Ana Pose –Madrid, 1960– vive en un pueblo a 10 kilómetros de Ávila. Viajera empedernida, desde hace 22 años recorre España y buena parte de Europa en autocaravana junto a su marido. En la búsqueda de un lugar tranquilo en plena naturaleza para recibir al año 2021, Ana recordó su cuenta pendiente con Sayago tras una primera toma de contacto años atrás. La elección de esta comarca fronteriza selló un amor –ella prefiere hablar de “respeto”– eterno hacia este territorio con piel. Tal fue la atracción, que de aquel viaje navideño prolongado por la tormenta “Filomena” salió su primer libro. Formariz, Fornillos, Pinilla, Pasariegos, Gamones... ya forman parte del recorrido sentimental y el cuaderno de bitácora que Ana Pose traza y preserva como un auténtico tesorillo.

–Cómo una madrileña afincada en un pueblo de Ávila termina escribiendo su primer libro sobre Sayago.

–Con la pandemia todos hemos quedado un poquito trastocados. Además yo había pasado un mal año debido a la muerte de mi padre, en marzo de 2020. Quería pasar la Nochevieja fuera. La Nochebuena había sido triste. Mi madre estaba internada, un hijo en Navarra y otro en Asturias. Normalmente íbamos a una estación de esquí, pero las pasadas navidades todo estaba muy limitado, no se podía salir de Castilla y León por el COVID y queríamos un lugar tranquilo, en contacto con la naturaleza.

–Zamora cumplía todas las condiciones, ¿tenían alguna referencia, conocían la provincia?

–Habíamos venido en el año 2000, durante un puente de mayo. En mi cuaderno de bitácora, a aquel viaje lo llamé “Por la Raya de Portugal”, ya que recorrimos la frontera desde Fermoselle hacia la comarca de Aliste. Pero fue todo un poco atropellado, viendo muchos sitios en poco tiempo, sin parar demasiado. Siempre supe que de ese viaje nos había quedado algo pendiente, así que esta vez la idea era ir solo a Sayago. Y ... me enamoré de este lugar.

La gente va derecha al cañón, busca los miradores. Sin embargo están todos esos pueblos maravillosos, cada uno con una chispa especial

–No es la primera vez que escucho esto cuando alguien descubre Sayago, ¿qué ha encontrado en esta comarca?

–Escribo mucho y me documento en los viajes, por eso tenía mis referencias. Después de pasar por Zamora, que es una ciudad fantástica, entramos en Pereruela y sentí como que el alma se me caía a los pies porque no era el pueblo que habíamos conocido hace veinte años, con los talleres abiertos, el bullicio. En el libro hablo de Olegaria, la última alfarera que iba a buscar su tierra para hacer los cacharros. Le dije a Rubén (mi marido), no sé por qué me da la sensación de que nos hemos equivocado de destino. Pero, qué va.

–¿Qué ocurrió?

–A medida que íbamos avanzando nos encontrábamos personas generosas y acogedoras. Gente que nos brindaba sus tomates de la huerta, unos huevos, personas que nos abrían el alma. Entonces pensé que es verdad que los Arribes fagocitan esa zona. La gente va derecha al cañón, busca los miradores. Sin embargo están todos esos pueblos maravillosos, cada uno con una chispa especial. Por eso cuando volví de aquel viaje decidí que quería que mucha más gente descubriera el alma de Sayago. Que esos dichos como “al sayagués ni le quites ni le des” y tantas frases hechas no son válidas ni justas. Que hay muchísimas historias. Los pueblos se está vaciando y el alma permanece ahí. Entonces decidí escribir el libro.

–Después de tantas experiencias viajando en autocaravana y relatando en su cuaderno o en las redes sociales pensamientos y experiencias ha decidido estrenarse con un libro sobre Sayago.

–Sí, escribo mucho pero nunca publico porque tengo miedo, me da vértigo. Aquí lo que he hecho es esconder una novela; es un viaje en autocaravana y dentro está la historia de dos mujeres viudas, las protagonistas, que representan a esas mujeres fuertes de tantos pueblos y comarcas (se emociona), que tienen a sus espaldas la historia suya y la del abandono de la familia, la de una vida de sacrificio y trabajo. Al final la gente está abierta a contarte tantas cosas. Todo eso necesitaba expresarlo.

–“Me enamoré de Sayago”. Insisto. Muchas personas ahora establecidas en esta comarca empezaron diciendo eso y se quedaron. ¿Por qué resulta tan tentador este territorio tan desconocido?

–He recorrido Europa entera en autocaravana. Hay pueblos maravillosos en Austria, en el Périgord francés, lugares de postal, maravillosos, entre montañas, en plenos Alpes. Pero no tienen alma. Cuando íbamos hacia Pinilla de Fermoselle ya venía la tormenta “Filomena” anunciándose y nada más de llegar viene una señora que sale de una nave de atender a sus animales. Preguntamos si podíamos pernoctar y nos recomendó que mejor en el Mirador del Cura. De pronto dice, espera, llega con unos huevos y se disculpa porque solo han puesto dos las gallinas. Cuando nos levantamos, al día siguiente, fuimos a ver el gran meandro y al volver un hombre y nos pregunta que cómo nos ha ido. Era el marido de la señora, José el campanero. Y al rato aparece otra vez la mujer con tomates, huevos.

He recorrido muchísimo sitios que me han enriquecido como persona, pero hasta ahora no he sentido la necesidad de escribir un libro

–Hoy se echan de menos esos gestos.

–Pues hemos vivido experiencias inolvidables. Nos ayudaron mucho Nuria y Delfín, porque cayó la gran nevada y nos prestaron pala, escaleras, lo que necesitáramos. Tuvimos que quedarnos tres días parados en Gamones, algún vecino nos ofreció su casa, pero teníamos de todo. Por desgracia estas cosas solo las he vivido y sentido en Sayago.

–¿Han sido esas experiencias inolvidables las que le han llevado a dar el paso a la literatura?

–Claro. Es una cosa especial, plena pandemia, no te puedes abrazar a la gente, tienes que mantener la distancia, pero se respiraba una cercanía que no me extraña que quien descubre esto se sienta atrapado. Y me da mucha pena que la gente no conozca las cortinas, los cortinos, los casitos... No debemos limitarnos a los arribes.

–Es un hecho que estamos ante un territorio con un patrimonio etnográfico excepcional.

–Cuando fuimos a ver la tumba de Justo Alejo y de Francisquito, al que mató el montaraz antes de que el pueblo lo compraran los colonos, una de las pastoras de Formariz nos llevó por caminos, nos enseñó dos casitos y se enfadó mucho porque está todo lleno de escobas. No hay ganado y todas esas construcciones se van perdiendo y enterrando entre la maleza. Es un patrimonio maravilloso que se debería de proteger y cuidar.

Me da mucho dolor el parque eólico porque 240 metros de molino es un edificio gigantesco y van a arrasar con muchas cosas

–¿Por qué a veces tiene que venir el forastero a decir que esta tierra es formidable?

–Eso decía Martín Barrigós (escritor de Almeida). En algún sitio ha escrito que tienen que venir los de fuera a mostrar tanto amor, más que los de dentro. Yo al final lo único que he hecho es expresar lo que siento. Creo que he conseguido transmitir mi sentimiento de cariño hacia Sayago.

–Pareciera que ha sellado un pacto de amor eterno con esta tierra.

–Más que amor eterno a Sayago, porque el amor a veces se termina o se escapa, yo creo que la palabra es respeto. Respeto a un entorno que han cuidado los sayagueses, a su arquitectura, a sus aldabas maravillosas, a sus cortinos y a su gentes, silenciosas pero cuidando su patrimonio. Eso me ha enamorado, pero lo que realmente siento por Sayago es respeto y admiración. Conozco muchos sitios de Europa y de la España rural. He recorrido muchísimo sitios que me han enriquecido como persona, pero no he sentido la necesidad de escribir. A lo mejor ha sido el dolor, la pérdida de mi padre, la pandemia, en definitiva yo necesitaba decir que Sayago tiene mucho. Los arribes eclipsan todo un territorio interesantísimo y es una pena.

–¿Qué opina del gran parque eólico que se proyecta?

–Me da mucho dolor porque 240 metros de molino es un edificio gigantesco y una vez instalados van a arrasar con muchas cosas. Creo que los que defienden ese proyecto realmente no conocen su tierra porque estamos ante un paisaje único. Es una belleza, parece que estás en un museo al aire libre y proyectos de ese tipo acabarán con la singularidad de esta tierra.