El fuego ha calcinado más de 30.000 hectáreas y no solo ha destruido pinares de repoblación, sino también carballos y castaños centenarios. Pasarán décadas hasta que el paisaje de la sierra recupere su frondosidad y se alcancen los niveles de biodiversidad anteriores al siniestro.
Y aun así, entre tanta desolación, entre tanto negro ceniza, quedan signos de vida que abren una puerta a la esperanza. Como es el caso de una manada de ciervos que caminaba ayer por un bosque entre Villardeciervos y Ferreras de Arriba.
No todos los animales murieron en el incendio, ni han huido. Quedan muchos supervivientes, pero parecen desnortados, nerviosos. Su hábitat ha cambiado drásticamente, y encontrar alimento “verde” es mucho más difícil entre tanta ceniza.
Un cervato que descansaba tumbado junto a la carretera de Ferreras se “espanta” del tráfico y corre junto a su familia, unos pocos metros más adentro. Los adultos aguantan en el sitio.
Como ellos, entre el negro de la sierra probablemente se escondan más familias de corzos, de lobos, de mustélidos, de jabalíes, de seres de todo tipo que luchan por sobrevivir en un ambiente que ahora es más hostil que nunca para los animales.