En los últimos años por desgracia varias veces me ha asaltado el recuerdo de uno de los más conocidos poemas de Miguel Hernández, que se iniciaba de manera sentida y acertada diciendo “Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada”. Me acordé cuando murieron tempranamente dos de mis mejores amigos, ambos con una intensa pasión por la Historia: Julio Aróstegui, uno de los historiadores de la contemporaneidad española más importantes y José María Bragado, zamorano de Bustillo del Oro, profundo conocedor de la Hispania romana, que sacó a la luz unas cuantas inscripciones epigráficas de nuestra provincia, en una tesis dirigida por otro querido amigo común, Manuel Rabanal. Y me he vuelto a acordar ahora, con el reciente fallecimiento de mi amigo Lauro Anta, historiador y profesor.

Sanabria siempre debería recordar a Lauro Anta Juan Andrés Blanco

Con los historiadores mencionados, Lauro compartía la pasión por la Historia y con José María Bragado también la profunda identificación con su tierra, con Zamora y con sus respectivos pueblos y comarcas, aunque éstas fueran tan opuestas como Tierra de Campos y Sanabria. Pasión compartida y fructífera, pues ambos aportaron hallazgos relevantes para la historia de éstas.

Lauro siempre estuvo vinculado a su tierra y al conocimiento histórico sobre la misma. Cada vez que aparecía algo relevante en la prensa o en los canales académicos respecto a lo que habían sido y eran sus preocupaciones sobre la historia de Sanabria, o de la de Zamora, rápidamente me lo hacía llegar o lo compartía conmigo. Leía la prensa de Zamora desde la distancia antes que la editada en Madrid, donde vivió la mayor parte de su vida profesional como Profesor. Y estaba al tanto de todo lo que se publicaba sobre historia de Zamora y no pocas veces me encargó conseguirle artículos y libros publicados por el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo.

Como familiar político -por estar casado con mi prima Araceli Blanco-, nuestros encuentros, frecuentes en verano, nunca empezaban por los temas familiares sino por las cuestiones de historia que eran, junto a la música, su pasión. Y en el tratamiento de éstos era incansable. Los primeros quebrantos de salud de hace un tiempo no le hicieron mella en ese gusto por la historia de nuestras tierras, siempre desde el rigor que procedía de su afición por la documentación medieval, actitud que valoraba especialmente en uno de sus profesores, el catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Salamanca José María Mínguez. De esa afición por la Historia, y por las ciencias sociales en general, es testigo también otro familiar, más lejano, pero excelente filósofo y conocedor de la realidad de nuestro tiempo, Vicente Rodríguez Carro. Ambos compartieron muchas horas de discusión incentivada por una intensa curiosidad intelectual. Los tres disfrutamos una espléndida conferencia de Lauro con ocasión de los actos de la celebración de los 800 años del Fuero de Puebla de Sanabria, conmemoración que tanto debe a las investigaciones de Lauro.

Su pasión por la historia, por su tierra, analizada en su decadencia demográfica y económica con una ironía peculiar, fue para mí un triste anuncio de lo que al final sería su prematura desaparición. En estas últimas Navidades, estando en mi pueblo, Otero de Bodas, el día anterior de su precipitada vuelta a Madrid, lo invité a dar un paseo por el camino de las bodegas, como otras veces. Me extrañó que estuviera renuente, que no hablara de historia, que solo aceptara finalmente ir para hablar, repetidamente, de la pena que tenía por la reciente muerte del padre de un amigo común y, más significativo aún, de alguien muy cercano a mí y muy querido de él, que nos había dejado hace unos pocos años. Ni una palabra de historia, ni apenas de música y solo para decir que no pensaba aceptar un ofrecimiento que recientemente le habían hecho. Solo pena y manifestaciones de cariño hacia mí, no por historiador, como otras veces, sino por amigo. Creí que estaba profundamente deprimido porque seguramente no quería considerar otra posibilidad. Por lo hablado con las personas más cercanas a él, ahora sé que en realidad se estaba despidiendo, a su manera, con cariño. Quince días después murió.

Gracias amigo Lauro, también en tu caso “temprano levantó la muerte el vuelo”, pero quedas en el recuerdo de quienes te querían y de quienes aman la historia de tu tierra, Sanabria, sigan viviendo en ella o ya solo estén vinculados a ella, como siempre lo estarás tú.