La apicultora contempla uno de sus colmenares desde el exterior. | A. S.

La apicultora retira la tapa de una de sus colmenas. | A. Saavedra

La Guía de Mieles de España y Portugal “Mieladictos” otorgó un cuarto puesto a una pequeña procedente de Val de Santa María, El Enclave, en el municipio de Otero de Bodas, al pie de la Sierra de la Culebra. El jurado evaluó 150 mieles de brezo en su cuarta edición procedentes del norte ibérico. La miel mejor evaluada por el jurado obtuvo 89 puntos.

Una cuarta plaza, 84 puntos, que resulta como si fuera un primer puesto, porque la explotación familiar lleva en marcha tres años y detrás de ella están las hermanas Marisa y Maite Baladrón y Javier Roncero. En el mes de septiembre se enviaron las muestras a la cata por el hecho de “saber qué características tenía” y la sorpresa fue la excelente puntuación que se les otorgó. “Sabíamos que era buena pero ha sido toda una sorpresa”.

“Con cinco colmenas trasportadas desde Guadalajara” detalla Marisa, comenzó esta nueva generación su incursión en la apicultura. En el momento actual tienen alrededor de 90 colmenas –han llegado a tener más de 100– repartidas en ocho colmenares.

Aunque en su familia de Val de Santa María por parte de su abuelo Alfonso Baladrón y su padre que también se llama Alfonso, había tradición apícola, las hermanas Baladrón no se habían dedicado a esta actividad. Marisa forzada por las circunstancias ha hecho un curso práctico intensivo en este año de pandemia, trabajando diariamente en los colmenares.

La víspera del decreto de confinamiento, en marzo, acababa de llegar a Val de Santa María, y durante todos estos meses ha trabajado a diario en los colmenares “aprendiendo” a marchas forzadas. Reconoce que desde la asociación de apicultores “Zánganos Zamoranos” le han prestado un gran apoyo.

El confinamiento “me cogió aquí sola, empezando a dividir colmenas, sin sitio dónde ponerlas. Quitando y partiendo bloques de mi padre para las colmenas, en algunos casos sin acceso de coche. Fue brutal el trabajo. Yo lloraba y decía: no puedo hacer esto yo sola. Y al final lo hice”. La prohibición de desplazarse impidió que su hermana y su cuñado pudieran ir a Val de Santa María. La persona de la asociación que iba a ayudarla tampoco pudo desplazarse, y los únicos consejos que le pudo transmitir fueron por teléfono.

En el día a día de un apicultor “además de criterio es necesaria mucha práctica y eso me faltaba. Si hemos evolucionado y hemos podido crecer, ha sido gracias también a la asociación y a una persona en particular”. Si hay que buscar alguna explicación a su empeño “es que esto lo llevas en la sangre”.

“Trabajamos a la vieja usanza, sin métodos intensivos, lo mismo que el abuelo, respetando las abejas, la naturaleza y sus ciclos”. De hecho han ocupado con las nuevas colmenas los colmenares que ya usara su abuelo, cercados con más de un metro de pared y con puerta de madera, en algunos casos.

Su padre le cuenta que “hacían colmenas con varias cámaras de cría para que compitieran las reinas. Ya hacían sus experimentos”. Marisa valora precisamente los conocimientos de estos apicultores mayores frente a “algún apicultor de salón que vienen dando clases y despreciando lo que hacía esta gente ¡Si lo que sabemos ahora es gracias a ellos!”. Como anécdota cuenta que “en mi familia fueron muy inventores, mi padre se hizo una máquina de segar y mi tío una bicicleta de madera”.

En las charlas familiares sobre el número de colmenas que llegó a tener su abuelo, en los años 60 ó 70, “mi tía dice que tenía 500 pero no se ponen de acuerdo, debía de tener muchas porque tenía muchos colmenares repartidos. Algunos incluso se quedaron debajo del embalse de Agavanzal”. La cantidad que producía la familia era importante “mi abuelo sacaba la miel y mi padre iba por Sestao, un pueblecito de Vizcaya, industrial y de trabajadores, vendía por las calles y se la quitaban de las manos. Mi padre subía con la miel, como se vendía antes”.

En esa época “de todas las casas bajaban a comprarle y no le duraba nada”. La cera que se recogía posiblemente se vendía al cerero de Sagallos. Cuando va por Sagallos, los vecinos más mayores le comentan que posiblemente sí conocían a su abuelo.

Entre risas dice que “soy apicultora y no tengo miel en casa”. Su producción es pequeña pero rápidamente se le acaba. La primera miel que se recogió, hacia el mes de julio, fue la que se envió a la cata de “Mieladictos”. Tras un año muy duro para la incipiente explotación apícola, un 84 es como un 100 dulce.

Marisa recorre estos días los colmenares para ver que están todas las colmenas bien, y a la espera de saber si, como se teme este año, la varroa va a dar problemas “porque ya se están quejando en algunas zonas y me parece que se está haciendo resistente a los tratamientos”. Algún zorro, algún ciervo asoman casi a diario por los colmenares de la zona.