“Quiero dar las gracias a todos los vecinos del pueblo por los 32 años que he compartido con vosotros y por el trato tan maravilloso que he recibido siempre”. El “maldito COVID” ha impedido a Elisa Lucendo Abarca despedirse como ella hubiera querido, por eso la emotiva nota de agradecimiento colocada en la farmacia de Muga de Sayago donde que ha regentado durante las últimas tres décadas.

Nacida en Ciudad Real, tenía 31 años aquel redondo “8 del 8 del 88” cuando Elisa inició su aventura en una botica rural. Tras una etapa previa en la administración como inspectora farmacéutica se le presentó la oportunidad de trabajar en una “oficina” y no se lo pensó. “Era otra manera de desempeñar la profesión y nunca me he arrepentido del paso que di. He estado muy contenta con la gente sayaguesa, me acogieron muy bien y yo les cogí mucho cariño” confiesa Elisa ya en su nueva condición de jubilada que, entre otras rutinas, ya no le obliga a coger el coche a diario y recorrer los 80 kilómetros (ida y vuelta) que le separan de Muga, como en los últimos 33 años.

En todo ese tiempo Elisa ha conocido a varias generaciones de una misma familia. Niños, adultos y ancianos que han pasado por la farmacia casi sin tener que pedir lo que necesitaban. “Este trabajo es de mucho contacto directo, te implicas con las personas y casi te sabes su vida” confiesa la profesional. El afecto ha sido mutuo. Y, llegado el momento de evocar tantos años como farmacéutica rural, esta manchega ya con mucho de zamorana no se olvida de gestos como el de la familia que la acogió como una más la primera Nochebuena que le tocó hacer guardia en Muga. “Nos hicieron subir a cenar y fuimos dos más en la mesa” reconoce Elisa. Como tampoco han faltado en su cocina huevos, patatas, tomates, pimientos o calabacines en la época de la huerta. O la generosidad de Aurora, la enfermera del pueblo. “Desde el minuto cero ha sido como una hermana, me ha ayudado muchísimo”.

"Dejo un pueblo vivo porque todos los años nace algún niño"

El rosario de elogios es largo. “He estado en Muga más de la mitad de mi vida, cómo no voy a querer a la gente”. Un municipio que, si bien es distinto al que Elisa se encontró en el año 1988, sobre todo con más vecinos, no ha dejado de ser “un pueblo vivo porque todos los años nace algún niño, tiene el CRA de Primaria, el Instituto con la residencia de estudiantes, la residencia de ancianos y este último año se han empadronado más de diez personas. Con la pandemia se ha notado que la gente ha vuelto a mirar a los pueblos”.

Pocos profesionales como los farmacéuticos pueden dar fe, sobre el terreno, de la realidad de la vida rural. Ellos están a diario al pie del cañón y cuando han venido mal dadas, como este tiempo de pandemia, han hecho lo posible por abrir todos los días. “Hemos estado en primera fila, yo no he dejado de ir a Muga, siempre con mucho cuidado, sobre todo al principio cuando no sabíamos cómo era el virus. Ponía la mampara en la verja y desde ahí atendía”.

De aquellos meses más duros, en la primavera del año pasado, Elisa recuerda “la impotencia, el miedo y la vulnerabilidad; todos estábamos perdidos, no sabías por dónde te podía llegar el contagio”. Todos intentaron protegerse al máximo, aunque “al principio sin apenas medios porque no había mascarillas, la gente se las hacía de tela y hasta llegaban con guantes de fregar porque no había de otro tipo. Ni siquiera teníamos mascarillas en la farmacia y yo me tiraba con la misma tres y cuatro días porque no había otra cosa”. Hoy todo es distinto. Se sabe más del virus, no falla el material de protección y empieza a administrarse la vacuna.

“La meta diaria era poder estar sana para abrir al día siguiente”

Elisa no duda de que este tiempo del COVID 19 ha sido lo más complicado de su trayectoria profesional. “La meta diaria era poder estar sana para abrir al día siguiente. Me he cuidado muchísimo para poder estar en la farmacia a diario y atender a las personas” cuenta.

Esta farmacéutica solo se ha permitido no pasar por Muga durante las vacaciones, aunque siempre ha dejado un farmacéutico sustituto. “Todos mis compañeros han sido maravillosos” reconoce. Y aunque no puede evitar la lógica morriña, Elisa cierra con serenidad una etapa “preciosa”. Llega el descanso y toma el relevo de la farmacia de Muga “un farmacéutico joven, con mucha ilusión, que va a atender a los vecinos muy bien. El pueblo no queda desasistido”.

Cuenta Elisa que volverá a Sayago para disfrutar de una tierra en la que aprecia incontables valores, aunque se lamenta de que los sayagueses no lo vean así. “Son pesimistas, creo que tienen que creer más en ellos y en todo el potencial de esa comarca porque es una zona preciosa; como la ha visto siempre, no la valoran”.

¿Algo que decir a quienes han sido sus vecinos, y muchos amigos, durante casi 33 años? “Pues que he pasado un tiempo maravilloso, que ha sido muy enriquecedor haber conocido a tantas personas y que he intentado hacerlo siempre lo mejor posible. Como ser humano, algunas veces habré acertado y otras no, pero siempre la intención ha sido buena”.