Aunque Leticia Ruifernández –Madrid, 1976– es arquitecta de formación, su verdadera vocación proyecta a una brillante pintora e ilustradora que bebe de las fuentes de la naturaleza y las historias de vida para dar forma a su vasta, diversa y premiada obra creativa. Esas historias nutren el libro “Cuaderno de últimas voces” (Editorial Papel Continuo), creado junto a José Luis Gutiérrez, Guti, contador, etnógrafo, “voz de viejo”... Un trabajo al alimón, con testimonios e ilustraciones de hombres y mujeres de la Raya que ha sido un feliz descubrimiento para esta artista “rural”, afincada en Garganta de la Olla, en la Vera extremeña. El libro se presenta el sábado, 29 de mayo, en el Museo Etnográfico.

–¿Cómo llegó a la vida de las gentes de la Raya?

–Fue un impulso, no había nada previo ni una idea en la cabeza. La oralidad y las historias de vida me interesan muchísimo y cuando coincidí con Guti, me di cuenta de que tenía un conocimiento enorme. Para entrevistar a las personas tienes que saber mucho de su propia vida, porque no se trata de recoger las anécdotas, sino de la cultura que rodea a esas vidas. Empezamos un primer viaje para ver qué pasaba y nos dimos cuenta de que había mucho potencial.

–En su caso, con su silencioso pincel en mano, traza un formidable retrato de personas, paisajes, etnografía.

–Es cierto que cuando llegas con una cámara puede ser muy invasivo, pero ante un dibujo que se va creando en el momento, que es la cosa como más desnuda que hay, se produce una conexión especial. Entre eso y la confianza de muchas personas con Guti se generó un clima muy propicio para este trabajo. Además, llevas un cuaderno donde pueden ver lo que has hecho anteriormente, les enseñas de dónde vienes y lo que vas a hacer. Es una cosa como muy honesta, se produce ese momento de magia. Y nunca sabes lo que va a traer el dibujo, es un misterio.

Mientras escuchamos tantas tonterías, se nos está yendo una forma de vida como si fuera el agua entre las manos

–¿Qué generó esa atracción con el territorio fronterizo?

–Por una parte es como si fueras, como dice Llamazares, al Far West (Lejano Oeste). De repente estás entrando en un territorio que parece que no hubiese cambiado en un montón de tiempo. Ha variado porque te das cuenta de que está muy vacío, pero se preserva toda una forma de vida que ha perdurado durante generaciones y está ahí todavía viva. Es como si estuvieses viendo una raza a extinguir, con todo un saber, un conocimiento y una cultura enorme, de muchísimo calado. Y te encuentras con todas esas historias absolutamente fascinantes, además de la confianza y la generosidad que recibes porque te abren sus casas, te sientan a la mesa y te cuentan. De pronto es como que te están abriendo, no solo la puerta de su casa sino la del corazón.

–Mucho es lo que le han transmitido a juzgar por las acuarelas de rostros y paisajes captados en tan solo unas horas, sobre todo esas caras que transmiten tanta profundidad; intuyo que ha sido un vergel para su pincel.

–Sí, es de muchísima riqueza. Es como lo que decía Anna Magnani cuando la iban a maquillar, no me quitéis ni una sola arruga que me ha costado toda la vida conseguirlas. Cada rostro es un paisaje por el que han transcurrido miles de historias durísimas que han ido dejando huella en la arrugas, en las heridas, en las cicatrices. El hambre y el dolor están muy presentes en esos cuerpos y rostros que cargan con cientos de años. Porque no es solo su vida, están contando las historias suyas, de sus padres, de sus abuelos y de lo que siempre se ha entendido como vida.

–Por eso el Día de la Mujer prefirió conmemorarlo con los rostros de estas heroínas anónimas, lejos de los estereotipos de Madame Curie o Frida Kalho.

–Totalmente. Son heroínas de lo cotidiano. Tú no puedes poner a una niña que como ejemplo de vida sea como Madame Curie, porque solo ha habido una. Para mi son admirables estas mujeres que lo que han hecho es amar, cuidar, trabajar, divertirse, nacer, dar vida y acompañar. Son cosas cotidianas pero que las han hecho con todo el sentido y el conocimiento. Para mi son un ejemplo a seguir. No hace falta que inventes una vacuna o que hagas el cuadro más impresionante para ser admirada. En las vidas de estas mujeres hay muchísimo que admirar y muy poco reconocimiento.

Es necesario un reconocimiento de lo rural, tenemos una deuda histórica con el campesinado

–Antes del viaje a la Raya ha hecho otros como el que ilustró un libro sobre Antonio Machado, ¿por qué tiene esa necesidad de ver y estar para pintar?

–Hay una parte de mi trabajo que es de estudio, pero otra se hace a través de lo que los lugares van ofreciendo. Mi trabajo no es mental en el sentido de que tengo una idea y la desarrollo, como otros ilustradores. Por eso los cuadernos de viaje. Y un viaje no tiene por qué ser a un lugar muy lejano, pero sí es algo que te transforma y te cambia. No se trata de algo premeditado, ha sido mi historia de trabajo desde que con veintipocos años me fui un año a El Salvador donde participé en un proyecto de cooperación y pinté los trabajos que se estaban llevando a cabo. A partir de ahí salió el primer libro que surgía de un viaje. El trabajo sobre Machado realmente era un proyecto de ilustración de un libro de poesía, no tenía por qué tener esa dimensión de viaje.

–Sin embargo siguió físicamente los pasos del poeta, ¿qué aporta esa vivencia a su obra?

–Las fotos no te transmiten la información de lo que hay. El olor, la temperatura, lo que se percibe en la calle, los rostros de la gente, de lo que queda. Es algo que se tiene que captar con todo el cuerpo, no solo con la vista. Todos esos sentimientos quedan en el dibujo, en la acuarela. Y como espectador de ese libro, hay algo que se percibe y sí que vas a captar. No sabes por qué, porque no es algo evidente, pero te invita a contemplar. Mi trabajo tiene esa parte. Es como si me pongo delante de algo e intento borrarme y ver que eso que está ahí delante pasa a través de mi.

José Luis Gutiérrez (Guti) y Leticia Ruifernández, autores de "Cuaderno de últimas voces" Cedida

–¿Vivir en un pueblo, rodearse de un entorno natural forma parte de su trayectoria vital?

–Totalmente, supone un cambio muy grande en la mirada hacia todo este territorio del que forma parte “Cuaderno de últimas voces” o Machado. Es como que cuando estas en Madrid te crees que las ciudades son el centro de la vida, hasta que al salir a vivir fuera y empiezan a pasar los años y las estaciones te das cuenta de que lo que sucede en la periferia es también culturalmente esencial. Llevo viviendo aquí ya 16 años y es lo que más me atrae. A la ciudad voy un ratito.

–Su apuesta por el pueblo es anterior a la moda por lo rural que se vienen imponiendo.

–Sí, desde luego que fue mucho antes de que surgiera este movimiento. Y después de lo que estamos viviendo en la pandemia, se ha demostrado que estar en contacto con la naturaleza es una necesidad humana, esencial. Cuando te encierran en una ciudad, de repente valoras lo que es estar o en una ciudad pequeña, en un pueblo, o en el campo. Tampoco fue una decisión meditada; cuando conocí a Javier, mi marido, estaba pensándose venir para la Vera y yo dije, de cabeza. No echo de menos Madrid, y menos ahora mismo.

–¿Habrá un retorno a la frontera más allá del poniente zamorano, “Cuaderno de últimas voces” puede tener continuidad?

–Sería fantástico, la verdad es que me dicen: hay mucha Raya todavía. Es curioso. Otros libros los vendes sobre todo en librerías en las grandes ciudades y con éste hay pedidos de Galicia a Badajoz, todo el poniente. Porque habrá singularidades, pero estamos ante una forma de vida que era la misma en toda la península, la del campesinado de este país que ha sido igual durante siglos y de repente está desapareciendo sin que nos demos cuenta. Se nos van los últimos.

–De hecho algunas de esas “voces” ya no están.

–Desde que empezamos el proyecto, hace cuatro años, se han ido seis personas. Es tremenda la velocidad, aunque esa cultura en algunos lugares sigue estando muy viva, hay que prestarle atención a todo ese conocimiento, tenemos muchísimo que aprender y admirar. Para mi ha sido un descubrimiento de la belleza castellana, desnuda, árida y seca, pero fascinante.

Cada rostro es un paisaje por el que han transcurrido miles de historias durísimas que han dejado huella

–Julio Llamazares habla en el prólogo del libro de “los últimos balbuceos de una cultura”, ¿cómo se asimila eso?

–Creo que la única manera de asimilarlo es escuchando, dando voz a las personas que lo han vivido. No puedes hacerte una idea propia desde una reflexión personal, tienes que ser capaz de ponerte en el punto de vista suyo y eso solo es posible desde la escucha. Entonces, como todos no podemos irnos a hablar por ejemplo con Dominica a Porto, que nos contó sus historias junto a su marido Enrique, ya fallecido, pues llevemos esos testimonios a todas las casas y que todo el mundo pueda leerlas a través de los libros. Dominica, como todos los protagonistas de estas historias y sus familias, ha recibido emocionada el libro y lo están disfrutando porque nunca pensaron que serían protagonistas.

–Una artista como usted con tantas vivencias y sensaciones plasmadas en su obra, ¿con qué se queda de este trabajo?

–Insisto en la necesidad de la escucha y de contarnos nuestras propias historias una y otra vez, que es la esencia del mundo oral. Tenemos que escuchar una y otra vez la voces de nuestros mayores, porque ahora mismo no tienen hueco. Entre la tele, los teléfonos, la radio, quién les escucha. Hemos vivido una escena muy bonita del hermano de Maruja (de Robledo), que nos ha mandado un vídeo leyendo en voz alta el relato donde ella cuenta que su madre se puso de parto y parió encima de una piel de borrega en la cocina. Ése que estaba naciendo nos relata ahora la historia de su nacimiento, contada por su hermana. Es alucinante poder escuchar cómo han venido al mundo nuestras abuelas.

En estos tiempos de tribulación hay que escuchar voces sabias, depuradas por siglos de conocimiento

–Son testimonios irrepetibles que se pierden con el fenecer de toda una generación.

–Es una forma de vida que ha perdurado durante siglos y se nos está yendo como si fuera agua entre las manos, sin darnos cuenta, mientras escuchamos por la tele las tonterías que nos cuentan. Lo dice Llamazares, en estos tiempos de tribulación hay que escuchar estas historias, estas voces, porque son muy sabias, depuradas por siglos de conocimiento. Estas personas saben mucho, no por lo que han leído, sino porque han aprendido de su padre o de su madre y ellos a su vez de sus padres. El saber popular merece un reconocimiento; la cultura que tenemos en este país es despectiva hacia los pueblos y la cultura oral. Es como que si no sabes leer ni escribir ya no vales, y lo que intentamos decir es lo contrario, que tiene muchísimo valor. Cuando Guti entregaba el libro a las personas, le daban las gracias. Dicen, nosotros que nunca hemos sido nada y ahora estamos en un libro. Por qué ese desprecio. Es necesario un reconocimiento hacia lo rural porque es una deuda histórica que tenemos con el campesinado y con el mundo rural. ¿Acaso vale más un notario de Barcelona que un pastor de Zamora?, pues no.

–Es que además es el pastor el que da de comer al notario.

–Si desaparecen los pastores nos vamos todos detrás.