado, que posee un soportal en su planta baja y un largo balcón en la superior, del cual cuelgan las preceptivas banderas.

Justo al lado se alza la voluminosa iglesia local, consagrada a Santiago. Es templo de recio aspecto externo, construido mayormente con una rústica mampostería. Está formado por una cabecera cúbica prominente, el cuerpo de las naves algo más bajo y una espadaña de dos vanos con agudo remate erguida sobre el hastial de poniente. Otra espadañuela menor emerge por encima del muro de la sacristía. Al costado del mediodía se agrega un porche amplio y luminoso, sujeto sobre cuatro columnas pétreas bien torneadas, contando con vigas provistas de elementales tallas de rameados. La puerta, abierta a su amparo, está formada por un arco de medio punto, con flores y conchas alternando entre sí, cinceladas en cada una de sus dovelas. Unas pilastras acanaladas y un saliente friso superior le sirven de marco.

Portada de la iglesia de Justel.

Portada de la iglesia de Justel. / J. S.

Ahora por el interior, su amplio arco triunfal es apuntado y se apoya sobre impostas decoradas con bolas. Esas formas nos incitan a pensar en una construcción de finales del siglo XV o comienzos del XVI, a la cual se le han ido añadiendo ensanches y arreglos posteriores. Surgió así un presbiterio cuadrado, al que se une la espaciosa nave central. A ese recinto básico agregaron capillas laterales, enlazadas entre ellas con arcos menores formado una especie de nave adyacente. Como techumbres dispone de armaduras de madera, de las cuales, la del presbiterio es un artesonado con algunas vigas animadas con ornatos de origen vegetal y el almizate relleno de cajetones. La atención se concentra enseguida sobre el retablo principal. Admiramos una suntuosa pieza barroca, enriquecida con media docena de columnas salomónicas repletas de pámpanos y racimos y recubierta con rutilantes dorados. Desde su nicho del medio campea la imagen del titular, el apóstol compostelano como jinete, blandiendo su espada, triunfante en plena batalla contra los moros. Desde el ático preside un crucifijo, quedando en peanas laterales las figuras de la Inmaculada y otros tres santos. Los retablos secundarios también son barrocos, resultando singular el que acoge una imagen de la Virgen con el niño en brazos, muy hermosa y gallarda. También destaca un Santo Cristo, donado por Casimiro Mayo, el mismo personaje del mencionado reloj.

Existieron antaño diversas ermitas. Queda el recuerdo de una que se situó hacia el oeste, a un kilómetro de las casas. Estuvo consagrada a San Pelayo, la cual terminaron por derribarla tras haber quedado previamente en ruinas. De ella se conservó su puerta, reutilizada en una de las casas locales, en la cual su dueña se sentía muy honrada por conservarla. Al otro lado del pueblo, ahora a la salida hacia Quintanilla, perduran los muros de un segundo oratorio que se reutilizó como cementerio. Forzados por ese destino funerario hubieron de desmontar los tejados, dejando sólo las paredes perimetrales. Destaca su entrada, protegida por un pequeño tejadillo, con la vieja espadaña de un solo vano por encima. Un quebrado azulejo aún deja leer el nombre de San Miguel, el santo titular. Debido a su angostura, ya no se entierra ahí, aunque se reconocen las tumbas. El camposanto actualmente en uso, mucho más amplio, se halla apartado unos centenares de metros más allá, con acceso por un rústico camino.

Lavadero y fuente grande en Justel.

Lavadero y fuente grande en Justel. / J. S.

Esta zona alta y despejada se destinó para eras antaño. Cerca debieron de colocarse las estaciones de un viacrucis, ya que la calle que hasta aquí llega se denomina del Calvario. Esos signos debían de ser de madera, perdurando uno de ellos algo más adelante. En nuestros días estos espacios libres se han aprovechado para instalar una pista deportiva, un parque infantil y un área biosaludable. No lejos se localiza una vieja fuente, cubierta con recia bóveda.

Otro manantial secular, situado entre los dos barrios, es la Fuente Grande, nuevamente techada con bóveda de medio cañón. Sus aguas llenaban el viejo lavadero contiguo, el cual se ha rehabilitado con esmero hace escaso tiempo. Las imprescindibles pilas quedan amparadas por un tejado apoyado, desde la restauración, en recias columnas de piedra, siendo antaño postes. En esas instalaciones podían hacer la colada las lavanderas, amparadas de lluvias y vientos desapacibles, caldeadas a su vez por los rayos de sol si la jornada aparecía despejada.

En la señalada plaza de la Iglesia se sitúa el Club Gastronómico Velilla, un acogedor centro hostelero que sirve de lugar de asueto y reuniones. Para los demás servicios es necesario desplazarse a Mombuey o a los ya más alejados Benavente y La Bañeza.   

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