“Desde que cerraron embalses, aquí, terminaron con la pesca” cuentan los veteranos pescadores ribereños del río Negro, Ismael y Serafín, atentos a los lances de los pescadores foráneos. “El pescador no es el que termina con las pesca” dice uno de ellos relatando que en sus años de pescadores podían volver a casa con varios kilos de truchas, sin que la especie se resintiera. Pero eran otros tiempos, el río Negro fluía en dirección al río Tera antes de que se construyera la presa de Agavanzal.

A las consecuencias nocivas de los embalses, Ángel, el pescador foráneo suma “el descontrol de las alimañas”. Y entre esas alimañas señala el percasol, una especie fluvial invasora que es gran problema para la fauna piscícola autóctona. La consecuencia directa es la escasez de truchas en las aguas del río Negro. Los vecinos de Rionegro del Puente añaden que “todos los años este río se queda sin agua, se seca en verano. Mata todo” un factor que hace inviable la supervivencia “sin agua no hay alevines y se termina con todas las huevas”.

El anzuelo vuelve al agua tras la captura de un escallo con hechura legal para entrar en la cesta. El tramo aguas abajo del puente de la Nacional 525 es pesca sin muerte para la truchas.

El agua está fría y los peces parecen mostrarse poco activos. “Mejor que no pesques ninguna trucha para no tener que caer en la tentación” alecciona uno de los veteranos. Un ejemplar de dos o dos kilos y medio en el tramo sin muerte es todo un trofeo como para tener que soltarlo. Ángel va llenando el cupo de barbos y bogas, 6 y 6 de máximo. El único sitio donde ha podido pescar trucha “y buena” en lo que va de temporada ha sido en tramos más altos. Completó el cupo, dos ejemplares con la medida reglamentaria, en el Tera por encima del embalse de Cernadilla. A este pescador en activo le he llamado la atención “la cantidad de carpas que hay en el río de Puebla” un río truchero por excelencia.

Serafín e Ismael recuerdan los tiempos en que en el río Negro también se pescaban anguilas “pero eso fue hace muchos años”. Los dos miran con viveza las aguas y aunque están retirados de esta afición les gusta ver la labor de otros pescadores. Mencionan otras especies que eran habituales que ya ni se ven por las orillas.

Pero quien mira sin quitar ni ojo del anzuelo es Tila, la perrita de siete años de uno de los pescadores locales, que a juzgar por el interés que muestra cuando se lanza la caña parece más aficionada a la pesca que ellos mismos.

Está esperando a que el anzuelo haga el más mínimo movimiento sospechoso para comenzar a ladrar para dar el aviso “y si le dejas el pez lo coge con la boca como si lo hubiera pescado”. La perrita tirita de frío, como los peces, pero sin dejar de mirar el agua ajena a la conversación. Peces y señuelos esperarán un mejor día de sol.