Para morir es necesario estar vivo

Lauro en un recital en la biblioteca deI Ilanes, en un verano cultural

Lauro en un recital en la biblioteca deI Ilanes, en un verano cultural / Tere del Estal

Tere del Estal

La frase que encabeza este escrito, in memoriam, formaba parte de un relato breve publicado allá por el mes de mayo de 2006, “Pliego de cordel”. En él se entremezclaban vivencias de juventud con la congruente veneración (hoy caída en desgracia) hacia nuestros padres quienes, aparte de darnos la vida, nos enseñaron la necesaria importancia de venerar la tierra de dónde venimos.

Para morir es necesario estar vivo

Para morir es necesario estar vivo / Tere del Estal

Empecemos con aquella tarde tardía de agosto, hará poco menos de diez años. Manuel Mostaza Barrios, politólogo e investigador, impartía una conferencia sobre Men Rodríguez de Sanabria invitado por el director de la biblioteca pública de Ilanes de Sanabria, Bernardo de Diego y contando con el honor de la presentación de su amigo Lauro Anta Lorenzo, profesor e historiador y en ocasiones escritor (Pliego de Cordel).

La sala lucía pletórica. No en vano prometía mucho el magno tema acompañado por semejante plantel. Pasados los preliminares, Manu comenzó su disertación, la cual se vio interrumpida de vez más que en cuando, por algunas observaciones tamizadoras de la persona que ya había introducido. Al concluir la jornada con aplausos, algunos asistentes comentamos la poca oportunidad de aquellos pequeños matices correctores en torno a la periodización del discurso, siglo arriba o abajo, hacia el contenido global; la reivindicación histórica de un malogrado noble local, y el empeño de la historiografía por demonizar al rey “justiciero” por el “cruel” (Pedro I de Castilla).

Pasó el tiempo y con él llegó la oportunidad de conmemoración de los orígenes de la villa por excelencia de la comarca: el VIII Centenario del Fuero de la Puebla de Sanabria. Era el momento de contactar con la persona que encontró en 1987 su referencia bibliográfica en la sala de investigación del Archivo Histórico Nacional nada más y nada menos ¡por todos los dioses! que en unas fichas irregulares de cartones de tabaco custodiadas en una caja de zapatos. La gran emoción de aquel momento fue el acicate para que aquel estudiante de quinto curso de la Licenciatura de Historia (por aquel entonces inmerso en su investigación sobre el abadengo de San Martín de Castañeda) realizara un gran trabajo de transcripción y puesta en contexto histórico, publicándose en el Anuario de Stvdia Historica de la Universidad de Salamanca; “El Fuero de Sanabria”.

Me volví a encontrar con Lauro. En nuestra primera conversación se mostró discorde conmigo ya que algunos viperinos le transmitieron desvirtuadas mis apreciaciones sobre las interrupciones para con Manu Mostaza. Pero como fieles hijos de montaña, ambos pusimos nuestras opiniones sobre la ladera del valle de la necesaria concordia (si es que en aquella tierra hubo alguna vez conflicto) y comenzamos a preparar su intervención en los actos del fuero, como descubridor que fue, así como el intercambio de información documental sobre el cenobio y más colaboraciones.

“La singularidad del fuero de Sanabria” fue la última aportación de conocimiento hacia la Puebla de Lauro Anta Lorenzo. Su encuentro con el documento medieval que había “tenido en sus manos” treinta y cuatro años atrás fue intenso y fugaz. Quizás debido a la gran expectación que despertó la presencia del pergamino medieval originario, gracias al cielo y a pesar de la virología. El enjambre de gente en época de separata no resultaba propicio para una anhelada y recogida intimidad de eventuales amantes.

Supongo que también este reclamo le llenaría de orgullo como lo hizo estoy segura, en el después de la muerte, el haber escuchado las sentidas palabras pronunciadas en su funeral en la Iglesia de Nuestra Señora del Azogue. Allí sus quintos recordaron al borde del llanto su entrega por la cultura, la música y su importante participación en la recuperación del Conjunto Histórico.

Un templo lleno aplaudió ante sus cenizas.

Regresé a casa abrumada por la tristeza y entumecida por los fríos a pesar de las horas medianeras y de las voluntariosas estufas. Apenada, tomé el relato de “Pliego de Cordel” y leí de nuevo su dedicatoria.

“Sin laus Deo.

A Teresa del Estal, amiga, “martinica” y sanabresona montañesa. Ojalá que al leer estas páginas que nacieron para ser publicadas, ojalá no te afecte la tristeza. Con Agarrimo.”

Precavida me enfundé de nuevo, en abrigo, guantes, gorro y bufanda y conduje camino del Sospacio prevenida en las heladas curvas de Galende. Una vez en la primera parada de mi destino, detuve el coche enfrente del estrecho callejón donde se abría una pared medianera con aquella lauda medieval inserta en una nueva casa. Dibujé con los dedos otra vez la rueda encestada que Lauro me había ayudado a ensalzar en aquel artículo titulado "¿Una rosa en San Martín…?" publicado en La Opinión de Zamora y, en un sacrilegio consentido, rompí la primera hoja manuscrita del libreto publicado por el Ampa del CEIP Guindalera de la calle Boston de Madrid.

Continué encaminándome hacia el patio donde descubrí restos de nieve congelada y unas risas de niños portugueses intentando, a duras penas, poder desenterrar alguna bola. Por paradojas de un pasado no resuelto en nuestro cívico presente, el campo santo de Castañeda se sitúa muy cerca de la iglesia.

En mi imaginación y enredando los recuerdos relatados podía allí visualizar a aquel estudiante nacido en Rosinos de la Requejada, criado y mozo en Mombuey y en la Puebla de Sanabria, entrando en la sacristía bajo la guía de la gran llave y el soniquete de la pata de palo de Domingo el Cojo, aldeano encargado de custodiar la parroquia. Uno tomaba apuntes y dibujaba los tesoros y el otro fumaba tabaco en una espera que se alternaba con paseos al huerto para recoger las berzas que, aunque con piojos, bien acompañaban al caldo.

Un desairado viento me despertó de aquella escena e hizo volar mi dedicatoria para perderse sin rumbo en la Granja de San Martín de Castañeda. Sin duda Lauro, para morir es necesario estar vivo.