Villaralbo celebra a sus mujeres por el 8 de marzo, en este caso, las que llevan a sus espaldas el orgullo de haber sido una generación de trabajadoras que ha allanado el camino para hijas y nietas.

Operarias de fábrica, contables, sanitarias, agricultoras y mil profesiones más atesoran las usuarias de la residencia DomusVi, que ayer inauguraron un mural conmemorativo con sus rostros como protagonistas.

Sus historias dan para mucho. El trabajo las llevó a emigrar, como Tati, que trabajó en Barcelona en una fabrica envasadora donde hacía puntas y por la que le pagaban cien pesetas a cada cien cajas que embalara. Para ella, el Día Internacional de la Mujer es algo bienvenido.

Algunas de las residentes posan con el mural que conmemora el día de la mujer. | R. D.

Otras con más suerte pudieron quedarse. Melchora trabajaba en la contabilidad de un comercio de tejidos en Zamora durante diez años. Luego se casó y como muchas otras, cambió la oficina por el cuidado a la familia. “La historia de todas”, narran desde la residencia sobre una generación en la que era normal que las mujeres dejaran el mundo laboral cuando se casaban. Después, ellas se dedicaban exclusivamente a la casa y a los cuidados de los hijos, un trabajo a tiempo completo que sigue sin estar reconocido.

Las homenajeadas reconocen que en esos tiempos era habitual dejar de trabajar para ser cuidadoras no solo de hijos, sino también de madres y padres, y luego, también de nietos. Ellas han sido las que han cuidado siempre de toda la familia.

Para sus hijas y nietas todas quieren que trabajen, y están muy orgullosas de que así sea.

Isabel trabajó 25 años en la fábrica de tejidos de Villaralbo, “daba mucho trabajo al pueblo”, reconoce, gracias a los que ella pudo quedarse en Villaralbo. Para ella el Día de la Mujer es “maravilloso” y protesta: “Ya era hora de que nos hicieran algo”.

Las primeras trabajadoras de Villaralbo

María Isabel, Mabel como la llaman todas, trabajó de enfermera. Luego, salió de Zamora para hacer fisioterapia, una de las primera profesionales de la provincia. Pasó años trabajando en Madrid, donde trataba a tetrapléjicos en sus casas. Ahora, son muchas las mujeres fisioterapeutas, pero en 1961 ella fue de las primera que se lanzó a la profesión.

Julia fue auxiliar de enfermería, en concreto, en la tercera planta del clínico durante cuarenta años. Trabajar y cuidar a la familia no era fácil , reconoce, tenía que cuadrar sus turnos con los de su marido, conductor en los bomberos. A veces “uno estaba de día y el otro de noche”, y entre malabares, ella tenía la ayuda de una chica, todo para seguir trabajando.

Magdalena tuvo que empezar a trabajar mayor, tras el fallecimiento de su marido. Ella está “encantada” de que ahora todas las chicas y mujeres trabajen. Como ella, todas las residentes de la residencia están muy orgullosas de su vida, en la que el trabajo forma parte de su juventud: a los 16, 18 o los 20, todas saltaron al mundo laboral y han inculcado a las nuevas generaciones la importancia de la independencia.