Jesús Santiago Panero fue un hombre bueno, un ser especial, sensible y delicado, de profundas convicciones, honrado y enamorado de la vida. Bajo su aparente calma escondía un torbellino de emociones, que se agolpaban en su pecho de forma desordenada y sincera, entre la timidez y una cierta melancolía. Sentía un amor incondicional por su tierra, Sayago, lugar en el que se sentía pleno, en armonía con la naturaleza y en paz con su gente. Su deseo voraz por aprender y enseñar le hacía vivir con prisa, era un niño curioso que pintaba acuarelas y recitaba versos de poetas imaginarios. Un maestro vocacional, paciente calígrafo, lector incansable, teatrero confeso, discreto y cómplice, eterno e incondicional amigo. Querido “Cuqui”, gracias por tus innumerables lecciones de vida, hoy tu tierra te procura descanso y nuestra memoria, la merecida inmortalidad que mereces.

La Mayuela, quiere dar las gracias a todos los que le habéis recordado. Él siempre quiso vivir acompañado y así será, hasta siempre maestro.