Una semana después de la gran nevada en la comarca de La Guareña, el campo conserva una estampa invernal más que llamativa por estos lares. Las gélidas temperaturas y la niebla –ya siete días sin dar tregua–, prolongan más de la cuenta los efectos de la borrasca.

Ganaderías de resistencia

En este escenario resiste una de las ganaderías de producción extensiva asentadas en la comarca, singular porque es la única de raza bovina autóctona alistano-sanabresa, orientada a la producción de carne, que sobrevive en La Guareña, con estancias temporales en la sierra leonesa y las praderas de Gema del Vino.

La explotación de Emilio Riesco, en Guarrate, es una de las 30 de esta raza en peligro de extinción establecidas principalmente en la provincia de Zamora, excepto cuatro repartidas por León, Burgos, Ávila y Segovia. Un censo de 1.700 madres sostiene la ganadería que debe su nombre a las comarcas de Aliste y Sanabria donde originariamente se asentaba.

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“La alistana está en declive, en tres años hay 200 madres menos y las bajas de criadores tampoco paran, aunque ahora las ganaderías son más grandes, se concentran en menos propietarios” confirma Emilio Riesco, presidente de la Asociación Española de Criadores de Ganado Selecto de Raza Alistana-Sanabresa (Aecas).

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Como casi todos los criadores, este joven productor compatibiliza agricultura y ganadería, sabedor de que solo del sector pecuario, y más criando una raza autóctona, no se puede vivir. “Sin ayudas sería imposible porque no es lo mismo que una raza industrial produciendo en grandes cantidades. Para nosotros es más difícil la salida al mercado; hubo un intento de comercializar la carne online pero tampoco acaba de despegar”.

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A ese escenario ya complicado se ha sumado un molesto “invitado”. “Con el COVID estamos poco más que cubriendo gastos, aunque es verdad que la pandemia afecta a todo el sector vacuno, ovino y caprino”. En la alistana los terneros se pagan 200 euros más baratos que el año pasado. El cierre de la hostelería ha desencadenado un bajón del consumo de carnes selectas, acentuado por las restricciones de la pandemia que impiden grandes celebraciones. “Sin bodas, ni comuniones, ni bautizos y otras fiestas este tipo de carne de vacuno apenas tiene salida, porque para el consumo diario en casa se va a productos más económicos. El golpe ha sido gordo” argumenta Riesco mientras atiende al ganado en la finca de Guarrate todavía con bajo un espeso manto blanco.

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“La nieve es un bien para el campo, aunque para la ganadería es un problema. El ganado lleva mal el frío, sobre todo los terneros pequeños, que con estos hielos lo están pasando mal. A las vacas no les gusta nada la nieve y el agua, el frío seco lo aguantan mejor y si encuentran sitios de tierra donde tumbarse están más a gusto, pero todavía queda mucha nieve”.

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El paso de la borrasca Filomena ha puesto en apuros a los ganaderos, con serias dificultades para acceder a las explotaciones. Este joven productor de Guarrate vivió una situación comprometida, con los caminos cegados por la descomunal nevada y el posterior desplome de las temperaturas que ha generado verdaderas rocas de hielo. Llegar a las fincas donde pastorean las vacas fue una epopeya el pasado fin de semana, abriendo camino con el tractor, muy despacio y no siempre con éxito. “Hay sitios donde todavía no he podido subir porque hay tanta nieve que imposible”. Transitar con el todoterreno es inviable incluso una semana después del paso de la borrasca.

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Otro inconveniente han sido las heladas que han dejado los bebederos hechos un bloque. Las charcas están congeladas y si las vacas no parten el hielo, es necesario romperlo con el horquín para que beba el ganado que pastorea a cielo abierto. Eso o aprovisionar una cuba en el campo, el lugar natural de estas vacas alistanas que aprovechan los recursos existentes y en el invierno complementan con paja, forraje y algo de concentrado.

El ciclo de la vida no sabe de contratiempos y en los días más críticos de la nevada se sucedieron los partos previstos. “A algún ternero lo hemos tenido que traer a dormir a la nave porque estaba muy débil y los demás parece que han salido adelante; veremos, porque queda algún día malo. Si fuera solo hielo seco no hay problema, pero durmiendo encima de la nieve y el hielo la verdad es que las vacas lo pasan mal” cuenta Emilio mientras carga una gran paca de paja de un lado a otro para alimentar al ganado.

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No hay tregua. Hay que asegurar todos los días agua y alimento a los animales con la paja y un nutritivo ensilado de centeno y avena, forraje tierno que el ganadero esparce por la finca para que llegue a todas las reses, sin que las más débiles se queden atrás. En cuanto lo huelen, las vacas marchan en fila tras el remolque sin perder comba.

Los peores meses son los de diciembre a marzo, cuando más trabajo hay en una ganadería extensiva porque requiere desplazarse a diario a echar de comer. A partir de marzo cambia, empiezan a aprovechar los pastos y las vacas son más autónomas. “En primavera el ganado se maneja mejor, ya tienen los pastos naturales y no hay que estar tan pendiente”.

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Pero estamos en pleno enero y a las vacas que normalmente pastan en Guarrate se ha sumado un grupo que ha vuelto de León. Esta vez todas porque los ataques de lobo vuelven a traer de cabeza a la ganadería extensiva. “Es un problemón, otros años aguantaban un poco más pero el lobo nos ha echado. La población está aumentado y encima llevamos más de dos años sin cobrar los daños”. Es otro problema para los criadores, aunque en un año de pandemia, tan sombrío, prefiere aferrarse al refranero. “Año de nieves, año de bienes. A ver si es verdad”.

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