Alas puertas de los 98 años, esta madrugada ha fallecido Rosa Olivera Fernández, más conocida como "La Baqueta" de Sejas de Aliste. Rosa Olivera era muy popular y respetada entre los grupos de folklore, no sólo de Zamora, si no también de Castilla y León y de otras regiones españolas, pues siempre tenía abiertas las puertas de su casa a todos aquellos amantes de la música tradicional que quisieran aprender de su viva voz las miles de canciones que tenía memorizadas. Tal era su sabiduría que Rosa enseñaba y corregía, si algún giro o nota no salía a la perfección. El afán de esta alistana irrepetible era que quien entraba en su casa para aprender saliera cantando tal y como ella la aprendió de sus antepasados, sin arreglos ni variantes.

Rosa Olivera ha sido una de las "últimas voces de la Raya", que protagoniza la ilustración de la portada y uno de los capítulos del libro "Cuaderno de últimas voces", escrito por José Luis Gutiérrez "Guti" e ilustrado por Leticia Ruifernández. "Y qué coños quieres que te diga más si no se más, que para bailar la jota ya no estoy, hago noventa y cinco en agosto, te canto lo que quieras, eso sí, ue poco a poco hila la vieja el copo" le espataba la rondadora al contador.

Su última colaboración ha sido en una nueva iniciativa cultural y etnográfica que lleva a cabo la Asociación para la Promoción y Estudio de la Capa Alistana (Apeca), cuando el mes pasado dos de sus miembros estuvieron en su casa para recopilar y grabar varias canciones de siega y de pastoreo.

Pues Rosa Oliveira, entre los muchos oficios que tuvo fue la de pastora. A sus casi 98 años todavía conservaba un voz dulce y cristalina y sin apenas calentar la voz se arrancaba a cantar hiciera frío, calor, lloviera o nevara. Rosa siempre estaba cantando.

Rosa Olivera Fernández, que en agosto cumpliría 98 años y natural de Sejas de Aliste, "nos relató el proceso de transformación del lino, desde la siembra en los "linares", pasando por la recolección, transformación, hilado, elaboración de telas en el telar y abatanado en el pisón que había en la rivera de Sejas" cuenta Andrés Castaño, de Apeca.

José Luis Gutiérrez "Guti" conocía bien a esta alistana. Cuenta el autor que cuando le entregó el libro en persona a Rosa, ésta le dijo: "¡pero si me has sacado más vieja de lo que soy!", A lo que Guti le contesta: "pero Rosa, si usted ya tiene 98 años, cómo quiere que la retratemos".

Rosa Olivera, pintada por Leticia Ruifernández en "Cuaderno de últimas voces"

"Guti" ha trazado un evocador y sentido recuerdo de quien ha sido una de sus viejas de referencia. "Hoy se ha muerto Rosa Olivera Fernández, de la estirpe de Las Baquetas, la mejor cantadora que he oído, la del oído fino y la voz templada. Hoy se cierra el libro porque ya nadie queda" ha escrito.

Este es el texto íntegro dedicado por Guti a Rosa Olivera. "Se me ha muerto Rosa, se me ha muerto la Baqueta, y después de mucho tiempo he vuelto a llorar, de rabia y pena, como se llora sólo por a quien tanto has querido, con un nudo a la garganta y un dolor hondo al pecho. Se nos acabaron las rondas, y las aradas, y el pimpinillo, y la pertenera, los cuentos todos, la necesidad de los pastores, la fuente de la mora, con Rosa se va la flor de las cantadoras, el cante florido, sereno, el gusto por decir cada recaída en su sitio, esa manera de cantar que sólo ella tenía, levantando al cielo los cantares, doblando las vueltas, templando, mandando.

Cantar del brazo de Rosa, entre Rosa y Virginia me dio la luz hace ya treinta y dos años, mozos, darle de beber al gaitero, de ellas aprendí a que la gaita es la compañía de las cantadoras y que es a ellas a quienes el gaitero debe respeto, que no hay adorno más que el cantar sobre la gaita ni lucimiento del gaitero si no brillan ellas, aprendí los secretos de hacer hablar la gaita que es mérito de unos gaiteros que ya no existen.

Imagen retrospectiva de Rosa Olivera

Bailé en redondo con Rosa, la jota en redondo, pisando la huella de ella en el baile, barriendo donde pisa en la mudanza y buscando las vueltas al estribillo, los brazos al suelo en el charro, las culadas cuando no se esperen, el engaño en el aire de los dedos.

Comí a su mesa y en su casa fui querido como en la mía, besé sus manos tantas veces como pude, me apuñaba las manos para contarme secretos, me daba razón de todo y me hizo reír tantas veces, en esta tierra dura nuestra no dejó de decirme en ninguna visita lo que me quería. Compartimos los dolores que nos mandó la vida, que no fueron pocos.

Quiero consolarme en lo feliz que fuiste hasta el final, en esa maravilla de familia que te rodeó y te cuidó, en que te fuiste sin pena y sin dolor, en que cantaste hasta el último día, quiero consolarme, pero no puedo.

Mi beso con Manuela, Teresa, Urbano, Celia, Rosita, Cecicilia, Damián, Pepa, Mario, con todos los tuyos, gracias por cuidarla tanto".

Un proverbio dice que cuando muere un viejo, con él se va una biblioteca. Y con Rosa Olivera se pierde a una de las últimas depositarias de una cultura milenaria, "los últimos balbuceos de una cultura" en palabras del escritor Julio Llamazares.