“Ahora soy yo el viejo” suelta “Guti” cuando ve la grabadora delante. Ese acto tantas veces repetido desde hace más de 30 años se le hace extraño cuando, de pronto, se convierte en el informante. Siendo un chaval José Luis Gutiérrez “Guti” (Zamora, 1973) ya paseaba la flamante grabadora que le regaló su padre por cocinas y pueblos del oeste zamorano; al principio en busca de canciones, después de cuentos, más tarde de historias de vida. “Y todo cambió”. Esta es la trayectoria creativa de un contador, músico, etnógrafo y escritor respetado entre su gremio y admirado por el público.

–¿Es que no hay un instante de su vida sin que tenga que salir la palabra viejo-vieja?

–Es muy gracioso, porque hay palabras que siempre vienen: viejo, voz, abajo... Cada una tiene un origen pero viejo siempre sale. Hay muletillas que te vienen de forma inevitable.

–Han pasado más de 30 años desde que empezó a grabar.

–Exactamente 34 años.

–Cómo empezó todo.

–De pequeño yo ya tenía mucha inclinación por el folclore. Me apuntaron a los Coros y Danzas porque en aquellos años era la manera de empezar en el folclore. Corría el año 83-84 y me gustaba los sábados escuchar las “Habas verdes” porque hablaban los viejos y eso me llamaba poderosamente la atención. Después Alberto Jambrina, José Manuel González y Pablo Madrid sacaron aquellos cinco discos de música tradicional de Sanabria. El primer corte de la cara uno es “Toque de campanas” de Barrio de Rábano, el segundo corte es “Alborada” de Ungilde y el tercer corte es baile de Barrio de Rábano con Lorenza Ballesteros Fidalgo. Cuando oía a esa mujer tocar la pandereta, todavía se me pone la carne de gallina, fue como caer del caballo. Pum. Me dije, yo quiero hacer esto.

–Así, sin más.

–Me acuerdo que no sabía ni cómo se cogía la pandereta y entonces anduve por casa buscando una de navidades. Nunca había visto a una mujer ni a un hombre haciendo eso. Porque en los Coros y Danzas se hacía aquel folclore cutre de la Sección Femenina y sus derivados, más cutres todavía, de los años 60-70. Allí no se tocaba la dulzaina, nunca se pensó en otras cosas, pero yo escuché eso y me quedé impactado. También hubo mucha suerte en aquellos tiempos porque empecé a grabar en el pueblo y por Aliste. Tendría 14-15 años, enseguida Alberto Jambrina abrió la Escuela de Folclore y siempre me llevaban a las actuaciones con Argimiro Crespo. El señor Argimiro me cogió casi como un nieto y desde ese momento fue muchísimo más fácil.

–Siendo un chaval sorprende que le interesasen esas cosas y no andar por ahí correteando.

–Es que empecé a tener referentes claros. Recuerdo que cuando estábamos en BUP, el Instituto Florián de Ocampo lanzó un concurso que se llamaba “Jóvenes investigadores”. Durante un año me hice una encuesta, una lista de pueblos a visitar, el trabajo se llamaba “Cuadro etnográfico alistano”, que hice yo solo y pasó a máquina mi padre. Nos dieron un segundo premio que era un viaje a Italia y tuve que buscar un profesor y seis amigos para irnos porque el trabajo era en equipo y no me iba a ir yo solo. Eso me ayudó mucho porque aprendí a documentarme, fueron muchas horas de biblioteca, de buscar referentes, conocí el libro de Méndez Plaza, los trabajos de Rodríguez Pascual y ya vino todo rodado. Conocí a Carlos Piñel, que estaba en Caja Zamora, me abrió los fondos y estuve muchos días trabajando.

–¿Qué significó la Asociación Etnográfica Bajo Duero en todo ese proceso de exploración?

–Con ellos tuve todo lo que no había tenido antes. Cuando entré en la Asociación Etnográfica Bajo Duero se me abrió un mundo fabuloso, con Miguel Montalvo, Carmen Ramos, Manuel Montalvo... Me llevaban a los pueblos, eran como mis hermanos mayores. Era nuestra vida, yo jamás sacrifiqué un fin de semana de ir a grabar viejas por una noche en Los Herreros. Mi ilusión era que llegara el viernes e irnos a grabar.

–El suyo ha sido un trabajo a fuego lento, de muchas horas con las personas hasta que se abren en canal y cuentan,

–De mucha confianza. Mi abuela, la de verdad, la de Santa Cristina, tuvo una bronca sonora en mi casa un día con una mujer de San Vitero que venía a ver a su nieto. Llamó al telefonillo, yo estaba malo, mi abuela me estaba cuidando y la mujer venía a traerme unas medias que me había tejido. Mi abuela le dijo que la única abuela que había en la casa era ella. Es ese tipo de relación, propinas por mi santo y mi cumpleaños, tengo una caja llena de postales con poesías. Ahora la gente está más acostumbrada, pero entonces, que llegaras a una casa y le dieras valor a algo de lo que ellos se estaban deshaciendo… Porque era cuando pasaban los anticuarios por los pueblos y llevaban camiones, y tú llegabas dando valor a esas cosas. La pena de esos años es que no sabíamos que lo importante no era el folclore sino la vida de la gente.

–Lo suyo ha sido una transición de la música a las personas, una motivación por historias de vida que cuenta en “Cuaderno de últimas voces”. ¿Qué encontraba en esos viejos y viejas?

–Me parece que son auténticos héroes de la resistencia. Ahora tengo muchas broncas porque la gente reniega del hambre que pasó su abuelo; es un error. Esas historias de emigrantes, de mujeres que paren en el monte, de huidos, de gentes que doblaron el lomo como leones para juntar un poco dinero y que su hijo se marchara, que todo esto se abandonara. La siguiente generación dobló el lomo para que sus hijos fueran a la Universidad. Y esas historias que de la nada crearon este mundo de bienestar, para mi han sido fabulosas. Luego está mi vertiente ambiental, es alucinante el conocimiento profundo que tienen de la naturaleza, del paisaje.

–Siempre mirando al poniente, a la Raya ¿por qué era tan interesante?

–Jugaron cosas fundamentales. Mi familia tenía casa en Sanabria y José Luis Bermúdez, el que más me enseñó con diferencia de todo esto, me adoptó como uno más de la familia en Sejas de Aliste. Y por supuesto la relación con Víctor Casas en Sayago.

–El oeste se presenta como una fuente inagotable.

–Es verdad que todos los etnógrafos basculan al oeste, no quiere decir que el este no tenga valor, que los tiene muy grandes, pero a mi siempre me tiró esa zona. También me obsesiona mucho la lengua con todas las manifestaciones lingüísticas tan peculiares.

No es verdad esa leyenda urbana de que Zamora es una ciudad triste y gris; yo salgo a la calle y veo una ciudad diversa

–Presume de haber conocido a muchas personas, tantas ya desaparecidas, con una cultura tremenda.

–Cuando se plantean todas estas cosas de la España vaciada, del abandono de los pueblos, yo siempre digo que tenemos una descapitalización enorme de inteligencia. Porque la gente que yo conocía, que ahora tendrían los cien años, los que se quedaron voluntariamente eran gente de una cultura abrumadora. Hombre y mujeres que se sabían los nombres de todas las piedras de su pueblo, el uso de las plantas, que sabían predecir el tiempo con el color del cielo y sabían explotar un monte de una manera razonable. Hasta los mismos tramperos que conocí me explicaban cuál era la capacidad de extracción de pieles de un bosque para no pasarse y asegurar el año siguiente. Eso denota una tremenda inteligencia. Un señor que hace mover un molino, que es capaz de reparar su mecanismo, o un carretero como mi abuelo, que es capaz de hacer que un vehículo funcione y se mantenga en el tiempo. Eran gente de una inteligencia absoluta y desgraciadamente muchísimas personas, que eran auténticos emprendedores de su tiempo, cuando llegaron los 60 se fueron. Y falta ese punto. Lo que siempre me ha asombrado de esa gente es su profunda inteligencia.

José Luis Gutiérrez, "Guti" José Luis Fernández

Ha contado con motivo del último libro con Leticia Ruifernández cómo los viejos se emocionaban al verse ahí. Nosotros que nunca hemos sido nada... ¿Se está recuperando ese desarraigo, la distancia entre lo rural y lo urbano?

–Sí, sobre todo porque hemos huido del topicazo de los años 60-70 del paleto. Hubo un tiempo en que la decisión de quedarse en tu tierra era una condena, estaba limitada a gente de poca cultura. Ese topicazo, ese humor cutre de los 70-80 del paleto es terrible. A mi me encantan los cuentos que cuentan los viejos, en los que se ríe el chaval de los frailes o el pastor de los cazadores de la capital; me parece que es muy significativo de ese momento.

Hay jóvenes en Aliste que están orgullosos de conservar la cultura de sus bisabuelos; esto no pasaba antes

–Si por algo se distingue es por haber dignificado la palabra viejo o vieja, todavía denostada.

–Últimamente cuando voy a los festivales de narración todo el mundo habla de su viejo de referencia y todo el mundo utiliza la palabra. Al igual que Eusebio Mayalde o Quico Cadaval, hemos hecho una defensa a ultranza de la palabra viejo y estoy súper orgulloso.

–Como contador de historias destila un honestidad y pureza que no parece fácil para que el público no caiga en chanzas y ridiculizaciones de las personas.

–Manejarse en ese filo es muy complicado, pero al final es un trabajo de muchos años. Esta temporada, que he trabajado mucho, me dicen, estás contando mejor que nunca. Y es porque todo necesita un poso, un cuajo y desde el momento en que entendí que lo importante no era el cuento sino lo que colgaba del cuento, no la historia sino lo que la envuelve. Desde que entendí que la vida de las personas que me contaban los cuentos era lo importante, la cosa me cambió. Y a la hora de escribir igual.

–Esta es otra de sus facetas que últimamente cultiva mucho, o al menos de cara al público.

–Sí. Ahora ando metido en hacer algo con estos escritos que lanzo todas las mañanas desde 2011 en Facebook. Hay 680 cuentos o relatos y se ve una evolución tremenda porque, como dice Quico Cadaval, hay una posesión. Al final me ha costado mucho rechazar mi voz propia para coger una voz colectiva que transporte al que me escucha a donde yo quiero llevarlo, que es a la felicidad. Hay gente que me dice, no tengo pueblo pero me gustaría haberlo tenido y ese público también es interesantísimo.

–Detrás de cada cuento, aún mostrando su propio estilo de contar, se adivina que se esconde todo un trabajo de tiempo.

–Así es. Primero conocer el entorno del informante, dominar su geografía al máximo, su registro lingüístico, tiene que reflejarse si cuentas San Ciprián de Hermisende o Bermillo de Sayago. La lingüística, el tono, el acento. Y desde ahí es desde donde se trabajan las historias. Me cuesta semanas hasta que encuentro la voz de quién y poder contar esa historia. Es cuando funciona.

–Ese planteamiento de un folclore puro, sin artificios, igual que su forma de contar, ha sido una apuesta arriesgada.

–Soy un purista en el conocimiento y en el uso de la tradición, pero todas las colaboraciones e intentos de actualizar los formatos también me parecen interesantes. Rodrigo Cuevas, Daniel Doña con su compañía de danza, “A pelo” con Baychimo Teatro, el homenaje a García Matos de Bajo Duero. Es un compromiso con actualizar el formato. Quiero que, como ha pasado hace unos días, una plaza entera en la Catedral esté cantando folclore, aturriando como aturrian las viejas. Ya es hora de quitarle al folclore la caspa y de dar un paso adelante; no podemos seguir con los modelos de los 40, ni siquiera de los 80. A Daniel Doña en la compañía de danza le dan un Max hablando de folclore, un trabajo en el que yo hice la documentación del espectáculo; de la ronda de Motilleja se lanza en un disco de dúos. Ahora hay cantidad de artistas que me llaman para darle una vuelta a esto. Algunos proyectos fracasan y se estrellan, pero otros salen adelante. Y que los chavales que quieran coger la pandereta tengan como referencia los discos del Consorcio de Fomento Musical con las viejas y a la vez a Rodrigo Cuevas es una maravilla.

–Hablando de Zamora se ha referido a una ciudad cada vez menos triste y menos simple.

–Claro, es que en Zamora hay una especie de leyenda urbana, de bulo colectivo en el que nosotros mismos nos hemos metido. Esa idea de ciudad triste, gris, conservadora. De repente sales a la calle y yo veo una ciudad diversa, de músicos y artistas fabulosos. Es que somos nosotros. Yo trabajo en la Administración y hay una cosa que me revienta, el “balones fuera”. Se pone malo un vecino, llamas al 112 y ya se encargan ellos, ahí se acaba mi responsabilidad. Pues no. Una ciudad diversa y viva se hace con posiciones personales, luego hay que darle las gracias a quien te trae a un buen artista o prepara un festival, lo que sea. Pero somos todos los que tenemos que dar un paso adelante y decir, yo trabajo por esto. Desde ese punto de vista creo que esto va cambiando; cuando yo tenía 25 años jamás me planteé que podía vivir en Zamora, estabas deseando salir, yo me fui a estudiar a Madrid.

–Sin embargo optó por quedarse en Zamora.

–Sí, ha sido una decisión personal. Cuando acabé la carrera me ofrecieron seguir en Madrid o irme a Galende y allí estuve 11 años. Luego tuve la posibilidad de venir a Zamora y esta ciudad me ofrece todo lo que quiero hacer. Cuando quiero ver algo que me interese en Madrid, es que estoy a una hora de tren. Y ahora con las redes se nos ha abierto un mundo increíble.

Jamás sacrifiqué un fin de semana de ir a grabar viejas por una noche en Los Herreros

–Igual cuenta en Almaraz, Torregamones o San Vitero, que en Lisboa o Roma. ¿Le produce el mismo respeto un escenario que otro?

–Quizá es mas comprometido aquí. Una de las mejores contadas de mi vida fue en la Residencia de Rabanales, donde estaban mis informantes y tenía que contar los cuentos de ellos. Todo lo que sea de Zamora al oeste es que no tengo que explicar nada. El otro día se morían de risa porque en un nuevo cuento de un lobo y una oveja utilizo la expresión “y tuvo que entoñar la cordera pa que se adondiara (ablandara)”. Es como un test, si digo esa frase y la gente se muere de risa ya se donde estoy. Hay cuentos que no tengo ni que acabarlos porque están en la memoria de todos y la gente se muere de risa desde el principio. Para mi un público cercano es distinto. Fuera hay que tirar de otros recursos. Cuando conté en el Teatro Nacional de Lisboa, en el Dona María, en un festival de teatro contemporáneo donde están todos los modernos de Europa, me dijeron que qué quería y pedí una silla para contar. Entre los baúles y los desvanes, los atrezzos de todas las óperas que han pasado por allí, cuando acabamos de contar, el director del festival se me acercó. Internacionalista, radicalmente contemporáneo, ultra-actual… Al final las historias funcionan donde las hagas porque tú las imbuyes de verdad y entras en ese pacto de la verdad y además cuentas cosas que a la gente le interesan. Por respeto al público siempre me preparo a conciencia. Pero si tengo que ir a Nuez, de donde viene el ochenta por ciento de los cuentos, es muy comprometido para mi.

–Se le han ido muriendo muchos informantes, un hecho que como ha confesado no lo ha llevado muy bien.

–Esto para mi ha sido como un sube y baja siempre. He renegado de ir a los pueblos dos o tres veces en mi vida porque han ido muriendo generaciones. Y es verdad. Hace poco murió Rosa La Baqueta y se te viene un mundo encima. Ese mismo día fui con Pepa La Geroma a su casa y todavía en el camino estuvimos repasando y viendo cosas. Ahora tenemos otra generación fabulosa, que es la que se marchó al extranjero y que ha vuelto y en muchos casos tiene la misma memoria.

–Y también jóvenes.

–Son los que yo llamo los tres punto cero, que son informantes como Abel de Nuez, Edilberto de Pombriego o el Perriles de Tola, gente que me manda historias por Whatsapp. Hay chavales en Aliste con apenas 30 años que están orgullosos de conservar la cultura de sus bisabuelos. Esto no pasaba antes. Me estoy encontrando en todos los sitios con que acabas una actuación y todo el mundo se acerca, te cuenta, te dice. Hay cosas fabulosas. Hace nada en Torregamones llego y como siempre, pido una silla con alma y llega una chica y me ofrece la última que hizo su bisabuelo, al que no lo conoció. En cada pueblo me traen dos o tres sillas con alma y me cuentan la historia. Ese tipo de orgullo es que el que hay que levantar ahora.