“La España rural se despuebla sin que hasta hace muy poco a nadie parezca haberle importado lo más mínimo”. Julio Llamazares (Vegamián, 1955) ya advirtió con su pluma hace más de tres décadas el drama del éxodo rural. Sin apartarse de ese camino, vuelve a interpelar en el libro “Alma Tierra” donde pone texto a las fotografías de José Manuel Navia, con quien mañana comparte mesa –también estará Teo Nieto–, en el Museo Etnográfico. Esa inquietud por dar voz quienes “hacen la historia”, o exaltar un territorio tan especial como la Raya, la expresa también Llamazares en el epílogo del libro “Cuaderno de últimas voces” escrito por José Luis Gutiérrez e ilustrado por Leticia Ruifernández.

–Cuentan Guti y Leticia que cuando iban a entregar el libro a sus informantes, éstos expresaban emocionados: “nosotros que nunca hemos sido nada y ahora estamos en un libro”. Usted entendió desde sus principios el grandísimo conocimiento que transmiten las personas mayores y tantas almas anónimas.

–No se puede añadir nada a lo que me cuentas. Están los que protagonizan la historia y los que la hacen. Los primeros aparecen todo el día en la prensa, en los medios y en los libros, y los que realmente hacen la historia, la sufren, la disfrutan, la padecen, esos no aparecen nunca, son personas anónimas. Por eso el trabajo de Leticia y Guti o la posición de Navia (fotógrafo) poseen ese valor de dar voz a quienes no la tienen, que es algo que a mi me ha movido siempre. No solo por origen sino también por mi manera de pensar, por mi ideología no solo política sino también moral. Para mi el mayor orgullo es que me lea gente que no suele leer. De hecho, el mayor elogio que he recibido fue de un señor de Aragón que me dijo que el único libro que había leído en su vida era “La lluvia amarilla”. Y ese es el mayor elogio, no que todos los críticos de campanilla digan qué bien, sino que alguien que no lee nunca lea un libro tuyo. Porque lo que te está diciendo es que se ha sentido representado y reflejado por ese libro o por cualquier otra obra. El trabajo de Leticia y Guti en ese sentido es ejemplar porque han ido a buscar a toda esa gente anónima que no suele existir ni figurar.

Por encima de los críticos de campanilla, para mi el mayor orgullo es que me lea gente que no suele leer

–En el epílogo de la obra habla los últimos balbuceos de una cultura, la de la Raya. ¿Qué consecuencias puede tener la pérdida de ese legado?

–Son los últimos balbuceos de una cultura milenaria, rural, agraria que se renueva o se sustituye y es importante que no se pierda. Es como cuando desaparece un idioma de una tribu del Amazonas, es la cultura amasada durante siglos y que hay que conservar; a veces ocurre que cuando muere un viejo muere una biblioteca. Sabiduría de lo suyo, pero sabiduría. He leído una cosa muy curiosa y muy ejemplar. En Dinamarca alguna biblioteca ha creado la parte de la biblioteca humana, que ofrece la posibilidad de leer un libro o de hablar con una persona que te cuenta su vida. Porque a veces en el mundo que vivimos nadie escucha a nadie, solo a los charlatanes de la televisión o la radio. Y a toda esa gente que nos cruzamos en el día a día nadie se escucha. Por eso es tan importante prestar atención a los demás, porque cada persona es un libro abierto pero que permanece cerrado mientras nadie le escuche. Por eso es tan significativo este “Cuaderno de últimas voces”.

–En su obra ha sido una constante el relato de lo cotidiano, historias sin aparente importancia pero muy fecundas.

–Cuando me preguntan qué autores me han influido más, hay muchos, todos los que he leído incluso los que no he leído y te llegan a través de los que lees. Pero siempre digo que los que más me influyeron como escritor eran los viejos de mi pueblo, que cuando empezaban a hablar paraban el tiempo, que es a los que aspiramos los escritores. Sobre todo aquella fascinación de la narración oral de las noches de invierno junto al fuego o en verano debajo de las estrellas y empezaban a contar historias de la guerra, de los huidos. Todo eso está en “Luna de lobos” y esas historias están en mis libros. Para mi es una constante porque vengo de ese mundo, de una cultura que está desapareciendo delante de nuestros ojos sin que a casi nadie le importe. Por suerte hay gente, como Leticia y Guti, o Navia que intentan preservarla del olvido.

–Siempre ha dicho que lo que le gusta es escribir, que no se ve ejerciendo otro oficio.

–Ocurre que la vida que he vivido, y ya va siendo larga, la he pasado escribiendo. El 99 por ciento de las personas no escriben nunca, pero como yo me he pasado la vida haciéndolo no se vivir de otra forma. Mi manera de entender la vida es contarla por escrito. Decía Fernando Pessoa que escribir era su forma de estar solo, seguramente también es mi manera de estar solo y de estar en el mundo también.

Julio Llamzares Sánchez Moreno

–“Distintas maneras de mirar el agua”, su obra más personal, traza el relato vital de los desterrados por los embalses, en su caso el Porma. No deja de ser paradójico que muchas personas se asentaran en Cascón de la Nava, el pueblo que surgido de la desecación de una laguna.

–Por cierto, muchos de lo que acabaron allí son zamoranos. De hecho en Cascón hay un barrio que lo llaman de los zamoranos.

–Muchos de ellos argusinejos que corrieron la misma suerte que los de su pueblo, Vegamián. Para un escritor tan intimista este episodio no podía faltar en su trayectoria literaria.

–Es una novela que estaba condenado a escribir, había ido haciendo amagos en algunos poemas y otras cosas, pero nunca me había puesto a escribir una novela directa sobre ello. Y el día que lo hice fue casi por casualidad, porque escribí un texto para una conferencia que me pidieron en unas jornadas sobre el agua en San Sebastián. Como da la casualidad de que la presa del embalse que sepultó Vegamián, el pueblo donde nací y otros siete pueblos más, la hizo otro escritor, Juan Benet, titulé la conferencia “Distintas formas de mirar el agua”. Me refería a la mirada de Benet, que era un ingeniero, y la mía que era uno de los desterrados, aunque en mi caso poco porque con dos años me fui de allí porque mi padre era maestro y se trasladó a otro lugar.

En el mundo en que vivimos nadie escucha a nadie, solo a los charlatanes de la televisión o la radio

–Esas diferentes miradas sobre un hecho tan dramático darían nombre a la novela.

–Sí, porque a raíz de ese título surgió todo. También de alguna anécdota que me contaron en una visita a Cascón de la Nava para hacer un reportaje sobre los 25 del embalse de Riaño. Esos desterrados tuvieron que aprender a volver a mirar porque pasaron de las montañas a la llanura infinita. Esa otra mirada, ese nuevo aprendizaje es lo que dio pie al libro y además ahora ha surgido una ruta literaria en el entorno del embalse de Vegamián. El espíritu de “Distintas formas de mirar el agua” llevado al paisaje a través de esculturas. Estoy encantado, porque es difícil ser profeta en la tierra de uno.

–No parece su caso, es un escritor respetado y admirado.

–Al final uno escribe, en principio para todo el mundo, pero con el tiempo te vas dando cuenta de que los escritores somos como las emisoras de radio, que emites en una frecuencia y te corresponden lectores que emiten en la misma frecuencia que tú.

–Volviendo al drama de los pueblos sumergidos, también sufrido en Zamora, impacta el símil que ha utilizado con la expulsión de los judíos.

–Cuando a ti te cogen un día y te dicen que recojas todo, que dejes tu tierra, tus recuerdos, tu vida, tu actividad, tus muertos y te vayas a otro lugar, pues no deja de ser un exilio como el de los judíos cuando los expulsaron de España o de otros lugares. Con el agravante de que los judíos en su pensamiento podían volver a donde vivieran, y de hecho hay algunos que todavía conservan la llave de su casa después de siglos, de generación en generación. Pero los habitantes de los pueblos sumergidos ya no podían volver jamás. Es un exilio todavía más terrible por definitivo.

El exilio de los habitantes de los pueblos sumergidos es más terrible que el de los judíos, por definitivo

–Tampoco es ajeno en su trayectoria al drama de la despoblación, hoy de moda en distintos ámbitos incluido el cultural. ¿Cuál es la visión de alguien que lo advirtió hace tiempo?

–Yo soy escritor, no soy político ni economista, por lo tanto mi opinión tiene sus limitaciones. Creo que el mundo ha cambiado y lo ha hecho para bien y para mal. Hay un mundo que ha desaparecido o que ha cambiado y ya no es el mismo que conocimos. Es el signo de los tiempos y el paso de la historia. Ahora bien, dentro de que el éxodo del campo a la ciudad es algo universal, lo que ha ocurrido en España, a diferencia de otros países europeos, es que se ha producido sin medidas de control por parte de los distintos gobiernos, desde Franco hasta hoy. Así como en Alemania, por ejemplo, en ciudades repartidas por el país crearon un tejido industrial y tecnológico como una red a lo largo del territorio, aquí se hizo de manera un poco descabezada y se centralizó todo en Madrid, Barcelona o el País Vasco con la industrialización. Después el turismo arrastró al resto de la población hacia la costa, sobre todo la mediterránea y las islas. Eso se produjo sin ninguna especie de antídoto político, económico para evitar que se despoblara la mitad de la población a favor de la otra mitad, con los problemas que comporta tanto para la España despoblada como para la sobrepoblada.

–¿Llegados hasta aquí, cree que puede haber un punto de retorno que ayude a corregir el desequilibrio territorial?

–Eso ahora es muy difícil. Se tenía que haber intentado paliar esa hemorragia demográfica hace ya muchos años, pero no se hizo caso. Lo advertimos los primeros que empezamos a escribir sobre la España vaciada, que yo prefiero llamarla la España desdeñada porque ha habido un desdén absoluto por parte de todo el mundo hacia ella, y sigue habiendo. Aunque los políticos ahora venden la marca de la España vacía y se les llena la boca, en el día a día las medidas que toman suelen ser para agravar más la situación.

–¿Por ejemplo?

–Se ha producido la situación de una España menguante y empobrecida a todos los niveles y una España sobrepoblada, que es la creciente, la de la costa, Madrid y tres o cuatro ciudades más. Y esa descompensación produce muchos problemas para todos. Creo que junto con Cataluña y el País Vasco, los desafíos nacionalistas y ahora la pandemia, el gran problema de España es la descompensación territorial a la que se ha llegado.

–De eso va también la exposición “Alma Tierra” donde describe la despoblación como una elegía, en términos apocalípticos.

–Claro, porque se ha llegado a tal gravedad que muchos territorios, no solo rurales, sino capitales de provincia, como Zamora, León, Soria, Teruel, Cuenca, están sufriendo esa despoblación y ese envejecimiento y ya casi en estado terminal. Muchísimos territorios ya son irrecuperables. Encima, con el argumento de que hay poca población, se justifica cualquier barbaridad. Como quieren llenar de molinos de viento y de placas solares, pues media España va a quedar convertida en la colonia energética de la España rica. Y encima todavía tratan de convencer a los de la España pobre que van a salir ganando. ¡Qué van a salir ganando!, las migajas del reparto de la tarta energética que se la van a llevar los de siempre; eléctricas, constructoras y grandes empresas del país.

Más que la España vaciada prefiero decir la España desdeñada, porque ha habido un desdén absoluto hacia ella, y sigue

–No parece casual que el territorio vaciado sea tan codiciado para estos proyectos.

–Claro. Además intentan convencer a la gente porque, a parte de que se lo autorice el gobierno, quieren conseguir la aprobación popular con el argumento de que va a producir muchos beneficios. Es absurdo, es al revés, habrá más despoblación porque van a acabar con lo único que queda en muchas zonas, el paisaje y el patrimonio, y no va a haber ni turismo. Yo creo que es la estocada final y parece que es imparable. El argumento de que ponen los molinos donde hay viento tampoco sirve. Podría ser en la Sierra de Guadarrama, pero ahí no porque molesta a los madrileños, o en Montjuic, pero no porque no les gusta a los de Barcelona. Al final se repite esa vieja historia de la humanidad de que el rico se come al pobre.

–Hablando del paisaje, su último libro “Primavera extremeña” es una plegaria a la biodiversidad, esa naturaleza de la que pudo disfrutar durante el confinamiento.

–Es un libro primaveral porque tuve la suerte y el privilegio de poder irme a una casa de campo en Extremadura. Pensando que serían dos semanas, estuve tres meses que coincidieron con el paso terrible de esta plaga bíblica que ha sido la pandemia del COVID. Y a la vez el paso maravilloso de una primavera que en Extremadura es un espectáculo. El año 2020 fue muy lluvioso y, como encima no había gente, pues todo eran flores, pájaros, animales, estrellas. No había aviones, era un poco el paisaje del principio del mundo. A la vez estábamos viviendo la tragedia que se cernía sobre todos nosotros, porque hoy vayas donde vayas sigues en contacto con lo que ocurre.

–La pandemia nos ha sobrepasado, este siglo XXI de los grandes avances de la humanidad de pronto nos ha revelado sumamente vulnerables.

–Esto ha sido un tsunami que nos ha pasado por encima y continúa pasando. Va a cambiar muchas cosas, algunas para bien otras para mal. A parte del drama que ha producido, los millones de muertos en el mundo, creo que debería servirnos para reflexionar sobre muchas cosas, la vida que llevábamos, el modelo de economía y de sociedad. Soy bastante escéptico sobre la capacidad de corrección del género humano porque en cuanto vuelven las aguas a su cauce volvemos otra vez por donde solían.

Con los molinos y placas, medio país va a quedar convertido en la colonia energética de la España rica

–¿Encuentra razones para la esperanza?

–Es una palabra muy grande. Yo creo tener siempre la esperanza de que poco a poco las cosas vayan a mejor; de hecho han mejorado muchas cosas a nivel médico, tecnológico, material, ya no hay analfabetismo prácticamente, la edad media no son 40 años, la gente no se muere de una infección. Muchas cosas han mejorado, pero deberíamos mejorar todavía más a nivel humano, moral y espiritual.

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–Creíamos que nos comíamos el mundo.

–Tenemos mala memoria, las pandemias ocurren cada cierto tiempo. Eso de que parecíamos invulnerables, bastaron dos aviones para destruir las torres gemelas y el mito de la seguridad en occidente. Ahora ha bastado un bichito. Éramos vulnerables pero lo habíamos olvidado.