Un nido vacío como alegoría de la despoblación. De fondo un paraje tan auténticamente sayagués como un cortino de Argañín donde Mario Valle, estudiante de Bellas Artes en la Universidad de Salamanca, ha encontrado inspiración para su proyecto en el contexto de la asignatura Arte y Naturaleza.

Aunque salmantino de nacimiento y residencia, Mario empezó a frecuentar este pueblo de la comarca de Sayago hace 7 años gracias a su vinculación con la ganadera Almudena Rodríguez. Y tanto le enganchó ese territorio de piedra y dehesa que allí escapa cuando puede. Un entorno puramente rural que conecta al artista con la naturaleza; por eso, llegado el momento de enfocar un proyecto creativo, Mario decidió “devolver al pueblo lo que me ha dado a mi”. Es la razón de que esta obra haya emergido en esa paisaje agreste y primario, representado la realidad más palmaria de los pueblos de la raya transfronteriza: la despoblación. “El nido es un símbolo de la emigración, del vacío que dejaron los que se marcharon del pueblo. Decidí construir un gran nido como una casa y cuna que diera sensación de abandono y a la vez impregnarlo de una estética rural” explica el estudiante.

Elementos que decoran la estructura, forrada de paja por dentro. | Cedidas

No se trataba de hacer un chozo, o un refugio, la idea era una estructura como las que tejen los pájaros que representara la casa desolada, pero sin perder la perspectiva de lo que fue cuando estaba llena de almas y de vida. “Quería que emulara a los nidos reales de los árboles que en invierno quedan abandonados, como si fueran ruinas en la naturaleza” cuenta el estudiante.

La obra es un nido gigante de 3 metros de altura por 6 de diámetro que se levanta sobre un cortino y al que se accede por una puerta. Dentro late “un vacío inmenso, como cuando nos vamos desvinculando de nuestras raíces”, donde perduran elementos que en su momento dieron vida al hogar. La creación quiere a la vez ser un canto a la sostenibilidad, una denuncia a las agresiones al paisaje, “cómo estamos degenerando el entorno, masificando ciudades mientras los pueblos se vacían. Es un problema”.

¿Qué tiene Sayago para que resulte tan seductor a un joven artista?. “El carácter rural y primario de la zona, esa relación con la naturaleza y el cuidado del medio ambiente”. Cuando Mario va a Argañín no solo llega a un pueblo, es la evocación de “unos veranos maravillosos” durante sus años de adolescencia, las relaciones de vecindad o una actividad agropecuaria en sintonía con la naturaleza.

Han sido dos meses de trabajo, cada dos fines de semana, cuando Mario se desplazaba a Argañín para levantar la casa natural cual pájaro afanoso. Y así comenzó a reunir material, el ramaje que se iba entrelazando y apelmazando para lograr una estructura más sólida, forrada por dentro de paja dando sensación de abrigo. Para amueblarlo Mario se ha valido de útiles rurales y mobiliario cedido por su amiga Almudena.

Mario Valle junto a su obra de arte | Cedida

Aunque cuenta que su especialidad es la pintura –ya tiene obras que ya dejan ver su maestría–, la naturaleza se ha revelado como un fuente de inspiración en la trayectoria creativa de este joven artista. Mario confiesa estar “muy contento” con el proyecto de nido vacío para su Grado de Bellas Artes. “El vínculo del arte con la naturaleza es un buen ejemplo de lo que nos enseña la vida silvestre; cuando ves un nido abandonado se puede pensar que nunca se va a recuperar, pero muchas especies lo vuelven a reconstruir”. La obra de Mario Valle en Argañín no acaba aquí, más bien quiere ser el principio de un proceso creador inspirado en un paisaje tan singular como en el Parque Natural de los Arribes. “Me gustaría ir más allá, interiorizando esas formas artísticas y arquitectónicas de esta zona tan bonita”.