En La Tejera estos días hay faena con la leña y los huertos, sus vecinos están en plena actividad. En este pequeño pueblo de la Alta Sanabria, en el municipio de Hermisende, donde viven una veintena de personas, no se ha registrado ningún caso de la enfermedad. Seis personas grandes dependientes y mayores recibirán el día 24 la segunda dosis de la vacuna contra el COVID-19.

“¡Quién iba a decir cómo esto nos iba a cambiar la vida!” dice Sara Garrido nacida en La Tejera que pasa largas temporadas en el pueblo, aunque reside en Asturias. Tras el desconfinamiento volvió en julio para estar pendiente de un familiar. Echa de menos a sus nietos. Las consultas médicas en el pueblo se reanudaron con normalidad desde mediados del pasado año, el personal sanitario del Centro de Salud de Alta Sanabria se desplaza cada 15 días al pueblo para atender a las personas que tienen cita previa. Por esa parte, los vecinos están tranquilos.

Sara Garrido trabajando en el huerto. | Araceli Saavedra

Valora la tranquilidad aunque ella particularmente está muy ocupada preparando el huerto donde ya han nacido los ajos finos que sembró en noviembre. Lo que más le afecta en estos momentos es el cierre de la frontera de La Tejera con Portugal porque lleva meses esperando al fontanero para hacer obras. En estos meses se ha embarcado en la restauración de una cuadra, paredes y vigas de madera incluidas.

Los vecinos recurren al país vecino para hacer las compras porque tardan media hora escasa en llegar a Braganza, una ciudad cómoda que algunos conocen bien y que tiene todos los servicios necesarios. Tardan menos tiempo en llegar a la ciudad lusa que llegar a Puebla de Sanabria, cabecera comarcal. De hecho para viajar hasta Zamora capital prefieren circular por Portugal que tardan hora y media en el trayecto, con más comodidad y mejor carretera. La Nacional 631 es preocupante a la hora de circular con los animales reconoce uno de los vecinos de Bilbao que también se quedó en el pueblo “quién me iba a decir que iba a comprar casa aquí y quedarme”, afirma esta persona que reconoce que en Bilbao la situación estuvo muy mal.

Viga de hormigón como barrera en la carretera a Portugal. | Araceli Saavedra

Jesús Pousa es otra de las personas que ha preferido el pueblo a la ciudad. La bodega de su casa es un museo familiar, donde el objeto con más querencia por su parte es la cuna que usó de recién nacido. “Quién puede decir que todavía tiene la cuna donde nació” afirma Jesús. Poco a poco convierte las paredes de la bodega en un museo ordenado de los objetos tradicionales que hasta el siglo pasado se usaron en las casas y la labranza. Desde hoces y azadas hasta candiles de carburo o petróleo. Unos cholos o zapatos de madera con herraduras o tachuelas era el calzado más resistente para un pueblo de montaña como este.

Un vecino recoge leña en los alrededores del pueblo. | Araceli Saavedra

Su siguiente trabajo será la restauración de un carro que le ha dado un vecino y que expondrá delante de casa, aunque le dará alguna capa con pintura de barco para resistir las inclemencias climáticas. En marzo aún se barrunta nieve en el valle del río Gamoneda. En su bodega hay reserva de vino, siguiendo la costumbre del pueblo en el que algunos vecinos hacían su vino.

Fuelles para avivar la lumbre o sulfatar, cencerros y hasta una cocina de hierro con base de piedra antigua rememoran los trabajos y las “comodidades” de las casas de antaño, aunque el hacha y la motosierra sigue a pleno rendimiento porque hay quien ha consumido buena parte de las reservas. Es tarde de fútbol, Atlético de Madrid y Atlético de Bilbao, y hay prisa por ver el encuentro. La leña puede esperar.

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