No vivo en el monte, ni en un descampado, sino en una casa de un pueblo, junto a una panadería, rodeado, de otras casas, de fincas, de prados, cerca de la carretera Nacional 525, en Rionegro del Puente.

Por las mañanas, cuando desayuno en la cocina, entra el sol mañanero por una de las ventanas, desde la que veo el Santuario de la Carballeda y una vista general del pueblo.

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Mi casa, linda al este con una finca o prado, que en tiempos sirvió de cantera y que ahora tiene pasto y decenas de ciruelos silvestres, todos juntos formando en el centro de la finca un inmenso matorral.

Aquí en este prado viven desde hace años varias ciervas, que de vez en cuando cruzan el pueblo, pero en general, se van al monte por la mañana y por la noche. Para cruzar la carretera, son unas vecinas más, comen hierba en las orillas y antes de cruzar otean el horizonte.

No se espantan si pasan las personas cerca, y de hecho, muchos automovilistas se detienen y aparcan el vehículo para hacer fotos a estas ciervas.

Estas vecinas no son las únicas que vemos por aquí. Cualquier tarde o noche si paseamos por el puente sobre el río Negro, podemos ver grupos de ciervos y especialmente ciervas en la vega del río Negro, o cruzando el río. Pero si nos vamos hacia la salida del pueblo, bien dirección Benavente o dirección Puebla de Sanabria, se pueden ver grupos de 10, 15 ó 20 animales, merodeando junto a la carretera.

La población de estos venados ha aumentado en los últimos años de una manera asombrosa. Y cada vez hay más accidentes porque se ha antepuesto el falso ecologismo a la seguridad de las personas. Los que vivimos en zonas rurales estamos cansados de ver y a veces sufrir accidentes provocados por la fauna.

Quiero recordar uno de los que más me impactó, por las lágrimas de los afectados. Creo que fue en 2003, siendo yo corresponsal de LA OPINION DE ZAMORA en Sanabria y Carballeda, cuando me avisaron de un accidente cerca de Otero de Bodas, en la famosa carretera Nacional 631.

Un ciervo de gran tamaño, muerto en el arcén, y dos vehículos afectados, a plena luz del día, es lo que me encontré al llegar.

Un coche nuevo, recién estrenado por una pareja que se acababa de casar, se encontró con el ciervo que cruzaba a gran velocidad y del impacto, el animal fue desplazado al carril contrario por donde venía un matrimonio gallego, que se iban a Cádiz, a la boda de un familiar. El matrimonio recién casado, y con coche nuevo iban como voluntarios para ayudar en las tareas del chapapote en la Costa da Morte. El otro matrimonio también sufrió graves daños en el vehículo. Ni unos ni otros podían continuar y las lágrimas eran visibles por la situación de impotencia y la alteración de los planes previstos. Esto es el día a día de muchas carreteras zamoranas.

No soy el único en Rionegro y en otros pueblos, que desde su ventana puede contemplar los ciervos a cualquier hora del día. Hace unos años, desde la ventana, veíamos a niños camino del colegio, o jugando por las calles. Los niños han desaparecido y nos los han sustituido por ciervos, corzos y jabalíes.

Qué más da, todos somos animales y si el futuro del mundo rural está en ir sustituyendo poco a poco a humanos por venados y demás, pues bienvenidos sean. Si tienen que desaparecer los centros de salud y ser sustituidos por centros y unidades veterinarias para el bienestar animal de estos nuevos vecinos, pues que se haga ya.

Total, si hay ya más animales que personas, justo es que los centros de atención se equiparen al número de cabezas, sean personas o sean animales.

El desayuno, no con diamantes, sino con ciervos a la vista es muy idílico, y mucha gente pagaría por ello. Pero la realidad del mundo rural es muy dura y muy distinta: cierres de pequeños comercios, de oficinas bancarias, huida de los jóvenes porque no ven futuro, alejamiento de muchos servicios esenciales ...

No hay voluntad política de hacer nada, pues sólo se hacen gestos, comisiones, visitas de marketing electoral, fotos, etc., pero medidas que de verdad supongan poner freno a la sangría poblacional, ninguna. Medidas para favorecer el asentamiento de jóvenes, ninguna. ¿Qué se ha hecho con la generación emigrante que ahora ya tienen 80 y 90 años? Ahorraron, levantaron el país y ahora no saben cómo y dónde sacar su dinero. Nuestros rectores creen que todo el mundo tiene su certificado digital, que todo el mundo se maneja perfectamente en la banca electrónica, o que todo el mundo tiene coche para desplazarse. Esa realidad no se ve desde la ciudad. Hay que vivir en un pueblo los 365 días del año, para comprender el abandono.

Para los que escuchamos las promesas en época electoral, de todos los partidos, habría que anotar todo aquello que dicen tan ideal y bonito. Anotarlo, esperar tres o cuatro años y comprobar el alto nivel de cinismo e hipocresía que se ha instalado en la clase dirigente. Tenemos ejemplos de ello, para dar y regalar. ¿Se han dado cuenta del milagro de estos días de campaña? Ahora resulta que todos los partidos están con el mundo rural, con sus gentes, con el campo y con los productores, y no lo sabíamos. ¡Qué torpes somos los de los pueblos!

Pero no se preocupen, amigos lectores, que cuando todo estalle por los aires los responsables ya tendrán su vida solucionada y estarán fuera de responsabilidad. Además, a la vez que crece desmesuradamente el censo de ciervos, corzos o lobos, también progresa adecuadamente ese colectivo de personas, que anteponen siempre a los animales del monte frente a los humanos del mundo rural. Esos colectivos que tienen una gran facilidad para movilizarse y pierden el culo por defender a la araña verde paticorta de la sierra de la Cabrera, o al mosquito azul de las riberas del río Negro. Pero cuando se trata de defender los derechos del ti Manuel y la señora Justa o de otros tantos habitantes de los pueblos, ahí, esos colectivos miran para otro lado. Esos, que quieren arreglar nuestra vida y decirnos cuando tenemos que marcharnos de los pueblos, también son responsables, pero habrán salvado a los venados, aún a costa del poblador rural. ¡Ánimo, que ya quedamos menos!