Tomás Castaño Fernández, un alistano de pura cepa, cumple hoy 96 años, tiempo en el que ha vivido en siete pueblos diferentes de la comarca y en los que se ha convertido en una enciclopedia abierta de las costumbres alistanas.

Castaño Fernández es un claro ejemplo de supervivencia rural y amor a la tierra que le vio nacer: allí nació, creció y aún vive, es un hombre hecho así mismo, con sudor y sacrificio, sonrisas y sinsabores. Hombre de variopintos oficios que le permitieron esquivar el éxodo rural y quedarse en la que hoy llaman España Vaciada.

–¿Cómo se inicia la peculiar historia de aquel inquieto rapaz alistano al que todos llamaban Tomasín?

–Mi padre, Andrés Castaño, era un sanabrés de San Román y mi madre, Vicenta Fernández, una alistana de Santa Ana, que se establecieron en Alcorcillo. Yo, sin embrago, nací el 29 de enero de 1926 en la casa de mi abuela materna en Santa Ana, a un paso de La Raya. Corrían tiempos difíciles: vine al mundo en la monarquía de Alfonso XIII, luego nos llegó la Segunda República y de los diez a los trece años me tocó vivir y sufrir la Guerra Civil. Mis padres eran agricultores y éramos seis hermanos, tuvieron que trabajar muy duro, nunca nos faltó casi de nada y hambre no pasamos, pero fueron tiempos muy malos para todos. Con las cartillas de racionamiento nos daban sólo un kilo de azúcar, un octavo de aceite y una hogaza de pan negro de centeno de un kilo y éramos ocho en casa. Una vez mi abuelo me mandó a comprar una hogaza de dos kilos a Avelanoso, en Portugal, era tan largo el camino que cuando llegué a casa ya me había comido la mitad. Se hacía pan hasta con harina de cebada.

–¿Qué recuerdos guarda de una infancia tan peculiar?

–Buenos y malos, de todo. La pasé en Alcorcillo, había muchos rapaces, los pueblos estaban vivos. Con seis años me dieron un cabás, una pizarra y un pizarrín y fui para la escuela, hasta los catorce. Hubo dos maestros que moldearon mi manera de ser: doña Maximina Díez Alonso, de Fuentespreadas, y don Agustín Sevillano, de Zamora. Desde los once años, mi amigo Domingo Faúndez Blanco y yo recibíamos clases cada noche en la casa del cura Víctor Moran Revellado, de Trabazos.

–La idea era convertirles en unos hombres de provecho, que se decía entonces.

– Así fue. Me buscaron una salida, como dinero para estudios no había, mi familia decidió enviarme a estudiar para cura con catorce años. El 12 de septiembre de 1940 salimos camino del Seminario de San Atilano en Zamora, en busca de la esperanza. Allí pase la peor noche de mi mida, no pegué ojo dándole vueltas al cabeza. No dejaba de recordar mi pueblo, a mis padres y a mis hermanos, además de los sucesos trágicos de la Guerra Civil que había oído sobre los curas y monjas asesinados, lo que me llevó a tomar la decisión de abandonar, el día 13 ya estaba de vuelta en Alcorcillo. Mi amigo Domingo ni entró: se dio la vuelta en la puerta del Seminario.

–Una decisión que cambió su vida, ¿se tomaron bien en casa su manera de colgar los hábitos?

–Puedes imaginarte. A mí me pareció que era la decisión más importante de mi vida y el tiempo me ha dado la razón, pues formé mi familia y he sido muy feliz. A mi padre, mal. Ni se lo pensó. Un día después ya me había comprado un rebaño de 30 ovejas, me hizo una cayata de negrillo y me dijo: esto es lo que hay, chaval, si no quieres estudiar serás pastor, un oficio muy digno pero muy sacrificado, las ovejas no saben de domingos ni de fiestas de guardar. Los pastores fueron, son y serán parte vital para la supervivencia de nuestros pueblos. Cinco años en el monte. No me arrepiento. Así fue como empecé a escribir mi vida y saber que nadie te regala nada. Hay que luchar sin tregua. Y duro.

–¿Ha vivido fuera de su tierra de Aliste en alguna ocasión?

– Sí, en África, obligado. Me llamaron a filas y me mandaron para Ceuta donde hice la instrucción, un mes, hasta la jura de bandera. De allí me destinaron a la Farmacia Central en Melilla. Tuve suerte porque nunca volví a vestir el uniforme, sólo la bata blanca. Con lo que me pagaban podía permitirme hasta el lujo en aquellos tiempos de pasear por la avenidas, comer algo en los bares e ir al cine. Vi emigrar a mis cuatro hermanas, la mayor a Argentina y las tres menores a Suiza. Solo mi hermano mayor Manolo se quedó en Alcorcillo y yo casi por todo Aliste.

– Seminarista, pastor y militar, lo suyo era un no parar.

– En África acabé de espabilar y regresé a Aliste teniendo muy claro que la ganadería no era lo mío. Me surgió la oportunidad y comencé a trabajar como capataz de Patrimonio Forestal del Estado en 1952. Con 26 años tenía a mi cargo cien obreros, unos haciendo los hoyos, otros plantando, limpiando cortafuegos y quitando a mano los bolsones de procesionaria para quemarlos. Inicié mi labor con las repoblaciones de pinos en montes de Nuez. En 1953 me encargué de las de Ceadea, Vivinera y Arcillera. De 1954 a 1960 me destinaron a la repoblación de los montes de Sejas, San Mamed, Latedo, Villarino tras la Sierra y Santa Ana. Vivía en Sejas en casa La Brasileña y era muy querido por los vecinos, hasta me invitaban a muchas bodas de esas que duraban tres días. Lo mismo me paso de 1960 a 1964 en las repoblaciones de Gallegos del Campo y Moldones. Así es como surgió el pulmón verde de La Raya, un vergel de flora y fauna. Cada vez que hay un incendio forestal se me cae el alma y sufro mucho, lloro como si fuera un niño.

–Fue ahí donde comenzó a ver dinero contante y sonante, vamos a ganarse la vida.

–La verdad es que sí. Mi primera inversión fue una bicicleta BH para desplazarme, pero no tenía dinero para pagarla: se la compré al tí Pedro Campante de Alcañices, me costó 700 pesetas y como no las tenía, le di una señal que me dio mi padre, y me la entregó fiada hasta cobrar el primer mes. Justo todo el sueldo. Al mes siguiente me subieron a mil pesetas. Lo mismo que cobraba el maestro de Vivinera: “Cobras tú sin estudios que yo con carrera”, me decía. Fueron años de mucho trabajo, sudor, lágrimas y alegrías. El primer dinero que gané se lo enviaba todo a mi familia en Alcorcillo, hasta que tuvimos para comprar un tractor Ebro Súper 55, de los primeros que llegaron a Aliste. Salió muy bueno, luego se lo vendí a Mariano Manjón Rodríguez, el alcalde de Moldones y ahí sigue más de medio siglo después. En 1964 dejé Patrimonio Forestal del Estado y pasé a trabajar de cartero rural en la Oficina de Alcañices. Iba a llevar y a buscar la correspondencia a la estación del tren de San Pedro de las Herrerías y en la oficina la clasificaba.

– ¿Fue ahí donde descubrió el negocio colateral del transporte regular de viajeros rural?

–Efectivamente. En los años sesenta estaban de moda los dos curanderos de San Cristóbal, Simón Diez y Domingo Lorenzo. Eran dos eminencias para curar manqueras, torceduras o roturas de huesos. Decidí aprovechar los viajes de cartero y llevarles a los clientes en mi Mercedes DKW de nueve plazas. Venían de toda España, Asturias, Zamora, Tábara y Alba y llegaban a San Pedro en le tren de las diez de la mañana. Tras recoger las cartas, los cogía a ellos y los llevaba hasta San Cristóbal. Por la tarde cuando subía a llevar la correspondencia les recogía en San Vitero o en el Campo de Aliste hasta donde se acercaban andando y a las siete de la tarde cogían el tren de regreso. En él llegaban los de Galicia y León, los llevaba al curandero y a las 10 de la noche ya de vuelta para coger el Ferrobús. Luego también fui taxista con un Seat 1500 por tierras alistanas.

–¿Con tanto viaje de ida y vuelta hasta encontró el amor de su vida en la Culebra?

–Unas cosas llevan a otras, como si el destino estuviera escrito. María Fernández Alonso de Figueruela de Arriba ha sido el amor de mi vida. Trabajaba en la fonda de su tía en San Pedro de las Herrerías, donde yo me hospedaba, allí la conocí, poco a poco fue surgiendo la amistad y el cariño, en 1963 nos enamoramos y tras cuatro años de novios nos casamos el 27 de noviembre de 1967 en la iglesia de San José Obrero de Zamora capital. Nos casó don Marcelino Gutiérrez Pascual, que había llegado recientemente a Mahíde, y el también ofició nuestras bodas de oro en la finca María Pinta en 2016. El amor puede durar y durará toda la vida si hay cariño, honestidad y respeto. Parece que fue ayer y ya llevamos 55 años casados.

– ¿Fue una boda alegre pero también un poco triste por la ausencia de seres queridos?

–Por desgracia no pudieron asistir a ella ni sus padres ni los míos, pues los perdimos con pocos años. Por ello ambos nos casamos vestidos con trajes de negro. La luna de miel duró diez días en Orense, Vigo y La Coruña. Medio siglo después pudimos viajar a Tetuán, Tánger, Nador, Melilla y Marruecos, un país que me cautivaba desde que estuve en Melilla y Ceuta y así conocer. Nos casamos para toda la vida y así va a ser. Somos muy felices con nuestra familia, integrada por tres hijos y dos hijas, tres nueras, un yerno, tres nietas y dos nietos.

–¿Ya casado y asentada la cabeza, cuales fueron los siguientes oficios de Tomasín?

– En 1969 comencé a regentar en Mahide el primer botiquín de la provincia de Zamora, que dependía de la farmacia de San Vitero. Pude obtener la licencia para vender medicamentos por haber trabajado dos años de la mili en la Farmacia Central de Melilla. De 1973 hasta jubilarme en 1991 fui agente del ICONA (Instituto para la Conservación de la Naturaleza) siempre en el cuartel número cuatro de Mahíde y Figueruela de Arriba.

– ¿Usted fue pionero en la creación de la Reserva de Caza de la Sierra de la Culebra?

– Fue mi primer y único destino durante veinteseis años. Me enteré que la iban a hacer en 19 del 1972. Nos presentamos más de veinte y solo aprobamos cuatro. Fuimos los primeros. Mi compañero Serafín y yo fuimos a comienzos del verano de 1973 los encargados de comenzar a marcar con tablillas los límites de la reserva sobre el terreno en Villanueva de Valrojo hacia Villardeciervos. Serafín conducía la moto y yo iba montado atrás marcando cada cien metros, y así toda la reserva. Para llevar todos los utensilios teníamos un camión chato de Rusia. El primer rebaño de ciervos llegó a finales de aquel año en dos camiones y los soltamos en Los Casales de Flechas, junto a Peña Mira.

–¿Cómo fue la experiencia de la primera repoblación?

–Un desastre. Nada más llegar una cierva se subió a una peña, se cayó y se mató. Las otras quedaron sueltas y nos las mataron casi todas los lobos, pocas quedaron. El siguiente rebaño ya las soltamos en un cercado en La Portillo de Villardeciervos con mucha agua y vegetación y allí estuvieron dos años hasta que se aclimataron a la Culebra. Le llevábamos comida y se domesticaron. Cuando los soltamos fueron detrás de mi caminado como ovejas hasta el paraje de Melendro, en Villarino de Manzanas. Tuve que salir a escondidas porque se volvían conmigo. Las primeras quejas nos llegaron de Tierra de Alba. Una cierva solitaria que se marchó a Marquiz y le comía todas las huertas y viñas. Tuvimos que ir a buscarla con un camión y devolverla a la Culebra.

Tomás Castaño Fernández en su finca. | Ch. S.

–¿En algún momento de su vida dedicó parte de su tiempo libre a la vida pública?

– Sí, la verdad es que siempre he estado dispuesto a ayudar en lo que he podido ya sea a los pueblos donde he vivido o a las familias y vecinos. Soy así. Es mi manera de ser. Fui concejal en el Ayuntamiento de Mahíde cuatro legislaturas, 16 años, y los mismos de alcalde pedáneo de San Pedro de las Herrerías.

–¿Cuál fue la iniciativa más importante conseguida?

– El colegio comarcal. Recuerdo con cariño una reunión que tuvimos en 1976 el alcalde de Mahíde Vicente Sanabria y yo en la Diputación de Zamora donde nos informaron de la idea del Ministerio de Educación de cerrar escuelas ya agruparlas en comarcales. Aquella misma tarde nos reunimos la Corporación Municipal y decidimos pedir uno para Mahíde. Por intentarlo no se perdía nada. Salió bien. Se abrió en febrero de 1979 con alrededor de 300 niños de tres municipios y catorce pueblos de 7 a 14 años. Por desgracia cerró en 2020 por falta de niños.

– ¿Una persona tan activa como usted como ha llevado la vida de jubilado?

– Muy bien. Hace treinta años me compre la finca María Pinta de Alcañices y allí tengo unas ovejas, gallinas, perros y gatos para enredar y gastar el tiempo. Es un vergel, voy para allí, paseo, descanso y me entretengo. Allí tengo instalada la estación meteorológica y cada día recojo los datos pluviométricos de Alcañices como referencia para Aliste. Hacia Fonfría suele llover algo menos y hacia Mahíde algo más. Soy miembro de la Junta Directiva de Nuestra Señora la Virgen de la Salud, patrona de la comarca de Aliste.

– Hasta el tiempo está cambiando y para peor, ¿llegó ya el cambio climático?

– En 2021 solo cayeron 783 litros por metro cuadrado. Cuando febrero fue el mes más lluvioso del año y el otoño vino tan seco está claro que algo no va bien. Muchos acuíferos y fuentes se han secado. No es normal que el río Aliste no se uniera al Esla hasta enero.

– Usted fue un ejemplo, quería quedarse y se quedó, ¿cómo ve el futuro de mundo rural?

– Mal. Yo aposté por vivir en la tierra y me salió la cosa muy bien, pero reconozco que la situación es muy preocupante, grave y tiene difícil solución. Los jóvenes, nuestros hijos y nietos, se ven obligados a emigrar para poder estudiar y trabajar, para labrase un futuro. Si la sabia nueva se va, sólo quedamos los ancianos y está claro que la cadena de oro del recambio generacional esta a punto de romperse. Muchos pueblos van a desaparecer.

–¿Cómo ha llevado la temida pandemia del COVID?

– Con paciencia, resignación y sentido común. Por desgracia no es mi primera pandemia. Ya de niño oía hablar de la Gripe Española de 1918 y que había muerto mucha gente. En 1948, con 22 años, estando en la mili en Melilla, viví de cerca el cólera, que proveniente de Egipto, llegó al norte de Marruecos. Vi morir a mucha gente en sus casas e incluso en la calle a causa de esa terrible enfermedad. Franco nos obligó a vacunarnos a todo el mundo, fuéramos cristianos o moros. Yo trabajaba en la Farmacia Central y tuve que extender muchos complementos de zinc para tratar el paludismo, además de la vacuna. Nos protegíamos con una simple gasa puesta sobre la boca. Entonces no había mascarillas. El Covid nos ha trastocado la vida. Yo estoy vacunado y utilizó mascarilla y aconsejo vacunarse y utilizarla a todos por nuestro bien y el de los demás. Más vale prevenir que curar. Yo soy fiel devoto de la Virgen de la Salud y le pido protección, pero a la vez también soy sensato y reconozco, valoro y agradezco de corazón la labor de los científicos.