Javier Vaquero Rivera, alistano de Gallegos del Río, invidente, iniciaba ayer, a sus 47 años, uno de los retos mas importantes de su vida: participar en la “Titan Desert” en África, una de las pruebas de aventura en bicicleta más duras del mundo –se la compara al París-Dakar de coches–, con un recorrido de 639 kilómetros por los lugares más recónditos e inhóspitos del desierto del Sahara.

–¿Quién es Javier Vaquero?

– Nací en Gallegos del Río en el seno de una familia humilde de agricultores y ganaderos formada por mis padres, Manuel y Tránsito que falleció en 2019. Soy el menor de cuatro hermanos: Luisa, Carmen y José. Me considero un alistano de pura cepa, estoy muy orgulloso de mis orígenes y, aunque la vida, las circunstancias y mi situación personal me convirtieron en un alistano errante, emigrante y viajero, allí donde voy, en mi memoria y en mi corazón siempre llevo a mi añorada tierra.

–¿Cuáles cree que son los grandes valores de Aliste?

– Sus gentes. Sin lugar a dudas. Tenemos muchos valores, pero los alistanos y alistanas somos especiales por nuestra sencillez y humildad, por nuestra manera de ser, abiertos y trabajadores, gentes acogedoras y de muy buen corazón que damos lo que tenemos. Recuerdo que antaño si un vecino tenía que hacer algo y no se arreglaba solo enseguida le ayudaban las otras familias. Eso es la más pura esencia de la convivencia y de la hermandad rural. A nivel agroalimentario tenemos la Ternera de Aliste que es la mejor y más sabrosa de España, así como los corderos, setas, castañas, moras y miel que son auténticos manjares.

–Eran otros tiempos y ya lejanos. ¿Qué recuerda de su infancia allá a la vera de los ríos Aliste, Frío y Mena?

– Aunque desde que nací tuve graves problemas de visión, de mi niñez son las estampas que tengo en mi memoria, antes de quedarme ciego. Entonces, aunque ya había comenzado el éxodo rural, los pueblos aún estaban llenos de vida. En Gallegos del Río había dos bares, los de Domi y Pepe, estanco y la panadería de Paulino, hoy ya cerrados. Solo pervive la empresa de transportes de Manolo Carbajo y la farmacia de Yolanda Jambrina. No había ni teléfonos ni Internet, pero los niños éramos tan felices o más que ahora. Nuestros juegos preferidos eran los de las chapas, que nos daban en los bares, y la “píngula” con dos palos.

Para un niño de diez años y además con problemas de visión fue duro, aunque más lo fue para mi madre, ella no se olvidaba de mi ni un instante

–¿Con qué edad comenzó a ir a la escuela?

– Tenía seis años y fue un día muy especial salir camino del colegio acompañado por mis hermanos. En Gallegos del Río sólo fui dos años pues la escuela cerró y nos llevaron al Colegio Comarcal de Fonfría donde estuve dos años más. Fueron unos años muy felices, aunque ya, por desgracia, comenzaba a ir a peor lo de mi visión.

–¿Tuvo que dejar el pueblo entonces?

– Con solo diez años mi situación iba empeorando, cada vez veía menos y los médicos y oftalmólogos, los maestros, nos dijeron que lo mejor era que yo ingresara en un colegio de la ONCE de Madrid: “Antonio Vicente Mosquete”. Para un niño de diez años y además con problemas de visión fue duro, aunque más lo fue para mi madre, porque todos me cuidaban, pero ella no se olvidaba de mi ni un instante. Era mi ángel de la guardia. Lo pasó muy mal. Entonces sólo había un teléfono, el público, en casa del señor Manuel Carbajo, y siempre que podía iba a llamarme a Madrid. Allí estuve hasta los 19 años, realice un ciclo de Formación Profesional y entre otras cosas soy experto en la afinación y reparación de pianos. Gracias a Dios el tiempo nos dio la razón y gracias a ello hoy soy una persona más, independiente, que me valgo por mí mismo: Si me hubiera quedado hoy sencillamente sería dependiente total y el ciego el pueblo.

–Sus problemas de visión lejos de mejorar fueron a peor.

– Así es. Con 23 años mi ceguera fue ya total, pues padezco glaucoma congénito. No fue fácil. Primero tuve que caminar ayudándome de un bastón y luego utilizar un perro guía. Fue entonces cuando la cosa se complicó pues me diagnosticaron que era alérgico a los perros. En la ONCE dieron con la solución llegando a mi vida “Axe” un perro guía “labradodle”, cruce de labrador y caniche, que se ha convertido en mi compañero fiel e inseparable facilitándome por valerme por mí mismo

Javier Vaquero Rivera con su bicicleta y su perro

–¿Conoció las labores agrícolas y ganaderas de antaño?

– Claro que sí. En Aliste antaño desde que nacías acompañabas a tus padres en las faenas y siempre había algo que hacer como ir con las vacas o encalcar la paja y la hierba en el verano en el carro de las vacas para recogerla en los pajares. Recuerdo que iba con mi padre a segar un prado que tenemos en “Las Fontanicas” hacia Puercas y de niño siempre les decía a mis padres que aquel iba a ser para mi cuando fuera mayor. Ahora esta como todos abandonado. También teníamos prados en “Valdelamujer” en la raya con Valer cruzado por un arroyo donde había muchos cangrejos autóctonos; y otro en Valdespino hacia el Tolilla.

Tenemos muchos valores, pero los alistanos y alistanas somos especiales por nuestra sencillez y humildad

–¿Las fiestas patronales eran otra de sus debilidades?

– En Gallegos del Río son el 29 de junio en honor a San Pedro y traían muy buenas orquestas como “Los Halcones” y “Alcotán”. De niño íbamos mi padre y yo cada 10 de septiembre a las de Santa Eulalia en Valer donde teníamos familia, la del señor Valentín Río y la señora Balbina Fernández que tenían la cantina. También íbamos a las de Flores y a las de Tolilla.

– Su afán de superación le llevo a una nueva emigración.

– En 1993 me traslade a la Universidad de Valencia para estudiar Dirección y Gestión de Empresas. Luego comencé a trabajar en la ONCE y forme mi propia familia en Xátiva, donde vivo, con mi mujer Esther y mi hijo Javi. Nada más levantarme mi jornada diaria se inicia informándome de mi tierra con la edición digital de “La Opinión- El Correo de Zamora”: es mi gran debilidad para seguir unido a mi añorada tierra. Luego suelo darme un paseo de 10 kilómetros antes de irme a trabajar.

–¿Mantiene los vínculos con Gallegos del Río?

– Evidentemente. Siempre que puedo y mi trabajo me lo permite regreso al pueblo. Así revivo tiempos pasados. Cuando voy todas las mañanas hago una ruta de 8 kilómetros andando. Salgo por la ribera del río Frío hasta Valer y desde allí me voy por “Los Llombos” hasta Flores para bajar luego por la ribera del Aliste hasta Gallegos. Un de mis sueños, cuando me llegue la hora de la jubilación es regresar a viví allí donde nacía: en Aliste.

En total son 639 kilómetros, viviremos entre campamentos, jaimas, dromedarios, dunas y te de menta

–Hablemos de la “Titán Desert”.

–En principio estaba prevista para celebrase del 23 al 26 de mayo, pero se trasladó por causa del Covid -19 a octubre, del 10 al 16. En total son 639 kilómetros de recorrido que realizaremos en seis etapas diferentes. Viviremos entre campamentos, jaimas, dromedarios, dunas y te de menta. Cada participante lleva el mismo el material necesario para la noche: es una lucha por la supervivencia. Dado que yo soy ciego utilizaremos una bicicleta tándem y como piloto, compañero y guía va mi sobrino José Morán Vaquero que vive en Madrid. Como persona de apoyo está Antonio Morán Rivas, teniente de alcalde de Trabazos, tío de José. Hemos podido participar gracias al apoyo de la Indicación Geográfica Protegida “Ternera de Aliste”, Moralejo Selección, Diputación de Zamora y Tecopsan. En Aliste pertenezco al club BTT de la localidad de Ceadea.

–¿Cómo surgió la idea de inscribirse y participar?

–Fue en noviembre de 2020. En una conversación con mi sobrino José le comenté la posibilidad de hacer el Camino de Santiago en tándem. Me preguntó si conocía la “Titan Desert”. Le dije que sí y a los dos minutos ya estaba decidido. Soy un poco echado para adelante, como no veo nada, no tengo ni me pongo límites. Creo y defiendo que lo mejor está siempre por llegar. Por eso el equipo se llama así “Sin Límites a la Vista”. Nuestro objetivo rendir homenaje a todos quienes sufren o han sufrido por el Covid-19 y muy en particular a todas las gentes de mi amada tierra alistana y a cuantos han luchado y luchan cada día para ayudar a los demás. Las adversidades de la vida me han enseñado que merece la pena luchar siempre y hasta el final porque la vida es preciosa, hay que ayudarse los unos a los otros y nunca perder la esperanza. Querer es poder. Ese es mi lema.