No por esperada la muerte de Jesús Santiago Panero es menos dolorosa. "Cuqui" se ha ido sabiendo que se iba y, con la serenidad que le distinguía, así se lo fue anunciando a los suyos; a su familia y una férrea legión de amigos que se nutrieron de la sabiduría y generosidad de este sayagués de Bermillo, poliédrico y genial. Una larga enfermedad que nunca esquivó y encaró con admirable entereza, agravada por el COVID, ha acabado con su vida a los 78 años.

Gran dinamizador cultural, solo una persona con el carisma de Jesús Santiago podía reunir a sayagueses de toda condición para poner en marcha los múltiples proyectos en los que se embarcó. Muchos nacidos a través de “La Mayuela”, de la que fue “alma máter” siempre a disposición. “Un hombre bueno que deja huérfanos a una legión de amigos”. Así le despedía su asociación, que le tributará un merecido homenaje cuando las circunstancias de la pandemia lo permitan,

Hijo de militar, la familia estaba en Ronda (Málaga) cuando el primogénito anunciaba su llegada y, ni corta ni perezosa, su madre “cogió los bártulos” y se presentó en Bermillo donde dio a luz. “Cuqui” contaba esta anécdota para describir el inquebrantable cordón umbilical que le unió a su pueblo. Aunque los derroteros de la vida lo llevaron a Barcelona donde ejerció su carrera de magisterio, siempre volvía a su nido hasta que, ya jubilado, se estableció definitivamente en Bermillo de Sayago.

Pintor, poeta, coleccionista de belenes del mundo, su caudal cultural era inagotable

Hablar de la trayectoria social y cultural de “Cuqui” es desgranar un rosario de actos y proyectos que ya forman parte de la historia del Bermillo de las últimas décadas. Solo un agitador cultural como él era capaz de movilizar sin miramientos a jóvenes y mayores, por eso la ausencia de Jesús Santiago deja un vacío nada fácil de llenar.

Desde las funciones de teatro –estaba especialmente orgulloso de la representación de “La venganza de don Mendo” con 36 personajes– hasta las exposiciones, talleres, rutas, charlas, lecturas. El caudal de “Cuqui” era inagotable con el pincel y con la pluma, desde la que vertió un sentido poemario. Atesoraba un abundante legado pictórico, básicamente inspirado en el Bermillo y Sayago de sus amores. Famosa es también su colección de belenes del mundo, algunos mostrados en exposiciones navideñas. Nada mejor para complacerlo que con un Nacimiento, por chiquito que fuera. O la colección de piezas de arte africano.

Su curiosidad no tenía límites. Porque este artista inquieto, sabio sin engolamientos, cercano y divertido, era también un coleccionista nato. “Los rastros y mercadillos me chiflan” confesaba sin perder nunca la sonrisa. En uno de ellos encontró plumas y tinteros que dieron contenido a la exposición sobre escritura caligráfica –“El arte de la buena letra”–, organizada el año pasado con los trabajos realizados en el taller que dirigía. Ni la pandemia desalentó a maestro y alumnos, que continuaron con el proyecto desde casa. La caligrafía era otra de las pasiones de “Cuqui”. Desde hace años cada día escribía una palabra como un acto de meditación y pureza. “Me relaja, me aíslo por completo, ya se puede caer la casa que no me entero” contaba con su habitual desparpajo. Estaba verdaderamente ilusionado, el taller continuaba este año y hasta hace nada seguía poniendo ejercicios a sus alumnos con la idea de mostrarlos en una nueva exposición. Pero ya es una de sus obras inacabadas, como el inventario sobre el patrimonio arquitectónico del municipio de Bermillo, con todos sus pueblos, encargado por el Ayuntamiento.

Ni siquiera una larga enfermedad, agravada por el COVID, le hizo perder la sonrisa y la serenidad

Ahí queda también la espléndida propuesta de la alfombra floral del Corpus o la fenomenal ornamentación de Bermillo. O su activa participación en los actos del aniversario de José María Arguedas como nieto de la señora Sabina, posadera de Bermillo donde se alojó el antropólogo peruano. Ahí quedan las visitas guiadas por el pueblo o por las pinturas murales de Sayago, que le fascinaban. O por el románico de Zamora. “Cuqui” era inagotable. Por algo el principal centro cultural de Bermillo, en la antigua cárcel, lleva el nombre de Jesús Santiago Panero. Aunque él, ajeno a protagonismos, siempre prefirió que se conociera por el nombre del arquitecto que la diseño: Santiago Viloria.

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Era el hombre tranquilo, pero también el hombre afable que, sin alardes ni fanfarronerías, disfrutaba tanto enseñando como en una animada conversación en torno a un café. Ni siquiera cuando la salud empezó a fallarle levantó el pie del acelerador, ¿Cómo te encuentras?. “Las cosas no pintan bien” confesaba a esta periodista hace apenas una semana.

A su grave enfermedad se sumó en los últimos días el virus que, explicaba, “solo ha servido para sacar a la luz un problema mayor”. Era un camino sin retorno y él lo sabía. Pero “Cuqui” dio lecciones hasta el final. Se despidió de los suyos y se fue sereno, como era él. Un gran tipo.