Pasó tres años de guerra, pasó hambre, el jornal no le llegaba ni para sus gastos, le despidieron por ir a ver a su novia en el pueblo, fue instalador, agricultor y alcalde y con todo “cuando miro lo de atrás me siento tranquilo y feliz”. A sus 104 años Salvador Pérez Fernández, de Fresno de la Carballeda, suma una vivencia más, recibir la segunda dosis de la vacuna contra el COVID en el centro de Salud de la Carballeda, en Mombuey, puntual a las doce. Vive con desasosiego esta etapa “preocupado por la familia, que está lejos”. Tiene cuatro nietos y un biznieto.

Tras la primera dosis se fue al huerto “no puede parar quieto” los hijos que le acompañan al centro de salud. Todos los días anda entre 3 y 4 kilómetros, unas veces acompañado de su hijo y otras solo, pero siempre avisa por donde va, hasta la autovía por el camino de Valparaíso o por el camino de Valdemerilla, a ver el embalse. Todos los días hace unos ejercicios de brazos y piernas, y cuenta que con 97 años fue la personas más veterana en ir al taller de gimnasia con una exhibición incluso en el pabellón Ángel Nieto de Zamora con participantes de todas las comarcas. Una memoria envidiable y un físico privilegiado para este supercentenario que nació un 9 de enero de 1917 en la Torre de San Cristóbal de Aliste y que a los once año llegó a Fresno con toda la familia “y es donde he hecho toda mi vida”.

De niño llegó a Fresno donde sus padres Santos Pérez Salvador y Juana Fernández Ribas, que no habían heredado fincas en sus pueblos natal, se afincaron tras comprar casa y algunas fincas. Su hermana que trabajaba en Codesal, Lucía que vivió hasta los 98 años, fue la que avisó que en el pueblo podían afincarse. Salvador era el tercero de cinco hermanos. En esa época, en los años 20 y 30, la mayor parte de los hombres jóvenes de Fresno que aprendieron a leer y escribir con el primer profesor que hubo emigraron, cuando se instalaron “había 33 mozas y un solo mozo”. Del presente dice que “cada vez hay menos pájaros, cada vez que chilla uno me gusta oírlo, antes había tantos que no le dabas importancia. Ahora hay pocos pájaros como personas, pocas”.

Tras la primera dosis se fue al huerto; “no puede parar quieto” dicen los hijos

“El trabajo en los pueblos era muy duro, de día, de noche y poco productivo. Pero vale más vivir en los pueblos que en la ciudad”. En los primeros meses la familia se desplazó pero sin llevar los animales que tenían en San Cristóbal. Salvador pudo ir poco a la escuela de Fresno con el resto de niños. Cuando su padre trajo el ganado dejó la escuela para pastorear con los animales. Con la República retomó los estudios “estuve tres años estudiando dos horas por la noche con 15 ó 16 años. Estudiar me gustaba”. Su profesor se llamaba Roberto Bollo Castaño, eran tres hermanos –dos hombres y una mujer- y todos maestros y solteros. Fue el segundo profesor que hubo en Fresno. La casa escuela la donó n vecino del pueblo que emigró a Andalucía y fue cuando vino el primer maestro, don Félix. Su hermano el mayor, Daniel, fue a la escuela más tiempo pero a él le mandaron a “arrullar a Juliana, la más pequeña” y andar con los animales, pese a ello se aplicó en las lecciones en casa de su hermano Daniel.

Salvador Pérez recibiendo la vacuna Araceli Saavedra

Su padre emigró en tres ocasiones a Cuba. “No había dinero”. Recuerda las penurias de su hermano Pablo que falleció con 19 años de apendicitis. Una mañana fue a misa sin desayunar y a la vuelta le dijo a su madre que se encontraba mal, le preparó el desayuno y sospechando que además se había enfriado. Avisado el médico don Eusebio, ya que no mejoraba, le diagnóstico un cólico y le aplicó calor. La cosa no mejoraba, la fiebre le provocaba convulsiones “se movía la cama” y le prepararon “una camilla, en parihuelas, para llevarlo a Mombuey donde había taxi para ir a Zamora”. En la capital empeoró y falleció.

De joven “estuve casi tres años en la guerra hasta que terminó” un periodo que vivió “con mucha alarma e inquietud pero la juventud se hace a todo. Se convivía como si fuéramos familia. Había ratos buenos y ratos malos”. En la posguerra “lo pasamos fatal, fue cuando salí del pueblo y empecé a trabajar. Era peor que ahora había menos sitios donde poder trabajar que ahora, y nada que cobrar.

Trabajaba en la instalación de las líneas telefónicas por 7 pesetas de jornal diario pero si llovía te mandaban a casa sin cobrar”. Con ese poco dinero “tenías que comer y todo por tu cuenta. Llegué a pasar hambre”. Su primer destino fue en León con la empresa Montajes Industriales, luego a Galicia para volver Madrid, donde trabajó para tender la línea del tren Madrid-Ávila”. Después de Madrid le requirieron para volver a Galicia, pero él puso sus condiciones. En esa época muchos técnicos abandonaron la empresa “el que pudo se marchó rápidamente a Iberduero.

La compañía se quedó sin gente técnica”. Le dijo a los jefes “lo siento, no quiero ir”. Y ante la pregunta del empresario su respuesta fue “vine aquí para ganar un jornal para ayudar en mi casa y resulta que tiene que ser mi casa la que me tienen estar ayudando ahora porque paso hambre. No pagáis”. Cuando los jefes le instaron a pedir reclamaciones su respuesta fue “¡Si las hemos presentado pero no las atendéis!”. “Aquí no ha llegado nada” fue la contestación que le dieron. “Hasta los jefes nos vendieron”. Y decidido cuando le llamaron al despacho expuso sus condiciones económicas.

Durante 18 años fue alcalde del pueblo y consiguió el teléfono público, el agua corriente, el asfaltado de calles y el alumbrado

Recuerda a los dos compañeros con los que tenía que ir a Galicia, Pedro Ventureira, un gallego que llevaba 20 años en la empresa, y un compañero de Asturianos de Sanabria, Dionisio Pequeño, que también llevaba muchos años pero sin cobrar salario fijo. Les animó a reclamar ese sueldo mensual. Ninguno de los dos dijo nada, pero Salvador sí entró decidido a por un salario. Y lo consiguió, 15 pesetas para él y para sus compañeros, 16 para Pedro y 15,50 para Dionisio por eso de reconocer los años entregados a la empresa.

Desde Madrid tardaron 2 días y dos noches en llegar A Coruña. Le encomendaron 300 pesetas para adquirir material y la manutención. En el tren sacó un salchichón, cuando sus compañeros solo llevaban un trozo de pan, que compartió con ellos “no es mío es de todos”. Salvo Salvador sus compañeros no sabían leer ni escribir y uno de ellos, cuando ascendió, se hacía acompañar de un hijo de 16 años para que le hiciera los partes de trabajo.

Su padre emigró en tres ocasiones a Cuba. “No había dinero”

Al poco tiempo llegó a jefe de grupo pero “me marché al pueblo a ver a la novia para la fiesta y cuando volví tenía la cuenta”. Se marchó para volver al día siguiente sin pedir permiso y sin avisar pensando en que tenía el puesto asegurado, pero los jefes dieron parte de su ausencia. La novia era Emilia Vega Silva, con la que se casaría y con la que tendría 6 hijos, dos de ellos fallecidos. La familia de Emilia que también era de un pueblo “a la orilla del mío” también se afincó en Fresno.

Como hiciera su padre se estableció en el pueblo y fue comprando capital poco a poco hasta reunir unas 100 ovejas, dos parejas de vacas, una vaca de leche, una caballería –yegua- y una burra. Su mejor cosecha fue de unos 3.000 kilos de trigo, de los que vendió 1.500 “fue la única vez que vendí parte de la cosecha”. Eran tan descomunal que incluso tuvo que contratar una trilladora, la primera que entró en Fresno para que hiciera el trabajo.

Durante 18 años fue alcalde del pueblo y consiguió el teléfono público, el agua corriente, el asfaltado de calles, el alumbrado “los hice de voluntad y como si el pueblo fuera mi propia casa. Nunca cogí ni una peseta para mí”. Repite su balance “tranquilo y feliz”.

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