España (Aliste) y Portugal (Tras os Montes) dieron ayer su más sentido y emotivo adiós a una de las personas más históricas, emblemáticas y queridas de la “Raya”: Ángel López Rivas. Todo un señor y ejemplo de humildad, buena gente, alma, corazón y vida de y para las tierras alistanas: insigne artesano que con su labor endulzó la existencia a miles de personas. Alistanos y trasmontanos, despidieron en la iglesia de la Virgen de la Asunción a uno de sus empresarios más ilustres: toda una vida de trabajo, honradez y sacrificio dedicada al buen hacer y ayudar a los demás.

Ángel López Rivas vino al mundo el día 12 de octubre de 1936 en Alcañices; tiempos revueltos para nacer, crecer y vivir, condenado por las circunstancias a ser uno de los “niños de la guerra” a la vera del miedo, la incertidumbre y la miseria: “Durante la Guerra Civil y tras ella hubo muchas penurias: todos pasamos hambre, más o menos, nadie se vio libre, hasta el pan escaseaba; un cacho de hogaza casera aunque estuviera duro como una piedra y sólo untado con tocino asado a la lumbre era un manjar”. Nacer en Aliste antaño suponía formar parte de la familia desde el primer día, con todas las consecuencias, para lo bueno y para lo malo. Ponerse en pie y dar el primer paso suponía que ya estabas uno listo para ayudar a los padres y abuelos y se ayudaba, ya fuera de vaquero o de pastor de una piara de ovejas o dos o tres vacas.

Centro rural La Atalaya, también regentado por el “churrero”. | Ch. S.

Su mirada era cautivadora, hombre de palabras pausadas, claras y serenas, esas que sólo salen del que dice lo que piensa, pero antes piensa lo que dice, lo cual las convertía en verdaderas y auténticas sentencias: “Adoro a mi familia, a Alcañices, a Aliste y a los alistanos y trasmontanos, he pasado más de setenta años entre churros, son mi vida y mientras pueda aguantaré” me decía en 2013 y aguantó mientas la salud se lo permitió. Era solo un niño y ayudado de su madre se colgó del brazo izquierdo la “Cesta de Gitana”, de mimbre con tapa, y salió a las calles al grito de “Hay churros!. Los mejores del mundo”, ocurrente frase de rapaz entre inocente y pícaro que de anciano gustaba recordar en broma: quienes le conocíamos a él y a sus churros, sabíamos que así era, eran los más sabrosos y apreciados de la Península Ibérica.

En 1942, con seis años, le llegó la hora de estudiar y como un niño con zapatos nuevos salió con el “Cabás” camino del colegio de “Pérez Marrón” abierto en 1909, donde aprendió a echar las cuentas y a escribir, de la mano de su maestros José y Federico Huertas: “lo justo para ganarme la vida”. La necesidad le devolvería a la realidad consciente que la vida iba a ser y de hecho lo fue su Universidad.

Dura era la posguerra y con sólo diez años, en 1946, se vio obligado a dejar la escuela y así fue como tuvo su primer oficio, de cabrero, cuidando de las cabras y cabritos de la familia allá por Sahú” y la “Sierra de Bruñosinos”. Tras hacer la mili se convirtió en emigrante y dejo Alcañices con la esperanza de progresar en la floreciente Alemania donde trabajo como jardinero. Ahorrador él, regreso a Aliste con dinero y se casó con Mercedes Santiago Campos en 1965 y compraron el bar Avenida: “No se como se las apañaba pero era especial, su bar era siempre el que más gente tenía”.

Los churros estaban llamados a ser parte de su vida y “churrero” le llamaron por su oficio en España y Portugal. La primera churrería de Alcañices estuvo en la Plaza Mayor (siglo XIX) y la regentó su abuela Rufina. Tras ella llegó el turno a su padres Alejandro López Riveras y Agustina Rivas Gago que ya tuvieron la suya en la calle “Labradores”, primero, y frente a la iglesia de la Virgen de la Salud después. Allí fue donde, tras trabajar duro, Ángel fue aprendiendo el oficio y, sin prisas pero sin pausas, fue ahorrando real a real y con 30 años, allá por 1966, abría su churrería propia en la céntrica avenida de “San Francisco” (Travesía de la N-122). Allí surtió 36 años de churros y chocolate a miles de españoles y portugueses, hasta que la cerró para trasladarse y abrir el Centro de Turismo Rural “La Atalaya” en la calle de “San Andrés”.

La ilustre saga de los “churreros de Alcañices” ha mantenido durante varios años tres generaciones vivas que garantizarán la supervivencia a corto, medio y largo plazo: el maestro y abuelo Ángel (12 de octubre de 1936), que lo enseñó a su hijo Angelito (11 de septiembre de 1968), que en el año 1997 se casó con Irene Blanco Mata (Matellanes) y del matrimonio nacieron Alejandro (1998) y Abel (2000) que ya aprendieron la receta familiar. En 1997 recibió a sus dos visitantes más ilustres, los Jefes de Estado de España y Portugal, el rey Juan Carlos I y el presidente de la República Jorge Sampaio: VII Centenario del Tratado de Alcañices del 12 de septiembre de 1297. “Me emocioné, allí estaba un Rey, saboreando mis churros con chocolate, era un honor. Le encantaron a los dos. Muy sabrosos me dijeron”. Para un maestro, el señor Ángel lo era, el ingrediente de sus elaborados manjares, son un secreto, pero él era sabio y certero: “Mis churros los hago con calma, siempre con aceite de oliva, harina, sal y agua, pero sobre todo con mucho cariño. Yo le hablo a la masa lo mismo que el pastor a sus ovejas y el labrador a su vacas, los alistanos le ponemos el alma y el corazón a todo lo que hacemos”.