Como cada 9 de enero, Ribadelago regresa al pasado. Ya son 63 los aniversarios en los que los recuerdos de un pueblo desaparecido resurgen del fondo del agua.
La tragedia pesa sobre Zamora y se niega a desaparecer.
La construcción de aquella presa se despachó con materiales de baja calidad y tiempos medidos con urgencia. La Hidroeléctrica Moncabril se ocupó de generar kilovatios cuanto antes para una España que echaba a andar.
La ligereza del trabajo tuvo consecuencias.
Los informes oficiales señalaron como culpables a los contrafuertes del 19 al 21 por “una cimentación muy superficial”, los primeros en venirse abajo. Les siguieron más, uno detrás de otro cedieron paulatinamente hasta que casi 8 millones de metros cúbicos de agua gélida arrollaron en unos minutos lo que fue Ribadelago.
A día de hoy la superficie del agua permanece tranquila, aunque de ella jamás pudieron sacar a 116 personas. Los equipos de salvamento llegaron, pero el frío y la inexistencia de neoprenos hizo que los buzos abandonaran antes de tiempo la misión. Solo consiguieron devolver a la superficie a 28 de los 144 fallecidos.
El país ensombreció ante una catástrofe que hizo historia y a la que se le puso punto y final con propaganda y una nueva orden de seguridad en la construcción de grandes presas. De los millones de pesetas que se donaron para el pueblo, fue poco lo que llegó a las manos de los familiares. Las indemnizaciones se pagaron de manera escueta: 95.000 pesetas por hombre, 80.000 pesetas por mujer y 25.000 pesetas por niño.
Por su parte y a pesar de una condena, los responsables fueron finalmente absueltos o indultados por el Estado, que dio por terminado un cuento que aquí aún no se ha olvidado.