Varias mujeres portan el tradicional ramo. | Ch. S.

La comarca natural de Aliste, Tábara y Alba, con 31 municipios y 102 núcleos de población, solamente cuenta con dos pueblos cuyos nombres se encuentran dedicados al mártir que se honraba cada día 22 de enero: San Vicente de la Cabeza y el ya desaparecido San Vicente del Barco. En la primera, este año se veneró al mártir ese día solo con la celebración de la misa, a la que solo pudieron acudir 25 personas, a causa de la crisis sanitaria global originada por la pandemia del coronavirus. No hubo ni “bendición del pan bendito”, ni procesión, ni adoración de la antigua reliquia.

La tradición alistana, que antaño congregaba a devotos de España (Aliste) y Portugal (Tras os Montes), se remonta al menos a hasta el año 1607 y cada año suele incluir el canto del ramo por parte de las mujeres. Históricamente las hogazas de pan casero regresan a las casas donde tanto las personas como los animales las comen como protección contra la rabia y la viruela.

San Vicente del Barco, por su parte, junto al Esla cumplió ayer 82 años desde la última vez que sus vecinos celebraron su fiesta patronal, un ya muy lejano 22 de enero de 1939, tras ser condenado el pueblo a muerte y sus habitantes al exilio obligado con la construcción del “Salto de Ricobayo” en 1929 por la Sociedad Hispano Portuguesa de Transportes Eléctricos “Saltos del Duero” y su llenado a finales de 1934 y tras vivir cuatro años con el agua a los pies y al cuello y en unas casas ya expropiadas. San Vicente era la cabecera del municipio, que pasó a Santa Eufemia (Losilla y San Pedro de las Cuevas).

Una de las fechas históricas del pueblo fue el día 30 de marzo de 1629 cuando el rey Felipe IV concedía el título de “Marqués de San Vicente del Barco” (Losilla, Santa Eufemia y San Pedro de las Cuevas) a Fabrique de Vargas y Manrique de Valencia, entonces corregidor de Madrid y Burgos. Posteriormente con fecha de 28 de noviembre de 1771 se le otorgaría la “Grandeza de España” por el rey Carlos III.

Desde el día 23 de abril de 1954 hasta el 26 de enero de 1994 San Vicente del Barco tuvo como marquesa a una de las mujeres de la nobleza más carismáticas de España: Cayetana Fiz-James Stuart y Silva nacida en Madrid el 28 de marzo de 1926 y fallecida en Sevilla el 20 de noviembre de 2014. De hecho batió el récord de una aristócrata con más títulos del mundo.

Su sucesor como marqués de San Vicente del Barco, lo es actualmente, el duodécimo, fue su hijo Fernando José Martínez de Irujo y Fitz James Stuart.

En 1791 la iglesia de San Vicente Mártir contaba con 7 vecinos y 24 personas de comunión, aunque hace pocos años que se construyó de nuevo, aunque con un aforo tan reducido que apenas se pueden acomodar en ella las pocas personas que hay en el pueblo. Por lo mismo, el párroco actual, con mucho celo, intentó ampliarla.

San Vicente del Barco compartía con Losilla la ermita de San Ildefonso construida unos años antes de 1791 por haberse hecho de nuevo pocos años hace sin que se advierta más que la falta de enlosado. Allí había fundada una cofradía de San Ildefonso cuyos cofrades celebraban dos funciones en obsequio y culto del santo, una el 23 de enero y otra el 26 de mayo, día de la invención de su cuerpo sagrado: “hasta hace pocos años a esta parte solían cometerse algunos excesos de embriaguez, pero, en el día, se ha reformado de este vicio habiéndoles señalado a cada cofrade cierta medida de vino muy moderada con lo que no se notan las borracheras que en otro tiempo”. Uno de los valores de San Vicente del Barco fue precisamente la barca que le daba nombre. El marqués de San Vicente la arrendaba por un año. En 1743 se le otorgó carta de arriendo a Santiago González, de Montamarta en 1.450 reales, a pagar en dos plazos, 725 en San Juan en junio y 725, el 31 de diciembre. La barca se bebía de atender todos los días del año de sol a sol, “salvo que el tiempo lo impidiera por exceso de agua, de aire o de cualquier otro fenómeno”.

El arrendamiento incluía, ademas de la propia barca, dos varas con dos recatones de 23 libras de hierro cada una, dos remos con sus sogas y una madrileña, un badil grande de hierro y una cadena para su seguridad obligación de la barca. En 1761 se pagaron 1.850 reales. Debía de pasar a los pasajeros, caballerías y ganado a los precios establecidos. En el caso de que la barca se hundiera, encallara o se hiciera pedazos debía de reponer otra de la misma calidad a vista de maestros peritos en el arte.

Domingo Refoyo Torrado, ahora vecino de Santa Eufemia del Barco, donde fue alcalde, es uno de los pocos supervivientes que aquellos 22 y 23 de enero de 1939, siendo solo un niño veneraron y procesionaron a San Vicente y a San Ildefonso: “fue muy doloroso tener que abandonar el pueblo y ver como el agua del embalse de Ricobayo entraba en algunas calles y nos rodeaba. No queda un día de mi vida que no me acuerde de San Vicente.