El lago está espléndido esta mañana, tranquilo y sereno bajo el sol amarillo de invierno que va descendiendo por las laderas desde las cumbres blancas de las montañas que se hunden en el espejo de sus aguas.

La silueta de la Segundera se dibuja con precisión como una línea ondulada con curvas de altiplanicie y tres uves que señalan el cauce de los tres ríos, Ruecas, Cárdena y Tera, que por cañones profundos descienden precipitadamente hasta el pueblo, lo saludan con alborozo, se abrazan y juntos, los tres en uno solo, siguen orgullosos a expandirse un poquito más abajo en la superficie del pequeño mar que alimentan.

A veces se me antoja un lujo tener por tumba un lugar tan bello y entrañable para el descanso de nuestros vecinos, amigos y familiares.

Ahora, en invierno, es el momento del silencio, del recogimiento y de la unión íntima en aquella estrecha relación del lago y los habitantes del pequeño pueblo, su compañero. Ahora el agua está limpia aunque oscura y adquiere una transparencia de reposo que aún puede recordarnos la que fue durante siglos. Ahora podemos zambullirnos en el paisaje de nuestra vida, de la vida de nuestros antepasados que en él tenían el alivio de la carga de su existencia y en su contemplación el mayor placer, y retornamos al orgullo de haber nacido en un lugar con alma, hecho para la reflexión y la calma eterna.

“Dejaba volar mi imaginación que se sumergía en las aguas limpias y azules que custodiaban tantos misterios, y mi alma se llenaba de gozo contemplando aquella suprema belleza que yo sabía apreciar”

“Sentíamos un regocijo hondo ante nuestro Lago, siempre en nuestra vida, testigo y confidente de nuestros sueños” Tráeme una estrella

Después de la tragedia, sentarnos en su orilla o en cualquiera de los ‘xeitos’ del monte tan próximo, y contemplarlo con la misma veneración que entonces, es para nosotros, los supervivientes, tener delante la historia y el discurrir de aquella vida que saltó en pedazos cuando el topetazo del Tera la rompió hace sesenta y tres años y arrastró hasta él un tercio de los habitantes del pueblo y los sepultó en sus entrañas junto con un legado irrecuperable e insustituible. Triste final de una época alucinante y perturbadora a la vez, que duró diez años, más dos de decepción y encuentro con una realidad frustrante, y pérfida.

A veces se me antoja un lujo tener por tumba un lugar tan bello y entrañable para el descanso de nuestros vecinos, amigos y familiares. Hoy se cumplen 63 años de aquel hecho extremadamente traumático. Elevaremos una oración al cielo y oiremos las campanas tocando por todos los que se fueron aquella noche y por todos los que han partido durante estos años, pensaremos aún más en los últimos días y en las horas negras de los que no tuvieron tiempo de despedirse de nosotros y viviremos más intensamente nuestra tristeza perenne. El corazón de todos los supervivientes latirá al unísono y su pensamiento estará en el pueblo aunque físicamente se encuentren lejos de él, como ocurre a la mayoría.

Muchos desearían acercarse hoy al lago, al pueblo, vivir una jornada en compañía de sus vecinos y unirse a aquellas personas de las que el desastre los apartó en la infancia, pero no pueden. Algunos de ellos no han superado nada el horror de la pesadilla, no han salido del infierno del agua que aún se manifiesta en fobia; el desarraigo cruel los condenó a la separación, a la nostalgia y la añoranza dolorosas donde aún están instalados lejos de su tierra y no les asiste el consuelo de volver a visitarla. Hoy queremos tener un recuerdo muy especial para ellos.

Y el lago se nos antoja una tumba de lujo

Hoy no están solos, hoy estamos unidos todos por la querencia, la infancia, la amistad guardada en el corazón tantos años, por el daño y la lástima. Por la obligación de mantener vivo el recuerdo de las víctimas y de luchar por la pervivencia de aquellos valores que nuestros mayores nos dejaron como legado principal. Somos el vínculo, con este lago, con la historia de este pueblo, y con aquella vida que seguimos añorando, más pobre en recursos, pero feliz, tranquila y apacible, encauzada por los mismos caminos que los de nuestros antepasados. Todos seguimos amando estos paisajes, estos montes donde nos criamos, este lago que nos dio la alegría de vivir, y donde hoy muchos que en él se bañan no saben lo que guarda. Amamos este pueblo roto y sus pequeños valles que tanto evocamos, por eso la pena y la melancolía nos invade, aquí y cuando estamos lejos.

Es muy difícil ponerse en el lugar de las personas a las que un día , de repente, le arrebatan el pueblo donde han nacido y vivido y con él se llevan a sus familias, amigos, vecinos y medios de vida. A veces cuando profundizamos en esos pensamientos un dolor hondo crece dentro de nosotros y parece que puedes volverte loco.

Nos hubiera gustado olvidar un poco, pero a medida que pasa el tiempo recordamos más y más duelen los recuerdos.

Luchando por la supervivencia de este pueblo roto, que permanecerá en la historia, en el lago.

Hace unos días mi querida vecina Carmen lo expresó con unas gruesas lágrimas que cayeron de sus ojos al suelo mientras balbucía: ¡Nos hicieron tanto daño …!

Sabemos que muchas personas desde cualquier lugar de España y aún de fuera, se unen a nosotros en esta conmemoración, y nos dan ese calor humano que nos reconforta, nos envían su cariño, sienten con nosotros la desgracia, se interesan por nuestra historia, colaboran para mantener y divulgar la Memoria, recuerdan nuestro sacrificio y nos ofrecen su reconocimiento y su ayuda. Gracias a todos. Gracias a los montañeros que al pie de la presa rinden cada 9 de enero ese homenaje lleno de afecto y amor a las víctimas, a los periodistas y medios que nos asisten, especialmente a este entrañable periódico nuestro que siempre nos da voz y transmite nuestros anhelos, lamentos y reivindicaciones, y a las instituciones culturales y gubernativas que nos escuchan. Gracias a vosotros queridos amigos de Zamora, de Valladolid, de León… que siempre estáis a nuestro lado, de todos hemos sentido el alivio necesario para seguir luchando por la supervivencia de este pueblo roto, que permanecerá en la historia, en el lago, en el corazón de quienes lo aman y en los signos que son el testimonio de la vida que quedó : La presa rota, la potente luz del Pico del fraile, la central, las torretas de los cables de alta tensión que llevan la energía a las ciudades próximas y a la capital de España.

En aquellos días , el periodista Villacorta escribió cosas preciosas sobre los supervivientes, sobre las víctimas, sobre el lago, que tanto admiraba, y entre sus previsiones decía:

Sobre el espejo de las aguas de Ribadelago se seguirá viendo la orilla de la vida en la postrera súplica de unos vecinos del pueblo en el último trance. Ribadelago permanecerá en la conciencia de los españoles no como lugar de recreo sino como claustro de meditación.

No sé si esto se cumple, pero ‘los muertos sí siguen siendo vecinos y ciudadanos’, como también escribió, porque viven plenamente en la memoria de los supervivientes.