“Se han comido 15 hectáreas de avena, había crecido más maja la leche, y no queda nada”, explica desolado Rafael García, un agricultor con varias tierras en el polígono 1 de Granja de Moreruela, incluido en el coto de caza de la localidad. El fruto de su trabajo ha servido este año de alimento a los cervatillos y a los corzos que campan por estas tierras de la margen izquierda del río Esla.

Los comensales autoinvitados han dejado su rastro del festín, excrementos y huellas de ungulado en la tierra entre las cáscaras de avena salpicadas aquí y allá. Pero tampoco hace falta hacer de detective para adivinar la presencia de estos animales, están a pocos metros de la tierras de Rafael, tumbados a la sombra de las encinas, y apenas sí se inmutan con el sonido de los motores cuando el periodista y la fotógrafa recorren los caminos de concentración. En la parcela del vecino de Rafael, varios girsaoles están “descabezados”, solo queda el tallo. Presuntamente los cérvidos han cogido el gusto por esta herbácea después de acabar con la avena.

Daños producidos en los girasoles en una parcela cercana. | Ana Burrieza

A pesar de todas las evidencias, Rafael no consigue un reconocimiento oficial de los daños provocados por la fauna para reclamar una compensación al coto. “No tengo seguro, y los peritos privados no quieren enfrentarse ni a los seguros ni a los cazadores, se niegan a venir”. Cuando consiguió que un técnico visitara sus tierras, este se negó a redactar un informe porque no se veía avena. “¡Qué avena va a ver, si se la han comido toda! Pero mira, aquí había avena o no había avena!”, argumenta enfadado mientras coge aquí y allá puñados de las inconfundibles cáscaras blancas de avena.

Cáscaras de avena en la parcela de Rafael García. | Ana Burrieza

El agricultor estima la producción perdida en “unos 1.000 o 1.300 kilos por hectárea”, una cantidad bastante inferior a la media en este tipo de cultivos, ya que Rafael practica la agricultura ecológica, sin ningún tipo de insumo químico. Presume de los saltamontes que campan por sus parcelas, “los únicos de todo el pueblo” gracias a la ausencia de herbicidas e insecticidas. Tampoco aplica nitratos ni purines. Con esa producción y con el actual precio de la avena en la Lonja de Zamora, 174 euros por tonelada, el presunto festín de los ciervos y los corzos supondría unas pérdidas económicas para este agricultor de entre 2.600 y 3.400 euros. “El dinero es lo de menos, lo que más fastidia es que todas las horas que he echado aquí trabajando nadie me las va a reconocer”, asevera visiblemente enfadado.

El agricultor Rafael García en una de las parcelas afectadas. | Ana Burrieza

Algunas de las parcelas de Rafael están segadas. A falta de cereal, al menos la paja servirá de alimento para sus ovejas, de raza castellana. Sobre los rastrojos se ven las hileras que han dejado los animales en su constante paso hacia el Esla por las noches para beber.

En la única parcela que permanece sin segar, Rafael había cultivado avena y centeno mezclados. Los cérvidos parecen tener gusto por desayunar gachas, pues han dejado corros allá donde había avena, mientras que las espigas de centeno permanecen intactas. El suelo permanece verde a pesar de estar en pleno agosto, a diferencia de lo que sucede en las tierras colindantes, “esta es la consecuencia de no echar químicos o de echarlos, la tierra hay que cuidarla”.

Este agricultor ecológico aclara que no está ni en contra de los ciervos, ni de los corzos, ni de la actividad cinegética. “Si el coto quiere, plantamos el polígono 1 entero para los ciervos, de avena o de lo que quieran comer, pero que nos lo pague el coto”, afirma.