Pom... Suena desmigado, los perdigones caen en racimo entre el carrizo que coloniza el Talanda. El ruido metálico, estridente, entra en los oídos y retumba como una campana golpeada con un mazo de hierro. Un tiro tan cerca da miedo, sobre todo cuando el que dispara no es consciente de la cercanía del otro. Zara apezuña nerviosa entre la vegetación de ribera que se espesa cuando más se acerca al arroyo, busca. “Me ha salido de los pies, ahí entre toda la braza, la madre que la parió, los perros, ni olerla, como un veneno; no he podido ni apuntarla, creo que no la he tocado...”.

La escena, claro, es de caza, de la mañana de ayer, día de la Virgen, hasta hace dos años la fecha más festiva del año, más taurina, también, claro. Y más cazadora. Esta condición se mantiene a pesar de la pandemia. Es lo que tiene una actividad que se practica al aire libre, con el cielo como escaparate y el horizonte como marco, que te permite driblar al COVID, engañarlo con el aire libre, tirotearlo. Correr toros, no; parece que contagia, cosas de estos tiempos mohosos y conspicuos.

Zara bebe para soportar las altas temperaturas. | José Luis Fernández

Nueva ley, nuevos líos

La apertura de la media veda estrenó nueva ley en Castilla y León entre el desconocimiento general de los amantes de la cinegética. Más burocracia, más papeleo; el caso es marear la perdiz hasta que se muera. No hubo sorpresas y lo que se esperaba se cumplió: un desastre para los cazadores, una jornada ideal para los que están en contra de esta práctica.

El tiro sonó cercano. El cazador que maneaba la mancha verde que crece anárquica en la márgen izquierda del Talanda no llegó a ver a quienes hablaban en la otra orilla, ni al que disparó ni a quien cazaba a su lado. Tampoco pudo ver la codorniz asustada que, al parecer, se escapó por los pelos. Pero fue la escena más cinegética de la jornada, el único lance de caza escuchado entre la espesura agobiante de las hierbas de ribera.

La mañana se despertó andarina y con la temperatura justa que debería contratarse para todo el año si lo que marca el termómetro se pudiera comprar. La primera operación de la mañana desarma el equilibrio emocional al tener que engañar a Rais, ya achacoso y mayor como su dueño, para que se quede en casa. Difícil es la tarea y más cuando los perros ya saben, porque lo huelen, que es día de juerga. La tarea se consigue gracias a la intervención de Valentina. Zara, que lleva media hora aullando como un lobo, se va de fiesta y Rais se queda llorando. Como la vida misma.

Como los huevos de gallina

El campo anda resequido y se tumba a descansar a la sombra de los girasoles. Honda anda el agua, que busca el calor de las profundidades. Solo huele a humedad –y a cañería- el Talanda, que besa los pies de un manantial surgido de la nada gracias a una roza superficial labrada a puro degüello, con cuchilla. Barbechos desmigados se confunden entre las tierras de cereal, que lucen limpias como los huevos de gallina. Solo algunos restos de maraños atraen a los cazadores, que vuelta sobre vuelta, andan cansinos soñando con imposibles lances que no se van a dar porque donde no hay no se puede sacar; y aquí no hay codornices.

“Nada, no hemos visto ni una. Sale uno por los perros, para que estiren las patas. No hay regadíos, la codorniz no se puede quedar ahí, expuesta como si estuviera en el puesto del mercado”. “Se oyeron algunas en primavera, hasta en junio, salías por las mañana y alguna se sentía, pero esta calor las ha reventado; se han marchado; se abre muy tarde, siempre pasa igual”. “Esto de la caza cada día es más renuncia, más paseo al campo sin pretensiones de tirar un tiro”.

Apenas se ven cuadrillas y los cazadores que aparecen en el horizonte de pajas andan cabizbajos, con las escopetas dormidas. Buscan sin fe, miran el reloj y se quejan del calor; de algo hay que quejarse cuando la mañana se pone tiesa y esconde el frescor de la primera hora, la de la ilusión, esa que ya se ha ido tras los dos primeros kilómetros vacíos. Después, patada sobre patada, hasta completar una jornada sin aspavientos, plana y aburrida.

Poco y desigual, envidioso

José Antonio Prada, presidente de la Delegación Provincial de Caza, resume la apertura de la media veda con laconismo: “Lo esperado, poco y desigual, envidioso”. Y lo amplía con ejemplos: “un cazador de Cañizal que caza en Olmo de la Guareña, ninguna; uno de Morales de Rey, en una zona que es buena porque tiene verde, tres, según me acaba de decir por teléfono; yo, que cazo en Fuentesaúco, he colgado 4, y otra cuadrilla en el mismo pueblo, siete. Otros años la primera jornada fue mejor; estamos cansados de pedir que se adelante la apertura de la media veda en Zamora, pero no hay nada que hacer, no nos hacen caso; quien decide vive en las ciudades y por eso siempre tenemos las de perder”.

Hubo un tiempo en que las perchas de codornices no cabían en el mismo alambre. Ahora no, si las ves ya quedas medio contento, cuando matas alguna, capitán general. Las labores del campo han cambiado, se hacen antes y las tierras sembradas de trigo y cebada se quedan calvas de la noche a la mañana. Así es difícil que los pájaros se agarren abajo. Hasta estos han cambiado los hábitos. Lo cuenta Prada, reflejando su experiencia: “Resulta que tienes tres tierras: una que ha estado sembrada de cebada, otra de trigo y otra llena de hierbas; ¿sabes dónde estaban hoy (por ayer)?, pues en la que estaba hasta los ojos de maleza, no hay quien lo entienda”.

Tampoco se entiende muy bien la nueva normativa y la obligación de llevar un diario con las piezas abatidas. El cazador ya apuntó ayer: Cero patatero. Seguro que al final del cazadero habrá muchas libretas mondas y lirondas. Esto de la caza es cada vez más una cuestión de fe, como la vida misma.

PD. Aunque parezca increíble, hace tres días Zara y Rais cazaron una codorniz en la finca (urbana) donde matan el tiempo. ¿Por qué llegó hasta allí? Nadie lo sabe. El caso es que así ocurrió. Los tiempos están cambiando.